“Nosotros, el pueblo, estamos involucrados
en una batalla existencial por el alma de la raza humana.
Nosotros, el pueblo, venceremos. ¡Sigan así estudiantes, estamos muy orgullosos de ustedes!”
Roger Waters (bajista y fundador de Pink Floyd).
Demonios de todos los siglos andan sueltos sobre Palestina: el racismo, el esclavismo, el apartheid, el colonialismo depredador de territorios y recursos naturales, la violencia religiosa, la violencia sexual… el cuerpo de los palestinos (niñas, mujeres, jóvenes, ancianos, sanos o enfermos) quedó enajenado al arbitrio sádico del colonizador: puede ser torturado, violado, encarcelado, dinamitado, desaparecido. Imágenes de gazatíes destrozados, rezumando sangre entre escombros, circulan día a día, mientras los medios corporativos predican el arbitrio supremo de Israel a cometer la atrocidad, en nombre del derecho a la defensa, derecho que se le niega al pueblo palestino.
Abundan fotografías de los verdugos posando con el crimen, celebrando frente a los escombros de hogares que destruyeron sin combate, y sin motivo; ufanándose de humillar de tantas formas a civiles atados por la espalda, vendados, desnudos; militares sionistas filman cómo saquean las residencias de trabajadores palestinos, a quienes les habían robado antes su tierra…
No basta con matar gente indefensa, con desplazar a un millón y medio de nativos sobre 365 kilómetros cuadrados, un tercio de Bogotá, donde el invasor tiene control absoluto, y los corretea usando carros de combate, aviones, misiles, tropas, de un lado para otro mientras los asesina alevemente; no basta con encementar las fuentes de agua, impedir la entrada de ayuda humanitaria, y tirotear a los hambrientos que acuden a recibir alimentos… no basta con destruir hospitales, escuelas, templos; matar periodistas, médicos, voluntarios de ONG, tampoco basta con destripar niños de brazos… todas estas monstruosidades necesitan ser divulgadas: avisar al mundo que el poder colonial sionista no tiene límites.
Decir que es el mismo terror del fascismo no es metáfora forzada. Ni siquiera es metáfora, es el mismo supremacismo que hace un siglo produjo el exterminio de más de sesenta millones de habitantes, sin solución de continuidad. Porque de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial se extrajo el engendro que habría de encender una nueva matazón general, el Estado de Israel.
Curiosamente, dos de las tres potencias vencedoras, Inglaterra y Estados Unidos, apadrinan el Frankenstein construido con migrantes de tribus sefarditas y askenazis europeas, al que alimentan con sangre inocente que, ya robusto, será la bestia para lanzar sobre los pueblos del Oriente Medio, en el contexto de la Guerra Fría (fría entre superpotencias, ardiente entre naciones).
Invocando el sufrimiento judío en la Alemania nazi, EEUU e Inglaterra le extienden patente de corso para que deprede, con métodos nazis, a Palestina, pueblo semita (por descendiente de Sem, hijo de Noé). Desde hace 76 años el repertorio del terror se expande sobre estos habitantes despojados de su hogar milenario, pese a la protesta del resto del mundo, y a las resoluciones de Naciones Unidas condenando el hecho. Hoy, se les escamotea hasta la dignidad humana.
Esas mismas potencias, madre e hijo, fueron las que a mediados de la década de 1980 se aliaron para demoler la fortaleza de los trabajadores, empezando por desmontar el Estado de Bienestar, conquista de los proletarios occidentales durante el siglo XX, para que el aparato estatal garantice la universalidad de los derechos sociales. Sobre sus ruinas se erigió el culto a la banca desregulada, a la empresa sin controles, y se permite cualquier depredación sobre la naturaleza, luego se sacrificaron las conquistas laborales obtenidas en dos centurias de luchas, mientras los derechos se volvieron mercancías.
La caída del Muro de Berlín, con la disolución de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, y del Pacto de Varsovia, en 1991, se considera el fin del multilateralismo: El absolutismo en el mundo.
Se siguió la destrucción de Yugoeslavia, un ejemplo de convivencia pluriétnica, plurireligiosa, plurilinguística, cuando era república socialista. Entonces exacerbaron nacionalismos, se azuzaron conflictos internos, hasta la intervención de la OTAN, sin permiso del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, instancia que podía autorizar cualquier intervención en un país asociado. Tal agresión “humanitaria”, destruyó la infraestructura civil a su antojo, mató a decenas de miles de civiles, y desplazó a varios cientos de miles. Igual que hogaño, la humanidad lo presenció en las pantallas de televisión como espectáculo. Luego vendría una guerra contra Irak, para robar su petróleo; otra contra Libia donde, tras desmantelar su gobierno, asesinar a Muhammad Gadafi, saquear el petróleo, sus habitantes fueron vendidos como esclavos, esos que antes gozaban una de las mayores calidades de vida del planeta. Siria y Ucrania seguirían en la lista.
Hoy alardean el terror sionista, respaldado por la OTAN, financiado por el tesoro norteamericano, con la desregulada banca internacional. Los sufrimientos del pueblo palestino son una advertencia contra los demás pueblos: Se puede hacer lo mismo contra cualquiera. La carta constitutiva de la Naciones Unidas fue hecha picadillo, literalmente, por la diplomacia de Israel, las resoluciones de Naciones Unidas burladas una y otra vez, y su personal en Gaza ha sido exterminado. De facto se ha abolido el Derecho de Gentes, y la misma Declaración Universal de Derechos Humanos ya no es universal, aplican términos y condiciones raciales, étnicas, de clase: La dignidad humana es para quien pueda pagarla.
Se amenaza a la Corte Penal Internacional, que declara genocidio la matazón en Gaza, y emite orden de captura contra el vampiro. Se ha llegado al extremo de prohibir manifestaciones de rechazo a la aniquilación, en EEUU, Francia, y Alemania, recurriendo a la violencia policial, con arresto de manifestantes.
Cuando la distopía se impone con masacres y misiles, cuando los avances morales de la humanidad son borrados a bombazos, por el cinismo de la alianza EEUU- sionismo- OTAN, los ciudadanos del orbe se manifiestan contra el exterminio de palestinos; también los verdaderos judíos se pronuncian pidiendo cese el crimen y la humillación: ¡No en nuestro nombre!, corean. La gran prensa se burla.
Entonces, los campamentos estudiantiles emergen como resistencia. En el corazón mismo de los EEUU, los jóvenes rompen la ley mordaza, denuncian el genocidio. La respuesta del régimen es brutalidad policial, pero los campamentos se multiplican por el territorio norteamericano, de uno pasan a diez, y de estos a sesenta… se extienden a Canadá, a México, a España, Francia, Alemania… Las ceremonias de graduación se han convertido en tumultuosos eventos de apoyo a las luchas palestinas. Son un estremecimiento de la conciencia universal.
La causa fascista del sionismo es en sí ilegítima, y sus métodos canallas la condenan al fracaso, así cometan la perfidia de presentarse como víctimas cuando son victimarios. Los jóvenes tienen sentido de justicia, en ellos flamea el alma humana: la esperanza de la emancipación reverdece en sus cantos, ondea en sus kufiyas (pañuelos palestinos). Decía Víctor Hugo: “La utopía es el porvenir que se esfuerza en nacer”.
Comentar