
“La aparente simpatía que el progresismo muestra hacia los desfavorecidos económicamente es, en realidad, una táctica utilizada para atraer adeptos. Es evidente que las imágenes captadas de los actores del Pacto Histórico junto a las clases acomodadas están desprovistas de cualquier discurso racional, sirviendo únicamente como táctica para perpetuar un pasado beligerante que deja al descubierto el miedo inherente a la izquierda y su búsqueda de un ideal utópico. La política de igualdad propuesta por Gustavo Francisco Petro Urrego es un engaño que sigue obstaculizando el avance de Colombia hacia un futuro mejor.”
Esta Semana Mayor, Colombia está invitada a rezar con gran devoción por el futuro de la nación. El «petrismo» se niega a reconocer el error de su juicio. Su envidia y resentimiento le motivan a confiar en la intervención divina, el subsidio estatal, y no en su propio esfuerzo y trabajo. El papel del gobierno en este sentido es complejo, sobre todo en relación con un segmento de la población que pretende deshacer los logros de las generaciones anteriores y revertir los avances logrados bajo el argumento de imponer a la fuerza el progresismo socialista. La nación vive una decadencia y solo los «nadies» siguen aplaudiendo un desastre que está llevando a Colombia a convertirse en una Venezuela, como se advirtió y desoyó con frecuencia. La situación actual en la nación está marcada por el caos generalizado, la violencia, la muerte y la destrucción, y los ciudadanos se quedan suplicando por necesidades básicas como atención médica, ahorros, alimentos y empleo, entre otros.
Las consecuencias de la política de mezquindad de Gustavo Francisco Petro Urrego son de largo alcance y afectan a abuelos abandonados, niños abusados y violados por antiguos guerrilleros que ahora se hacen pasar por honorables legisladores, desplazados por grupos disidentes y el ELN, víctimas de la guerra e incluso militares desprotegidos. Colombia se enfrenta a importantes retos debido a la presencia de drogas ilegales y al lucrativo negocio de las narcoguerrillas, que explotan a jóvenes sin oportunidades en zonas afectadas por la violencia. El futuro de la nación es incierto mientras siga bajo el liderazgo de una élite política de izquierda que ha sido acusada de ineficacia, corrupción y deshonestidad. Este grupo de individuos es visto y descrito como delincuentes de cuello blanco que han contribuido poco al desarrollo social de Colombia.
El robo de las esperanzas de los colombianos de a pie no detiene la debacle del país, que es el resultado de un liderazgo deficiente. A pesar de ello, Colombia sigue resistiendo. Si bien el respeto por la democracia es importante, es igualmente crucial tomar medidas para apoyar sistemáticamente la libertad. Este es un llamado al cambio positivo que mejorará a la nación hoy y en el futuro. La pasión de Cristo en esta Semana Santa sirve como llamado a la acción, instando a colectivo social a rezar por el bienestar de los empresarios, la estabilidad de los sistemas de salud, la seguridad de los planes de pensiones y la liberación de los secuestrados por la violencia. También se ora por quienes han sido víctimas de actividades delictivas, y por la protección de los valores fundamentales de la democracia a lo largo y ancho de la geografía del país.
Es problemático para el gobierno del cambio que los organismos de control y las cortes cumplan con la ley y cierren el paso a la abominable intención de imponer la transmisión de los consejos de ministros. Es imperativo que los medios de comunicación, y sus espacios informativos, dejen paulatinamente de dar protagonismo a Gustavo Francisco Petro Urrego y sus planes destructivos, caracterizados por tácticas maquiavélicas. Al hacerlo, podrán evitar satisfacer sus ansias narcisistas y llevar a que desde el desespero sigan errando y perpetúen prácticas que podrían resultar en su pérdida del poder. Es esencial reconocer que la fe puede desempeñar un papel fundamental para sacar a Colombia de este difícil periodo. Es necesario un despertar colectivo para que la mayoría del colectivo social salga del letargo en que se encuentra y el país logre un futuro más seguro y estable. Lograrlo requerirá un esfuerzo dedicado para alterar el curso de los acontecimientos en las próximas elecciones.
