La política debe ser un reflejo y una extensión de lo que la vida hace todo el tiempo, e incluso la sabiduría milenaria de una célula: cooperar para evolucionar.
Las fórmulas de la mecánica política tradicional, rígidas y basadas en viejos paradigmas e ingredientes como la lucha de los opuestos y la lógica asfixiante de amigos-enemigos, no generan respuestas satisfactorias a las necesidades sociales de hoy. No resuelven, incluso, los propios meollos a los que conlleva la mecánica política y ponen un tope a la posibilidad de expandir las posibilidades del desarrollo.
Las transformaciones sociales positivas, que deben ser consecuencia del ejercicio y de la actividad política –en los términos amplios de la palabra Política-, son lentas o imposibles de conseguir cuando a la Política no se le agregan propiedades emergentes que la hagan más integral y a la vez más efectiva.
¿Propiedades emergentes como cuáles? Primero, una conciencia sobre el sentido elemental y a la vez profundo de la Política: servir al bien común, o sea, a algo más grande que uno mismo y el círculo cercano; segundo, la disposición a cooperar y buscar la unidad para lograr acuerdos sobre lo fundamental, muchos de ellos ya trazados en cuerpos legales y constitucionales; y tercero, evitar toda forma de violencia en el ejercicio cívico del poder, que de entrada, es la garantía para construir más allá de las diferencias.
Para que los ingredientes de una política emergente se combinen, generen cambios y creen otras posibilidades que se vean reflejadas en una vida más satisfactoria para la gente, se requiere flexibilidad y voluntad de transformación por parte de todos los actores que tengan influencia, participación pública e incidencia social. El poder personal es importante, pero el poder colectivo lo es el doble.
La política debe ser un reflejo y una extensión de lo que la vida hace todo el tiempo, e incluso la sabiduría milenaria de una célula: cooperar para evolucionar.
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