“Si bien la búsqueda de responsables es crucial para la justicia y la memoria histórica, también debemos reconocer que el sistema en el que estos actos se gestaron estaba viciado desde sus cimientos. Culpar solo a los ejecutores ignora el papel de quienes diseñaron y perpetuaron esta cultura”
“¿Quién dio la orden?”. Muy seguramente esta frase le traerá una posible imagen del forjado devenir histórico de nuestro país. Una imagen cruel y en-sí, lamentablemente, una imagen de la naturaleza misma del mal y la responsabilidad de aquellos quienes la perpetraron. Cuando nos preguntamos “¿Quién dio la orden?” buscamos comprender quiénes fueron los responsables directos de planear y ejecutar las ejecuciones extrajudiciales de civiles inocentes, presentándolos como guerrilleros muertos en combate. Sin embargo, esta pregunta también nos permite reflexionar acerca de cómo las estructuras institucionales y la presión de conformidad pueden influir en las acciones de las personas.
La «banalidad del mal» es un concepto que emerge del análisis de la filósofa alemana Hannah Arendt sobre el juicio de Adolf Eichmann. En el juicio del siglo pasado, Eichmann, oficial nazi que desempeñó un papel clave en el Holocausto, explicaba largamente como él solo estaba siguiendo órdenes. Arendt argumentaba que la falta de reflexión ética, la obediencia ciega y la rutina son los determinantes de la perpetración del mal. Esta perpetración del mal no es necesariamente intencionada, sino que deriva directamente de la deshumanización en las estructuras de poder. En nuestra época los “falsos positivos” son la encarnación de esa “banalidad del mal”. Los soldados colombianos, en su mayoría jóvenes y a menudo provenientes de los estratos más bajos del país, cometieron ejecuciones extrajudiciales donde presentaban civiles no beligerantes como bajas guerrilleras en combate. Todo esto con el propósito de inflar las estadísticas y demostrar que la Seguridad democrática era todo un éxito.
Así como Eichmann, los soldados eran condenados por aquellos actos. Pero, al igual que Arendt se cuestionaba la maldad del oficial nazi, nosotros debemos cuestionar si eran estos soldados malvados deliberadamente o no. Esto es fundamental porque, para la filósofa alemana, era aquí donde radicaba el problema, pues no debíamos centrarnos tanto en la maldad inherente de los individuos, sino en la falta de cuestionamiento y en la influencia de estructuras corruptas. Por ello es que nos preguntamos quién dio la orden, porque vemos que la línea entre la responsabilidad personal y predominio de la jerarquía se ha difuminado. Pensemos entonces esto: ¿son igual de responsables los que ejecutan las ordenes de quienes las dan? Lo sé, la respuesta no es simple. Si bien la búsqueda de responsables es crucial para la justicia y la memoria histórica, también debemos reconocer que el sistema en el que estos actos se gestaron estaba viciado desde sus cimientos. Culpar solo a los ejecutores ignora el papel de quienes diseñaron y perpetuaron esta cultura, es decir, la Seguridad democrática.
Entonces, ¿qué implica para nosotros responder quién dio la orden? La clave no está en señalar con dedo acusador a individuos aislados, sino en exponer las estructuras de poder, la corrupción sistémica y la influencia de una mentalidad de conflicto arraigada en Colombia. Podemos pensar incluso que estos sucesos devastadores de las anteriores décadas son producto de un discurso que se ha ido adaptando con los años: en Colombia hay un enemigo interno. Ahora, qué haremos antes sucesos de naturaleza idéntica, ¿cuestionaríamos ciegamente o nos atreveríamos a desafiar lo que sabemos que está mal? Es hora que sentemos lucha a estas manifestaciones de la «banalidad del mal» que han estado presente en Colombia de diferentes formas.
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