Enfrentarse a situaciones en donde se deba verbalizar nuestra procedencia no debe generar vergüenza
Desde hace unas décadas se ha venido omitiendo el honor de pertenecer a la idiosincrasia descentralizada de las ciudades, a los lugares que aún conservan la tradición de los abuelos y las memorias de un pasado campesino. Nuestra sociedad idealiza el éxito y esconde el origen a cambio de ser aceptado en la metrópoli carente de esencia y sensibilidad.
El afán más grande es terminar el ciclo de la educación básica secundaria para salir a buscar oportunidades a las grandes ciudades y rogarle a Dios que esa oportunidad nos impida volver en años, pero por si acaso se vuelve se debe llegar lo más cambiado posible para que no se note lo campesino y podamos confrontar con la familia o amigos ese progreso superior de ya no ser de pueblo.
Aun así, entendemos que las posibilidades en la mayoría de nuestros municipios son más reducidas en aspectos como cobertura de la salud, acceso a la educación de calidad, reducción de la pobreza entre otras vertientes que ponen en manifiesto una desigualdad muy típica de nuestro país, pero que en ningún caso debe servir como excusa para no darle mérito a nuestro lugar de nacimiento y peor aún pregonar que nacimos en la ciudad y que al pueblo solo vamos a pasear, cuando en realidad los documentos de identidad indican lo contrario.
Enfrentarse a situaciones en donde se deba verbalizar nuestra procedencia no debe generar vergüenza, porque la vergüenza es un asunto de perdida de dignidad o un sentimiento de incomodidad producido por el temor de hacer el ridículo y que para este caso carece de sentido, más bien, son los prejuicios, lo culturalmente aceptado o preceptos que se tienen con las personas de los pueblos lo que causa esa profunda ambivalencia de críticas.
Por su parte, el termino ‘ser creído’, es concebirse superior a los demás, a los ‘pobres campesinos’ y a los ‘montañeros’, es la errónea incapacidad de hablar con ellos, compartir un lugar con ellos u omitirlos del discurso sin tener en cuenta que son barreras ficticias y banales que dan cuenta de una incompetencia humana de saberse semejante al otro. Además, es no contemplar la importancia de los pueblos para la economía y no reconocer a más del 30% de colombianos que según el DANE se dedican a labores en la ruralidad y de agricultura, a tareas tan indispensables para nuestra subsistencia.
Es por eso que generar pedagogía sobre el orgullo, honra y dignidad de nacer, crecer, vivir y morir en un pueblo es una tarea que ojalá compartamos todos, en donde podamos transmitir la historia, cultura, diversidad de paisajes, música, danza, gastronomía, acentos y a grandes rasgos toda la fascinación que se guarda en estas cunas. Debemos ser capaces de mirarnos con los mismos ojos, no bajar la cabeza y dejar de lado todos los convencionalismos a los que estamos acostumbrados.
En resumen, podemos salir del pueblo, pero no el pueblo de nosotros y si Encanto ya nos mostró el realismo mágico, ¿Por qué no hacerlo nosotros mismos?
Soy feliz de ser de campamento . Y orgullosa me siento . Además mi familia vive allá . Mi madre mis hermanos . .