Que vuelvan las mariposas amarillas.

A sí que construyamos juntos en medio de este clima tormentoso, y fiel abrigo de depredadores salvajes, para que después de que todo pase, volvamos a ver mariposas amarillas y sonrisas entre los que queremos.


Es frustrante escuchar, por estos últimos años, expresiones como: “Hay que acabar con ese guerrillero (Petro) y sus secuaces” o “Se debería exterminar a los de derecha”. Estas expresiones son el espejo de lo que somos como sociedad.

Es evidente pensar que los ánimos políticos están caldeados desde hace rato, y sobre todo en un país tan violento como Colombia, el cual está sufriendo una implosión política debido al manejo, poderoso y psicópata, de algunos lideres políticos. Pero esto no es un fenómeno reciente, esto es algo que ha estado incrustado en nuestra sociedad, incluso desde antes de ser república, la cual se alimenta de esas peroratas proselitistas que son comunes en mítines, en las cuales, lastimosamente, la gente cae engañada a causa de las emociones, que sienten en su piel, durante esos momentos.

Todo eso sale a relucir un año antes de las elecciones. Momento justo para que políticos, sin importar la corriente, encuentren el instante preciso y la excusa exacta para realizar campaña. Por lo tanto, recordando un gran libro llamado “¿Dónde Está la Franja Amarilla? “del célebre escritor William Ospina, recuerdo unas sabias palabras: “Colombia es el país de los odios heredados”. Una frase dura, pero acertada que cae como “anillo al dedo” en estos momentos.

Esos odios del pasado son los que crean ambientes, como los actuales, propensos a que la violencia se potencie y, que sin importar nada, permita que ocurran sucesos repudiables como el atentado al Senador Miguel Uribe. Ahora, nuestro presente sigue manchándose de la misma forma como ya fue manchado nuestro pasado. Pero… ¿Es justo? La respuesta corta es Si. Y es Sí porque, aunque seamos el país “Del sagrado corazón”, no entendemos un concepto fundamental de la vida que es: amarnos. Y en medio de la diferencia respetarnos. Mientras en nuestros colegios y hogares no se enseñe esa palabra “Amor” —No me refiero al amor de enamoramiento, aunque cualquier forma de amor es válida, incluida la homosexualidad y demás expresiones de este—Dicha palabra, que se compone de 4 letras, es muy importante para el desarrollo de la sociedad, debido a que esta permite, por encima de todo, una interlocución afectiva, fundamentada en la no violencia.

No obstante, ese amor debe ir acompañado de un cambio sincero y desinteresado por parte de todos, pues si no se da esto seguiremos perpetuándonos a la violencia.

Entonces, este es el momento de apaciguar las aguas, aguas rebeldes como las olas del mar, que se ponen aún más histéricas en la pre-contienda electoral, fruto de la estrategia de aquellos que, dividiendo, creen que habitarán en la Casa de Nariño.

Por lo tanto, debemos ir rumbo a construir un país para todos (incluido cualquier tipo de género) donde prevalezca la vida y no la muerte, pues más muertos no se necesitan. Necesitamos la política de la paz y reconciliación, y procurar que cuando esa paloma de la paz trate de volar, la invitemos a dialogar, con tinto y pan, pues así es como de verdad se solucionan los problemas.

A ustedes, jóvenes como yo, los invito a alejarse de eso que muy bien denomina William Ospina, que son los “odios heredados”. Nosotros somos el presente de este país o ¿Acaso queremos repetir la historia ensangrentada que nos persigue? Yo creo que no.

Se auguran tiempos difíciles, pero con corazones llenos de amor se pueden soportar. Todo lo malo pasará. Lo que en verdad quedará marcado será como afrontemos esta situación, pues eso nos distinguirá o nos hará iguales.

A sí que construyamos juntos en medio de este clima tormentoso, y fiel abrigo de depredadores salvajes, para que después de que todo pase, volvamos a ver mariposas amarillas y sonrisas entre los que queremos.

Jesus David Rey Parra

Soy estudiante de Ciencia Política de la Universidad Javeriana (sede Bogotá)

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