¿Quién será más cínico, el elector o el elegido?

#LaOpinionDeColmenares.

Conversando con un amigo en Bogotá respecto al panorama político de La Guajira y la solución de los problemas de la gente, coincidimos en la frustración por el cinismo electoral que se ha instalado como sombra permanente sobre el departamento.

En el desarrollo de la conversación no hicimos ningún esfuerzo para estar de acuerdo en que el cinismo parece haberse convertido en un mecanismo de supervivencia política para electores y elegidos, y nos preguntábamos ¿Quién será más cínico, el elector o el elegido? ¿hasta qué punto este cinismo nos hunde más en el abismo que criticamos?

La Guajira ha recibido más de $15 billones en regalías desde 1994 que deberían haber transformado radicalmente la vida de sus habitantes con obras. Pero, ¿dónde están esas obras? ¿Dónde están las soluciones a problemas tan básicos como el acceso al agua potable, la salud o la educación?

Lo que vemos es una historia interminable de corrupción: 64 expedientes engavetados por más de una década, 12 gobernadores en 10 años involucrados en escándalos, y un sistema político en el que la competencia no es por el que hace más para resolver los problemas de la gente, sino que compiten por el que más roba: la rehabilitación de la vía Florida/Cuestecitas adicionada y sin terminar, hamacas para un internado indígena compradas a $280 mil cada una… ¡Cínicos¡

Hay que ser objetivos. El cinismo electoral no solo se refleja en los políticos que se incrustan en el poder mediante prácticas cuestionables. También está en los ciudadanos. Nos quejamos de los mismos políticos de siempre, pero seguimos eligiéndolos.

Es fácil señalar a los políticos corruptos. Pero también debemos mirar hacia adentro y preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad para cambiar las malas prácticas. Sin mayor esfuerzo, el día de elecciones se puede ver a jóvenes universitarios que sin ninguna vergüenza están vendiendo el voto; pero son los que más le reclaman a los gobernantes. ¡Ya les pagaron!

Cada elección es una oportunidad, pero parece que hemos perdido la fe en que nuestro voto puede hacer la diferencia. Este desencanto colectivo alimenta la apatía electoral y reduce la participación ciudadana, dejando el camino libre para que las maquinarias políticas de siempre sigan operando sin contrapesos.

El caso de La Guajira es particularmente doloroso porque no solo está en juego el desarrollo económico o la infraestructura sino también vidas humanas. La corrupción ha tocado hasta los programas destinados a alimentar los niños y niñas, dejando un rastro de desnutrición y muerte que debería indignarnos. Pero esa indignación parece diluirse en la resignación y escepticismo.

¿Cómo llegamos aquí? Algunos dicen que es culpa de los clanes políticos que han controlado el departamento durante décadas, utilizando recursos públicos como si fuera patrimonio personal. Otros culpan al gobierno central por su falta de control y seguimiento. Y ambos tienen razón. Pero también debemos reconocer nuestra responsabilidad como ciudadanos. Cada vez que vendemos el voto o dejamos de participar en las elecciones, estamos contribuyendo a mantener este sistema.

Es hora de romper este ciclo. Y no estoy diciendo que sea fácil. Recuperar la confianza en las instituciones y en nuestra capacidad para elegir mejor requiere tiempo, esfuerzo y valentía. Pero es posible si comenzamos con pequeños pasos: rechazar las prebendas electorales, denunciar irregularidades y exigir transparencia.

La democracia no es perfecta; eso lo sabemos desde siempre. Pero sigue siendo la mejor herramienta para cambiar las cosas. Si renunciamos a la democracia por cinismo o apatía, estamos entregando nuestro futuro a quienes menos les importa nuestro bienestar. No podemos permitirnos ese lujo. Hay que perseverar.

Las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales son una nueva oportunidad para demostrar que somos más fuertes que este sistema corrupto. Seguramente no será fácil ni rápido, pero cada voto consciente es un paso hacia un futuro mejor. Hay que dejar atrás el cinismo y asumir con fortaleza nuestra responsabilidad como ciudadanos, comprometidos con el cambio.

Porque al fin y al cabo, realmente el poder no está en quienes resultan elegidos o en los que son nombrados en los cargos públicos; está en nosotros, los electores. Es hora de saber usarlo.

Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…” @LColmenaresR

Luis Alonso Colmenares Rodríguez

Me he desempeñado como Subcontador General de la Nación y Contador General de la Nación; Presidente del Consejo Técnico de la Contaduría Pública; Presidente de la Junta Central de Contadores y Asesor de Entidades territoriales en temas relacionados con la hacienda pública, control público, contabilidad pública.

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