“Esta idea de modernizar a los pueblos resultó siendo todo un genocidio cultural”
La Reina Victoria de Inglaterra se encargó de marcar historia para ser recordada más tarde como la “abuela de Europa” y la autora intelectual de los planes que permitieron al imperio británico ser reconocido como el más extenso en territorio de toda la historia. La ocurrencia y “elegancia” de esta monarca logró dejar inmortalizadas algunas frases que, aunque para la época podían sonar empoderantes y dignas de una soberana, en la actualidad no solo caen en discursos clasistas, racistas y excluyentes, sino también han mantenido viva la narrativa de ver a los miembros de la élite británica como los salvadores y verdaderos constructores de la sociedad moderna y futurista europea.
El legado de Victoria ha moldeado el carácter de los posteriores monarcas y más que cualquier otro, el de su tataranieta, la reina Isabel II, quien ha logrado permanecer en el trono por más años que Victoria y ha tenido un papel difícil, modernizante e histórico para Europa y sus “súbditos”, quienes se encuentran felices, satisfechos e incluso identificados con la cara nueva que esta monarca ha traído para la familia real actual, los Windsor.
La polémica que ha crecido en los últimos meses en torno a estos dos personajes británicos se ha desatado luego de que algunos investigadores encontraran restos de niños indígenas en lo que fueron o aún son colegios/internados canadienses, haciendo que la situación se convierta en una bola de nieve que va creciendo cada vez que información nueva sobre el tema sale a la luz pública.
Desde 1863 hasta 1998, más de 150.000 niños indígenas fueron separados de sus familias debido a un “acuerdo” firmado entre la Reina Victoria y pueblos aborígenes, donde se tenía como objetivo recluir a los infantes en colegios administrados por el gobierno y la Iglesia Católica donde pudieran ser educados de manera adecuada y de “calidad” para lograr que estos se comportaran de acuerdo a la sociedad “moderna” canadiense; no se les permitía hablar su idioma o practicar su cultura y muchos eran maltratados y sufrían abusos. En pocas palabras, esta idea de modernizar a los pueblos resultó siendo todo un “genocidio cultural”.
Estos internados continuaron funcionando durante el reinado del hijo de Victoria, Eduardo VII; quien fue su nieto, el rey Jorge V; su bisnieto y quien abdicó por amor, Eduardo VIII; el padre de la reina Isabel, Jorge VI y, por si fuera poco, Isabel II continuó con este horroroso legado victoriano hasta 1996.
Ahora, a pesar de que todas las autoridades pertinentes han salido a pedir disculpas por su papel y los múltiples proyectos para matar a los indigenas y su cultura, parece que no han sido suficientes los intentos del gobierno y la Iglesia Católica por redimirse con su gente. Además, la furia de los canadienses ha aumentado en los últimos días debido a que la monarca, Isabel II no ha salido a dar ninguna explicación, declaración o al menos unas palabras de aliento a los pueblos que tanto sufrieron por culpa de sus acciones y las de sus antepasados. Tras esto, la protesta no se hizo esperar en forma de plantones, marchas, quema masiva de iglesias y derribo de las estatuas emblemáticas de las dos monarcas principales de esta historia.
Mientras que los afectados sufren y exigen la verdad de esta penosa y trágica situación, la familia real se divierte apostando cantidades astronómicas en hipódromos lujosos ingleses, bailes reales extravagantes y viajes a destinos exóticos financiados con el dinero del pueblo que, tal y como los ha ayudado a permanecer en el trono, en cualquier momento podrían hacer lo posible para derrocarlos y hacer justicia luego de tantos años de opresión y mentiras enterradas e incineradas en los lugares más recónditos de lo que fue el Imperio Británico.
Por lo pronto nos queda recordar la frase dicha alguna vez por la Reina Victoria: “algunos nacen con más suerte que otros”, para así recordarnos que la única suerte que le permitió tener tal poder a estos monarcas fue haber nacido bajo una institución poderosa sostenida por sus súbditos que, para su suerte tienen la desgracia de ser sometidos por su soberano endiosado.
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