Todo colapso comienza con una ausencia.
No fue un huracán. No fue una guerra. Fue el padre que se fue.
Primero del hogar, luego del alma, y finalmente de la sociedad.
Y cuando el padre se va, no deja solo un vacío: deja una grieta.
Y por esa grieta entró la violencia, el caos, la desorientación, el hambre de poder sin propósito.
Porque sin padre no hay frontera moral. Y sin frontera, todo se vuelve campo abierto para el crimen, para la mentira, para el miedo.
No hablo del hombre que engendra. Hablo del que corrige.
Del que mira a su hijo a los ojos y le enseña que no todo se puede. Que la vida tiene ley. Que la libertad tiene forma.
Ese hombre fue desplazado. Ridiculizado. Borrado.
Y lo reemplazamos con influencers, con subsidios, con vicios, con un Estado sin rostro.
El resultado es este:
niños criando niños, hombres sin columna, jóvenes sin alma.
Pero si algo ha sostenido estas islas, no ha sido la política.
Ha sido la mujer.
Mujeres sin descanso ni privilegios, que han criado hijos con dignidad donde otros solo dejaron abandono.
Mujeres como mi madre, que me sostuvo con las uñas, la oración y el ejemplo.
Que me crió para ser rey, para llegar a mi destino.
Fue fuerte, valiente, firme. Me hizo recio. Me enseñó a no temerle al conflicto ni al camino.
Y junto a ella, mi abuelo. Ese hombre de voz serena y principios firmes, que me mostró que un hombre no le teme a otro hombre, sino a fallarse a sí mismo.
Junto a ellos crecí.
Y gracias a ellos no me perdí.
Porque aunque no tuve a mi padre biológico, sí tuve figuras de autoridad reales.
Y eso me salvó.
Porque el padre, más que un rol biológico, es una fuerza. Una presencia. Una voz que corrige y dirige.
Yo soy lo que soy por ella. Por él. Por ellos.
Pero no se equivoque: hay heridas que solo puede cerrar un padre. Y en su ausencia, el daño es real.
Hoy vivimos en un archipiélago donde el sicario tiene 16 años y la mirada vacía.
No teme a Dios, no teme a la ley. No tiene padre.
Y a veces, ni madre presente.
Y en vez de corregirlo, lo justifican.
En vez de hacer justicia, lo victimizan.
Pero basta.
La justicia no es venganza.
Es equilibrio.
Y sin equilibrio, todo se pudre.
Y como dice la Escritura:
“Porque los gobernantes no están para infundir temor al que hace el bien, sino al que hace el mal. ¿Quieres librarte del miedo a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás su aprobación. Porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, entonces teme; porque no en vano lleva la espada: es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.”Romanos 13:3-4
Ese es el rol de la autoridad. Y ese era, también, el rol del padre: ser árbitro, ser guía, ser frontera moral. Cuando esa figura desaparece, la sociedad queda huérfana y la maldad se siente en casa.
Y mientras abajo se desmorona el alma del pueblo, arriba los árboles crecen torcidos.
Los políticos de las islas no se van. Se quedan aquí para saquear con una mano, mientras con la otra envían a sus hijos lejos.
Los envían a universidades privadas, en apartamentos en Bogotá, en casas en Panamá, en másters en Europa o Estados Unidos .
Les pagan cursos de inglés de un año con el dinero que debió sostener una escuela o construir un parque, tienen fincas ganaderas en otras regiones que les den estatus de “Empresarios”.Y usted los reconoce: son los nuevos ricos… son esos que no eran los mejores estudiantes pero sí los que estaban dispuestos a hacer todo y pasar por todo, para llenarse los bolsillos ( hasta venderse en cuerpo y alma ) pero también son los nuevos mafiosos.
Se disfrazan de pueblo, pero viven como millonarios, y no es que sea malo progresar; lo malo es hacerlo a precio del futuro de nuestros hijos.
¿Y el pueblo? Mira. Calla. Aplaude.
Porque el pan de hoy vale más que el futuro de mañana.
Y así han saboteado esta tierra: no para abandonarla, sino para construir desde aquí el imperio que gobernará sobre nuestros nietos.
Nuestros jóvenes sin rumbo serán los empleados de sus herederos y ellos tendrán su pie en la nuca de nuestros hijos.
Y no. No me voy a callar.
Porque yo sé lo que es tener hambre.
Sé lo que es no tener padre.
Pero también sé lo que es ser hombre.
Este pueblo no necesita más promesas.
Necesita carácter. Necesita restaurar el valor del límite, del deber, del sacrificio.
Necesita que el padre vuelva, pero no como carne, sino como autoridad, por qué aunque usted ya no ame a la madre, ame su propia sangre y haga lo que debe.
Y que el bandido tema.
Que el bueno no se esconda.
Y que la mujer no tenga que ser heroína por obligación.
Porque mientras muchos hombres huyeron de su deber, fue la mujer sin capa, sin privilegios y sin descanso quien sostuvo esta sociedad.
Pero también es cierto: en su nobleza, a veces ha permitido que hombres sin carácter ocupen un lugar que no merecen.
Y esa compasión mal ubicada también nos ha costado caro.
Desde nuestra autoridad moral, desde nuestra verdad vivida y sufrida, debemos enfilar todas nuestras fuerzas para enfrentar sin miedo y sin pactos ese cáncer enquistado en la clase dirigente que, por más de treinta años, ha reducido este pueblo noble a un callejón sin salida.
Ya no es momento de pedir permiso. Es momento de tomar postura.
Porque si el hombre no se levanta, no habrá política, ni inversión, ni turismo, ni reforma que salve a estas islas.
Nos hundiremos no por el mar, sino por dentro.
Por la renuncia a ser quienes fuimos llamados a ser.
La reconstrucción no empieza en la asamblea.
Empieza en la casa.
Empieza en el alma del hombre.
Y si el padre no vuelve como fuerza, como conciencia, como autoridad
el crimen seguirá entrando por la puerta.
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