No me cabe la menor duda: no existen dos gaitanismos. La carga histórica, simbólica e identitaria del movimiento de masas liderado por Gaitán a mediados del siglo XX es inequívoca y se remite exclusivamente a un ideario político que cambió la historia del país. Corresponde a los historiadores acuciosos o a los politólogos obsesivos precisar que fue del gaitanismo tras el magnicidio de su principal dirigente; es decir, en qué corriente política derivó tras la hoguera de la Violencia y cuál es la paradigmática comprensión histórico-política del exterminio del pueblo gaitanista.
Es ese gaitanismo, con sus continuidades, rupturas, complejidades y persistencia —así sea desde el plano estrictamente discursivo— el que defiende, a capa y espada, Gloría Gaitán. No solo porque en su sangre descansa el peso simbólico de un dirigente que como pocos denotó un antes y un después en la historia patria, sino porque el devenir de su existencia se ha concentrado, con una notable intensidad afectiva y personal, en la defensa del recuerdo de su padre, así como del legado de su movimiento.
De ahí que sea compresible su profundo malestar con el “bautizo” oficial que, con la intención de avanzar en un tablero de la paz total, el Gobierno le otorgó al Clan del Golfo ya formalmente reconocido mediante la Resolución 294 del 5 de septiembre de 2025 como Ejército Gaitanista de Colombia —EGC—. Un Grupo Armado Organizado —GAO— que encarna a la organización armada ilegal más poderosa del país y que desde hace una década reivindica un gaitanismo en su autodenominación; primero, en condición de autodefensa, y desde hace aproximadamente un año, como ejército.
Considero que el tema es bastante complejo y no se reduce a una cuestión nominal. Con dicha autodenominación, el Clan del Golfo se busca posicionar —en clave tanto identitaria como histórica— en una especie de continuidad modernizada del ideario gaitanista, pero de entrada es una continuidad ficticia y viciada que nada tiene que ver con la gesta de Gaitán, sino con factores críticos de regulación armada asociados al control de un amplio portafolio de economías ilícitas. No estamos frente a una organización política alzada en armas.
Si lo que se busca problematizar es una probada capacidad de regulación social; es decir, un relacionamiento ascendente que el Clan del Golfo ha construido en los territorios donde opera, pues eso ya es otra cuestión. Qué el Clan del Golfo tiene incidencia político-electoral, de eso tampoco me cabe la menor duda; qué además goza de legitimidad social, pues también, solo hay que ver las correrías populares que aparecen cuando alguno de sus cabecillas es dado de baja; qué eso lo vuelve detentador de un ideario político de estirpe gaitanista, pues no.
Su autodenominación tan solo es un barniz con el cual buscan imponer un ficticio origen político. Y es una autodenominación problemática porque de tajo borra el sentido histórico, político y simbólico del gaitanismo asumiendo a sus seguidores en una actitud defensiva.
Seguidores que, a la cabeza de Gloría Gaitán, defienden lo que fue y lo que no es el gaitanismo. Que tienen la autoridad para denunciar su vaciamiento identitario como resultado de una estrategia nominal de engañoso posicionamiento político por parte de un actor armado ilegal. Que consideran un desacierto total que un Gobierno de izquierda, con un presidente que en su delirio discursivo se siente continuador de la gesta del caudillo liberal, reconozca oficialmente esa autodenominación.
También estoy seguro de que los defensores del gaitanismo, empezando por la aguerrida señora Gloría Gaitán, no son contrarios a la búsqueda de la paz. Su comprensible malestar —que a sus 88 años la llevó a padecer una huelga de hambre de cinco días que logró que Petro reconsiderara dicho reconocimiento— no tiene que ver con las tácticas o estrategias de un tablero de la paz total; se detiene, eso creo, en el reconocimiento oficial de una autodenominación que colisiona con la defensa del sentido histórico, identitario, político y simbólico de un gaitanismo que fue exterminado por la Violencia.
Concluyo esta breve columna planteando algunas preguntas: ¿En pleno siglo XXI: cuál es el gaitanismo realmente existente?; ¿Acaso, es el que reposa en los libros de historia o en la memoria de sus pocos defensores?; ¿Se convirtió el gaitanismo en un artefacto discursivo susceptible de ser vaciado en su dimensión histórica por organizaciones armadas ilegales?; ¿Quién, además de los gaitanista de sangre y apellido, actualmente defiende el verdadero y único gaitanismo?
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