“Ha sido un año bastante difícil para el país, han sucedido cosas inesperadas para muchos, esperadas para otros. Pero nuestro amor por esta tierra que nos vio nacer debe ser más fuerte y más amplio que los deseos de un presidente que complace al crimen y que repugna a los colombianos.”
En días pasados el grupo narcoterrorista del ELN amenazó de muerte al Fiscal General de la Nación, Francisco Barbosa; a la senadora por el Centro Democrático, María Fernanda Cabal y al General retirado del Ejército, Enrique Zapateiro. El plan criminal se descubrió gracias a la inteligencia militar y comunicado a la Fiscalía General para su respectiva investigación.
Las amenazas de muerte no son un tema menor. Claro, algunas personas dirán que hay escándalo por estas situaciones cuando se trata de políticos y personalidades del poder, pero no cuando se trata de la población civil y tienen razón.
¿Pero por qué se levanta un gran polvorín cuando amenazan a algún político o a algún funcionario? El tema tiene que ver que aquellas personas que ostentan algún poder tienen algunos márgenes de maniobra que tocan otros poderes, estos oscuros y tenebrosos.
El grupo terrorista autor de aquellas amenazas son el ELN, que, según el gobierno, están en conversaciones y en un cese al fuego, es decir, que las hostilidades cesaron por parte de ese grupo criminal y el Estado también los deja de perseguir.
Lo que sucede es que este grupo no ha cumplido con el cese de hostilidades, es más, sus acciones terroristas se han intensificado en grado sumo y, lo que es peor, el gobierno no tiene el control de las negociaciones con el ELN, en otras palabras, desarmaron al gobierno y se le burlan en la cara.
Creeríamos los que pensamos en la buena fe de las personas que cuando hay una negociación de por medio se deben respetar los acuerdos y las condiciones para que todo marche lo mejor posible. En Colombia nos hemos equivocado porque confiamos a pie juntillas y a ojos cerrados en criminales, que, por su naturaleza, nunca cumplen nada y hacen daño.
Lo que busca el ELN es atemorizar al pueblo colombiano, generarle terror para que la población se sienta acorralada y obliguen al gobierno de turno a negociar según sus peticiones e intereses y no les importa hacer que lo que tengan que hacer para lograrlo.
Este gobierno, yo me refiero a él como régimen, y no porque quiera o porque mi oposición ciudadana sea un deporte y entonces me divierta fastidiando al presidente, sus ministros y a los esbirros que tiene en el Congreso, ¡no!, me refiero a él como régimen porque sencillamente su comportamiento así lo evidencia. No hay orden en el ejecutivo y apela a la confrontación con la ley.
La pregunta que me hago todos los días y creo que millones de colombianos también la hace, es: ¿para dónde va el país? Colombia cumple un año del mandato de Gustavo Petro y los resultados en casi todo son negativos, si hay algo que salvar, se puede contar con los dedos, el resto de cosas están abandonadas a la suerte y al capricho de Petro.
No solamente es el ELN y otros grupos criminales los que están infundiendo el miedo entre la población con sus actos terroristas – el ministro de defensa hace unos días reconoció, pero con cinismo, que el secuestro durante el régimen de Petro había aumentado en un 90%, ¡es una barbaridad! – sino que es el mismo régimen que también inspira el miedo y el terror con sus decisiones y con sus propuestas de reforma – que ojalá no pasen porque, ahí sí, Colombia se va para el carajo –.
Muchos colombianos votaron por Petro confiando en él y su propuesta de “cambio”, de buena fe lo hicieron muchos, otros quizás votaron por Gustavo por identificación ideológica y nada más, pero en general confiaron en que este señor iba a hacer las cosas diferentes, diferente a los anteriores gobiernos, nada de corrupción, ni de marrullas, ni trampas, alejado totalmente de los acuerdos politiqueros y burocráticos y que, por fin, Colombia transitaría de un Estado cooptado por la corrupción a un Estado del “pueblo y para el pueblo”. Desafortunadamente para quienes confiaron en él no fue así. Quienes tuvimos reparos a su propuesta porque la considerábamos populista y demagoga sabíamos, a nuestro pesar, que el país en vez de mejorar iba a empeorar. Desgraciadamente para el país, lo estamos viviendo y soportando.
Siempre deseaba que a Petro le fuera bien por el bienestar del país, es decir, que sus decisiones las tomara con aplomo y sabiendo que su rol no era nada distinto que el de Jefe de Estado. Pensaba yo que la actividad electoral ya había pasado y que las mentiras ya las dejaría a un lado y se sentaría en su oficina a pensar con cabeza fría lo que le conviene al país y lo que no. De nuevo me equivoqué. El presidente siguió en campaña desde la presidencia y descuidó completamente a la nación.
Comprendo que con todo lo que está pasando el pueblo de Colombia tenga miedo, y no es un miedo infundado, sino un miedo que se basa en la realidad, y no hay mayor y mejor verdad que la realidad. Me consuelo de todo este desastre generado por Petro cuando reflexiono y me acuerdo que en este país las instituciones, por ahora – ojalá no se acaben o las dinamiten poco a poco – son fuertes y pueden, creo yo, soportar los zarpazos de un presidente que nunca estuvo preparado para serlo y que cuando llegó no supo que hacer porque una cosa es hacer campaña y hablarle al mundo de cosas utópicas y otra es sentarse y tomar decisiones no para una o dos personas sino para millones.
Ha sido un año bastante difícil para el país, han sucedido cosas inesperadas para muchos, esperadas para otros. Pero nuestro amor por esta tierra que nos vio nacer debe ser más fuerte y más amplio que los deseos de un presidente que complace al crimen y que repugna a los colombianos. Nosotros nos hemos caracterizado por ser valientes, la historia lo prueba, así que, aunque sentimos miedo que es natural, no podemos permitir que el miedo prevalezca. El miedo no puede triunfar. Sigamos defendiendo a Colombia desde cualquier trinchera.
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