¿Qué es la comunicación?

Esta pregunta no me deja dormir. Voy en octavo semestre de comunicación social y periodismo y confieso que me quedé pensando por varios minutos hace tan sólo unos meses cuando en clase el profesor nos hizo esta pregunta. Por lo menos ya no tengo que pensar qué responder cuando me preguntan qué hace un comunicador, como hace varios semestres.  

La comunicación, en el contexto en que vivimos hoy, no puede entenderse sólo como el simple intercambio de información. Comunicar es, también, intentar darle forma al mundo, es construir sentido, es afectar y ser afectado. Es un proceso social, cultural y político, profundamente vinculado al cuerpo, al deseo, al poder y a la tecnología.

Me gusta dividir la palabra comunicación en dos: Común – acción.

Podemos empezar comprendiéndola desde una perspectiva cultural, analizando a autores como Sara Ahmed (2015), quien nos enseña que comunicar no es sólo transmitir un mensaje, sino movilizar emociones, generar proximidades o rechazos, producir pertenencias o exclusiones. Las emociones no están separadas de la comunicación: circulan en ella y la hacen posible. Por eso, cuando hablamos, cuando escribimos, cuando compartimos, también estamos sintiendo, imaginando y construyendo vínculos.

Esto nos podría hacer caer en el lugar común de decir que la comunicación está en todo, y sí. Las emociones hacen parte fundamental del ser humano, es la parte más importante de su evolución, y parte de ella se vio por procesos de comunicación que aceleraron el proceso evolutivo de la civilización y aseguraron la supervivencia de la especie humana por encima de sus contrincantes primitivos.  

Para Eva Illouz (2012), la comunicación amorosa y emocional está mediada por bienes culturales como la música, el cine o las redes sociales. En este sentido, comunicamos también a través de los productos que consumimos, de las canciones que nos representan, de las palabras que tomamos prestadas para nombrar lo que nos pasa. La comunicación es una forma de simbolizar nuestras emociones, de organizarlas, de convertirlas en relatos que puedan ser comprendidos por otros.

La comunicación nos hace seres empáticos. Nombramos nuestras emociones porque nos sentimos reflejados en las emociones y experiencias de los demás. Por eso los bienes culturales son parte de nuestra vida, porque replicamos lo allí plasmado y lo relacionamos con nuestra propias experiencia de vida cotidiana.

Michel Foucault (1975/2000) nos ofrece otra clave fundamental: la comunicación está atravesada por relaciones de poder. No todos los mensajes circulan con la misma fuerza ni todas las voces son escuchadas con la misma legitimidad. Comunicar también es decidir qué se dice, quién lo dice y quién tiene derecho a decirlo. Por eso, la comunicación es una herramienta de control, pero también una forma de resistencia: se puede someter con la palabra, pero también se puede liberar.

Foucault explora el poder desde distintos ángulos. El poder ejercido desde la comunicación es uno de mis favoritos. En toda sociedad, por más democrática que sea, predomina siempre el discurso más potente. El poder lo tiene quien sea capaz de comunicar lo que quiere transmitir. Y se ve reflejado en la novela Las malas, una sociedad que define qué está bien y qué está mal, somete a un sector de la sociedad que define como el mal, hasta que lo excluye, lo margina y lo violenta.    

En el contexto del capitalismo contemporáneo, Gilles Lipovetsky (1983/2006) y Richard Sennett (2006) muestran que la comunicación ha sido transformada por la lógica del consumo, lo cual también evidenciamos en la novela: la lógica del consumo se volvió rápida, ligera, emocional, desechable. Vivimos rodeados de mensajes que nos invitan a comprar, a mostrarnos, a producir una versión atractiva y aceptable de nosotros mismos. En este sentido, comunicar es también negociar constantemente nuestra imagen, buscar reconocimiento y, muchas veces, soportar el vacío de vínculos frágiles.

El narcisismo entra también como columna de esta lógica del capitalismo contemporáneo. Cómo me vendo, centrándome en el yo; el yo, el yo y el yo es lo único que importa. Y cómo se ve el yo.

En el ámbito latinoamericano, autoras como Sayak Valencia (2010) explican que en contextos marcados por la violencia estructural, la comunicación también puede ser una forma de dolor, de exclusión o de muerte simbólica, como ocurre en el capitalismo gore. En estos escenarios, el silencio, la invisibilización y la estetización del sufrimiento son también formas de comunicar una jerarquía brutal de lo que vale y lo que no.

