Cuando las multitudes de los países árabes empezaron a rebelarse contra los dictadores que habían gobernado durante décadas en sus países, el mundo cayó en un ciego optimismo al respecto, bautizando el fenómeno como ‘Primavera Árabe’ y presentándolo como una manifestación de voluntad de cambio hacia la democracia. Pronto se revelaría que no fue así, y cuando las elecciones democráticas se realizaron en muchos de estos países, la gran sorpresa fueron los excelentes resultados de los partidos islamistas radicales. Las dictaduras fueron cambiadas por regímenes religiosos y se desencadenaron luchas tribales, grupos terroristas y golpes de estado que reinstauraron las dictaduras. Los medios de comunicación que habían pronosticado la primavera ahora hablaban del ‘Invierno Árabe’. Cuatro años más tarde, esos países permanecen en invierno y el ascenso de ISIS parece indicar que un nuevo cambio de estación tardará bastante tiempo.
No es la primera falsa primavera. El retorno a la democracia de América Latina en las últimas décadas del siglo XX llegó acompañado de políticas desacertadas en el campo económico por parte de los nuevos gobiernos. Ante la necesidad de reducir el tamaño del Estado y de liberar el comercio exterior, se privatizaron las empresas estatales, entregándolas a los amigos y financiadores de los gobernantes y se pasó de la sustitución de importaciones a una apertura de los mercados en condiciones desventajosas a consecuencia del proteccionismo previo.
Con la excepción de Chile, cuyos gobiernos democráticos de centro-izquierda mantuvieron la política económica liberal responsable iniciada por la dictadura de Pinochet, América Latina nunca vivió un proceso genuino de transformación hacia el liberalismo. Sin embargo, el escenario de corporativismo y corrupción que dejó la transición hacia la democracia en la mayoría de los países fue la excusa perfecta para que la izquierda populista, agrupada en el Foro de São Paulo, convenciera a los ciudadanos de la región de la perversidad del “neoliberalismo” y llegara al poder en Venezuela en 1998 con Hugo Chávez y en el resto del continente durante la primera década del siglo XXI.
Aunque desde un principio se advertía el carácter autoritario y corrupto de esta izquierda, era tal el rechazo al modelo previo que se produjo una “Ola Roja” en la región. Muchos grupos vieron con simpatía y con esperanzas la llegada de los socialistas al poder en América Latina. Esperanzas de que viniera una primavera real, no como la que había ocurrido cuando cayeron los dictadores y fueron reemplazados por las redes de corrupción de los noventas.
Diez años más tarde la población parece tan cansada de la falsa primavera izquierdista como de los gobiernos que la precedieron en el poder. Las privatizaciones fueron reemplazadas por expropiación a diestra y siniestra, por censura y represión contra los medios de comunicación y por la creación de decenas de organismos supranacionales inútiles y costosos para una falsa integración regional basada en la complicidad entre los gobiernos y el aislamiento frente al resto del mundo. La corrupción nunca desapareció, y con el crecimiento del tamaño y las funciones del Estado, sólo se hizo más grande el botín.
Los acontecimientos de las últimas semanas indican un nuevo cambio en la región. El anuncio del juicio político a Dilma Rousseff, la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada y el histórico triunfo de la oposición venezolana pese al fraude ejecutado por el régimen antes, durante y después de las elecciones pueden ser señales de un futuro prometedor, pero el optimismo debe ser moderado. Se han ganado algunas batallas, pero todavía hay muchas que no se han librado. Venezuela no ha dejado de ser una dictadura, el kirchnerismo todavía mantiene mayorías en el Congreso argentino y en Brasil no se vislumbra un liderazgo capaz de sacar al país de la crisis en la que lo metieron Lula y Dilma. Mientras tanto, en Ecuador aprueban la reelección presidencial indefinida; y la apertura democrática y económica de Cuba, tan anunciada cuando se reestablecieron las relaciones entre Obama y los Castro, aún no ha llegado.
Para que los cambios que estamos viviendo sean una primavera real y duradera, es necesario seguir trabajando para cambiar la mentalidad tercermundista y el complejo de inferioridad del latinoamericano, que nos predisponen al caudillismo, al proteccionismo y a otras malas ideas culpables de que cada cierto tiempo lleguen al poder los tiranos populistas de derecha y de izquierda. Afortunadamente, por primera vez en nuestra historia contamos con personas y redes muy activas para conseguir este «cambio de chip» en nosotros mismos, y con redes sociales que facilitan la difusión de las buenas ideas, lo cual me hace pensar que podemos tener éxito más pronto de lo que esperabamos.
Autor: José Miguel Arias
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