En cada sala de audiencia de Colombia no solo se juzgan delitos: se pone en juego la confianza de una sociedad entera. Más allá de los expedientes, se libra una batalla silenciosa y crucial: ¿cuándo una palabra vale realmente la pena escuchar?
Cuando el Delincuente se Vuelve Testigo. Hoy, nuestro sistema judicial se enfrenta a un dilema complejo. ¿Puede construirse justicia sobre los testimonios de quienes alguna vez hicieron añicos la ley y la institucionalidad?
Por años, se ha asumido que cualquier persona puede aportar a la verdad, sin importar su pasado. Así, un exparamilitar, un narcotraficante o incluso un sicario pueden ser considerados testigos válidos. La lógica parece sensata: ¿quién mejor que ellos para revelar cómo opera el crimen?
Pero hay un detalle incómodo que a veces se pasa por alto: estos testimonios no vienen gratis. A menudo están motivados por beneficios judiciales, reducción de penas, o protección estatal. La verdad, entonces, deja de ser un acto moral y se vuelve una transacción.
El Giro Inesperado de la Credibilidad
Es paradójico. Personas que durante años infundieron terror ahora se convierten en pilares de justicia. Sus palabras, antes temidas, ahora se toman como prueba. ¿Es posible confiar en quienes mintieron durante décadas? ¿Podemos reconocerles autoridad moral en una sala de justicia?
Cuando el Testimonio Toca lo Político
La polarización complica aún más el panorama. Si el testimonio apunta a un personaje político, se vuelve campo de batalla. Para unos, todo criminal es fuente confiable si acusa a sus adversarios. Para otros, ningún criminal merece ser escuchado.
Este tipo de juicios contaminados por ideologías no solo envenenan el debate, sino que erosionan la fe en nuestras instituciones. La justicia deja de ser justicia si sirve a intereses partidistas.
El Riesgo de Premiar la Narrativa Más Conveniente
En este escenario, los incentivos son peligrosos. Algunos delincuentes comprenden rápido que colaborar puede ser más rentable que callar. Y no todos los relatos que entregan están basados en hechos: muchos son construidos a medida de lo que el sistema quiere oír.
Así, el ciudadano honesto, el que nunca infringió la ley, queda en desventaja. Su palabra parece valer menos que la del arrepentido.
¿Y Ahora Qué?
No se trata de ignorar los testimonios de quienes estuvieron del lado oscuro. Ellos pueden tener información valiosa para esclarecer la verdad. Pero sí debemos exigir reglas claras: que esos testimonios se corroboren, que se analicen con lupa, y que no sean aceptados sin más.
La sociedad necesita jueces que no se dejen llevar por intereses, sino por evidencia sólida. Necesita una justicia que no se incline hacia extremos políticos, sino que mantenga su integridad.
La Verdad No Se Vende
La credibilidad no se gana con una declaración. Se construye con coherencia, con actos, con vida. No se puede otorgar por decreto ni negociar en tribunales.
Y si como sociedad empezamos a devaluarla, corremos el riesgo de perder mucho más que una condena o un fallo judicial: perdemos nuestra fe en la justicia misma.
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