Con estas miradas podemos decir que la comunicación es la construcción social que conecta nuestros cuerpos, emociones, discursos, memorias y deseos. No sólo decimos cosas, construimos realidades, compartimos heridas, proyectamos futuros, oprimimos o liberamos.
Es un acto cotidiano, pero también una fuerza histórica y cultural.
Una palabra, una canción, un silencio o un cuerpo visible en el espacio público, en el espacio común: todo eso comunica.

Vuelvo al principio cuando dije que la comunicación es la común – acción. Para mí, comunicar es actuar sobre el otro, construir lo que se considera verdadero, emocionalmente legítimo y políticamente aceptable. Esta idea no sólo la concluyo de los distintos teóricos que mencioné arriba, sino que también la veo en la literatura, en la novela Las malas de Camila Sosa Villada. Allí, la comunicación se vuelve cuerpo, resistencia, afecto y memoria: una forma de existir cuando el mundo insiste en negar la existencia de ciertos cuerpos y voces.

Desde la teoría cultural, Sara Ahmed nos dice que:

“las emociones no son simplemente algo que se tiene, sino que se hacen y rehacen en el contacto con los otros” (Admed 2015 p. 12).

Esto quiere decir que comunicar no es sólo hablar: es sentir y hacer sentir. En Las malas, la tristeza compartida entre travestis, los gestos de la tía Encarna, el lenguaje popular lleno de cariño y violencia, la forma de cuidado, como si fueran madre, de El brillo de los ojos, son formas emocionales de comunicación que tejen comunidad y refugio en medio de la exclusión social a las que son sometidas. Pero también son una forma de amor.

Eva Illouz, por su parte, muestra cómo el amor y el sufrimiento amoroso están estructurados culturalmente cuando afirma:

“El lenguaje del amor ha sido moldeado por siglos de cultura sentimental, por narrativas que nos enseñan cómo debemos sentir” (Illouz 2012, p. 61).

En la novela, Camila —la protagonista— comunica su deseo, su angustia y su nostalgia usando palabras prestadas por canciones, gestos, recuerdos y frases aprendidas, todas cargadas de una historia emocional colectiva que hace posible narrar la propia vida desde la herida, pero también desde la belleza de otros.

En su texto Defender la sociedad, Michel Foucault nos dice que:

“…el poder produce realidad, produce dominios de objetos y rituales de verdad (Foucault, 2000, p. 35).

Para Foucault, comunicar también es ejercer poder, decidir qué cuerpos importan, quién puede hablar, quién puede ser escuchado. En Las malas, los personajes habitan el lenguaje como trinchera: lo vulgar, lo marginal y lo sagrado se mezclan para decir lo que el discurso médico, policial o religioso niega. Por eso, la novela se convierte en un acto de contra-comunicación, una toma de palabra desde el margen.

Sayak Valencia señala que vivimos en un sistema donde la violencia y la muerte se convierten en mercancías simbólicas:

“El capitalismo gore convierte los cuerpos en plataformas para el consumo del dolor” (S. Valecia 2010, p. 105).

Esta violencia no sólo se ejerce físicamente, sino también simbólicamente, a través del silencio, la invisibilización o el insulto. En Las malas, esa violencia se comunica en cada cuerpo perseguido, pero también en la potencia con la que esas mismas voces narran sus vidas, sin pedir permiso para existir.

La misma autora hace un ejercicio de poder por medio de la comunicación. Denuncia los tipos de violencias de los que son víctimas los travestis, usa la comunicación para dar a conocer problemáticas que muchas personas ignoran y expone a sectores de su sociedad homofóbicos, transfobicos, machistas, abusadores, maltratadores y victimarios. Es el poder denunciado por la comunicación, que a su vez se convierte en contrapoder.

Richard Sennett y Gilles Lipovetsky exploran cómo la comunicación ha sido transformada por el nuevo capitalismo. Para Lipovetsky, vivimos en

“una era de individualismo narcisista, donde se multiplica la expresión, pero disminuye el compromiso” (R. Sennett y G. Lipovetsky 2006p. 23).

En contraposición, Las malas muestra otra posibilidad: una comunicación íntima, afectiva, cargada de cuidado, donde el vínculo no es funcional ni superficial, sino profundamente político.