El colombiano típico reza no sólo por su familia y su salud, sino también por el pan de cada día y para que la nación resista la destrucción provocada por Gustavo Francisco Petro Urrego y otros agentes del progresismo socialista. El acoso judicial que hoy dice sufrir la izquierda no es más que el desespero de una corriente que quiere hacer lo que le da la gana, pero no puede porque hay quien fiscalice sus acciones. La narrativa de la igualdad y la lucha por los derechos de los «nadies» pierde credibilidad, mientras la retórica política del «petrismo» y los delirios de persecución de su presidente fragmentan las acciones de un mitómano que ha traicionado a las primeras líneas, un grupo de jóvenes que ven cómo el sueño progresista se desvanece y les deja un futuro sin oportunidades. Corresponde al pueblo colombiano lograr que el colectivo social vuelva a tener una patria poderosa, democrática y respetuosa de las instituciones.
Colombia se encuentra en una coyuntura crítica en la que es imperativo recuperar la confianza política e identificar una opción viable para la transición de la nación fuera de un régimen regresivo que está erosionando los logros del pueblo colombiano. Las consecuencias del movimiento «petrista» de Gustavo Francisco Petro Urrego, impulsado por la codicia y la egolatría, han obstaculizado el progreso del país. Esto ha llevado a una falta de sensibilidad hacia los acontecimientos externos. A quienes no les interesaban las elecciones, ahora deberían considerar las implicaciones para Colombia, ya que solo un voto bien meditado puede demostrar las consecuencias de las políticas de izquierda para el desarrollo democrático de la nación. Un momento de reflexión permitirá, a quienes se han dejado influir por las ideas progresistas, reconocer el importante daño que han causado al país.
El estilo de liderazgo de Gustavo Francisco Petro Urrego no está alineado con los valores del empresariado colombiano. Es evidente que quienes actualmente lideran la izquierda, con aspiraciones a ser reconocidos por el Sensei de los Humanos, han exhibido una falta de entendimiento en su proceder administrativo y público en sus respectivas funciones. Ha llegado el momento de que el progresismo socialista asuma su responsabilidad por las acciones del pasado que han tenido un impacto negativo en el país. La nación tiene derecho a la paz y a la reconciliación que su mandatario, en su actual función, parece reacio a cumplir. En 2026, Colombia debe elegir un camino de libertad y unidad nacional. Ecuador es un modelo de cambio positivo, y es esencial poner fin a la naturaleza destructiva y corrupta del socialismo. La comunidad mundial ha observado los acontecimientos en Sudamérica; el desdén de la izquierda por la democracia no puede negar el derecho del pueblo a elegir un futuro mejor.
La idea de ser blanco de la opresión política es un tema común en el discurso progresista, que a menudo conduce a debates sobre posibles golpes de Estado y violaciones de la libertad de expresión. Sin embargo, estas afirmaciones suelen estar poco fundamentadas y carecer de claridad. Les resulta difícil comprender que la revolución que pretendían propagar por el continente se está desintegrando poco a poco. Las naciones aspiran a prosperar en un entorno democrático que no se vea afectado por las acciones de los gestores de la paz que refuerzan la influencia de las narcoguerrillas, que a su vez fortalecen los regímenes dictatoriales. Se necesita un nuevo enfoque para garantizar el florecimiento de un resultado más beneficioso, libre de la influencia de los regímenes de izquierda. Es interesante observar que quienes antes decían defender la reducción del gasto y acabar con las anomalías de la derecha ahora actúan de peor manera e incluso defienden lo atroz. El odio, las amenazas y la venganza no tienen cabida en una Colombia civilizada. Es ilógico creer que Venezuela ofrece condiciones de vida superiores a las de todo el continente; cientos de miles de migrantes han huido de su país en busca de una vida mejor, impulsados por la promesa del progresismo socialista.
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