¿Qué le pasa a la escuela?

Las aulas y algunos docentes siguen reproduciendo modelos de enseñanza industrializados, diseñados para formar estudiantes para el trabajo, en obediencia y repetición sin criterio, no para cultivar pensamiento autónomo en los niños y jóvenes


Anclado en métodos tradicionales y antiguos, el sistema educativo actual, sigue perpetuando dinámicas de castigo y humillación que lejos de fomentar el aprendizaje, generan miedo y resentimiento en los estudiantes. La creencia de que el sufrimiento forja el carácter sigue justificando sanciones físicas y psicológicas como gritos, burlas y la exposición pública de errores, prácticas que atentan contra la dignidad de los alumnos y su desarrollo emocional. En lugar de promover la curiosidad y la confianza, la educación autoritaria impone un ambiente de represión donde la palabra del maestro es incuestionable, reprimiendo cualquier intento de pensamiento crítico o participación y enseñando a obedecer sin saber la razón. Esta estructura vertical y rígida convierte las aulas de clases en un espacio de subordinamiento a una “autoridad” en lugar de un entorno de exploración, aprendizaje y crecimiento.

Además, el énfasis en la memorización mecánica en lugar de la comprensión real del conocimiento sigue siendo una de las grandes fallas del sistema educativo, los estudiantes son entrenados para repetir información sin cuestionar y sin analizar, memorizando conceptos únicamente para aprobar exámenes sin entender su aplicación en la vida cotidiana o incluso su impacto en la sociedad, ciencia, etc. Este enfoque no solo destruye la creatividad, sino que también impide y apaga el desarrollo de habilidades esenciales como el razonamiento crítico, la resolución de problemas, la investigación, la síntesis, el análisis y la reflexión, también, genera dependencia a los métodos pasivos, porque se acostumbran a estudiar repitiendo y surge la dificultad de aplicar lo aprendido acompañado del olvido rápido. En un mundo donde la información está al alcance de un clic, resulta absurdo seguir viendo al maestro como la única fuente de conocimiento, ignorando que el aprendizaje debería ser un proceso colaborativo, dinámico, adaptado a las necesidades de la actualidad y, sobre todo, sin sufrimientos.

A esta crueldad académica se le suma la desconexión entre lo teórico y lo práctico, una brecha que profundiza el vacío que hay en la experiencia educativa de los estudiantes en la actualidad. Las aulas y algunos docentes siguen reproduciendo modelos de enseñanza industrializados, diseñados para formar estudiantes para el trabajo, en obediencia y repetición sin criterio, no para cultivar pensamiento autónomo en los niños y jóvenes. Se presenta el conocimiento como algo acabado, lejano y sin relación con la realidad ni el contexto de los estudiantes, lo que genera desinterés, apatía y una sensación de inutilidad del saber escolar, teniendo en cuenta que la mayoría de estos contenidos no están en actualización y se siguen enseñando como en la antigüedad.  En lugar de experimentar, indagar y construir conocimiento desde su contexto o su realidad los estudiantes se ven obligados a memorizar contenidos desarticulados, desconectados de su cotidianidad, sin oportunidad de comprender cómo ese saber se traduce en la vida real y más aún, como lo pueden aplicar a mediano o largo plazo.

En este panorama, el estudiante es reducido a un recipiente vacío que debe ser llenado con información, como si aprender fuera un acto pasivo y mecánico, o de solo dar sin importar si se comprendió o no, o una tarea solo del profesor, quien se encarga de llenar recipientes de contenidos sin razonamiento crítico, incluso hasta de los mismos profesores. Este modelo está diseñado para ignorar por completo las potencialidades del ser humano como sujeto reflexivo y creativo, y como un ser que siente, sobre todo. Se anula su voz, su capacidad de cuestionar y proponer y se limita su participación a repetir lo que se le dicta, sin una razón lógica o por lo menos útil. De esta manera, la escuela no sólo fracasa en formar estudiantes-ciudadanos críticos y comprometidos con su entorno, sino que también perpetúa, alarga y no hace nada por cambiar los ciclos de aprendizaje superficial que no transforman y no son significativos. Surge entonces la posibilidad de repensar las metodologías educativas desde una mirada más humana, contextual, participativa e inclusiva donde el conocimiento se construya con sentido y en diálogo constante con la realidad, sin pretender que todos los estudiantes y docentes caben dentro del mismo molde que ha “funcionado” a lo largo de la historia y que evidentemente ya está obsoleto.

Entonces, ¿qué le pasa a la escuela?, ¿por qué no se le presta atención a la crueldad que hay detrás de todo esto? Surgen preguntas que nadie va a contestar, pero sigue el cuestionamiento de la realidad, ¿tan poco le conviene al sistema desarrollar y potenciar las habilidades de los estudiantes en lugar de llenarlos de información que solo memorizan por horas? ¿por qué se le apuesta tan poco a la práctica de los textos y contenidos estudiados y memorizados en clases?

Ana Sofia Cardona Arango

Soy estudiante de Licenciatura en Ciencias Naturales, encuentro en el arte, la educación y la ciencia un motor de inspiración. Mi formación y compromiso se enmarcan en una postura crítica hacia los métodos tradicionales y obsoletos de enseñanza, especialmente aquellos que reproducen una educación exclusiva, rígida y puramente teórica. Creo en una educación viva, inclusiva y significativa, capaz de transformar realidades y construir aprendizajes auténticos.

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