Por eso, este ensayo parte de la siguiente idea: comunicar es un acto vital, un ejercicio de memoria y deseo, un modo de resistir la muerte simbólica que impone el lenguaje oficial. A través de los cuerpos y las voces travestis de Las malas, Camila Sosa Villada nos muestra que la comunicación también puede ser un milagro: el milagro de decir “yo existo” en un mundo que las niega.

En Las malas, la comunicación se manifiesta como una herramienta de resistencia y afirmación identitaria para las protagonistas travestis, quienes enfrentan una sociedad que las margina y violenta. Esta forma de comunicación va más allá del intercambio de palabras; se encarna en gestos, silencios, miradas y actos de cuidado que construyen una comunidad alternativa frente al rechazo social.

En este contexto, Las malas presenta una forma de comunicación que desafía estas tendencias, construyendo una comunidad basada en el cuidado mutuo y la resistencia compartida. Las protagonistas utilizan la comunicación no sólo para expresar sus emociones, sino para afirmar su existencia y reclamar su lugar en el mundo.

En Las malas, la comunicación no es un lujo, ni un mero acto funcional y evolutivo: es una necesidad vital. Es el modo en que los cuerpos travestis, desplazados por el lenguaje hegemónico, recuperan el derecho a ser nombrados, a narrarse, a inscribirse en la historia sin pedir permiso. Como ha mostrado Eva Illouz (2012), el dolor amoroso, la nostalgia o el deseo no son vivencias privadas, sino que están atravesadas por marcos culturales que les dan sentido y legitimidad. En la novela, esos marcos no son los del amor normativo ni los de la familia tradicional, sino los del afecto entre pares, los de una comunidad que se comunica a través del dolor, pero también, paradójicamente, de la ternura.

La comunicación en este texto no se limita al diálogo verbal. Como enseña Sara Ahmed (2015), las emociones se mueven entre cuerpos, objetos y símbolos, y en Las malas, las miradas cómplices, las frases dulces, el modo de cuidar o de insultar entre amigas, son expresiones emocionales que desafían una cultura que pretende silenciar esos cuerpos. Por su parte, Foucault (2000) nos recuerda que el poder actúa a través del lenguaje, y que quien controla el discurso controla también lo que puede ser dicho. En esta obra, Camila Sosa Villada rompe el lenguaje tradicional y crea uno nuevo, donde lo sagrado y lo vulgar conviven, y donde la palabra se vuelve herramienta de resistencia.

En medio de un mundo moldeado por el capitalismo emocional y simbólicamente violento que describen autores como Lipovetsky (2006) y Sennett (2006), donde reina el narcisismo, la velocidad y la fragilidad de los vínculos, la novela Las malas propone otro modelo de comunicación: más lenta, más sensible, más comprometida. Una comunicación que cuida y que construye lazos allí donde otros ven sólo cuerpos marginales. Como dice Sayak Valencia (2010), en contextos donde la violencia convierte vidas en mercancías, contar la vida propia ya es un gesto político, y hacerlo desde el margen es una forma de desactivar el aparato simbólico de la exclusión.

Esta novela no sólo representa una historia de vidas opositoras a lo tradicional, sino que se convierte ella misma en una forma de comunicación que resiste, que abriga, que repara. Y en ese gesto literario, también se abre un lugar para pensar la comunicación como una práctica afectiva, política y profundamente humana.

La comunicación es resistencia, es poder, es expresión. La comunicación es emoción, es un cuerpo incomodo, maltratado, marginado. Es la historia de la humanidad, es la misma humanidad. Lo humano.

Referencias

  • Ahmed, S. (2015). La política cultural de las emociones. Madrid: Traficantes de Sueños.
  • Foucault, M. (2000). Defender la sociedad. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • Illouz, E. (2012). ¿Por qué duele el amor? Una explicación sociológica. Katz Editores.
  • Lipovetsky, G. (2006). La era del vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
  • Sennett, R. (2006). La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.
  • Valencia, S. (2010). Capitalismo gore. Barcelona: Melusina.Principio del formulario

Leonardo Sierra

Soy bogotano, me gusta leer, amante del arte, la literatura, y la música. creo en el cambio, así que propongo cambios para esta sociedad colombiana en la que vivo, creo en la paz, la reconciliación y el perdón. respeto y defiendo toda clase de libertad y expresión.

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