Por qué la segunda economía de Europa podría necesitar al FMI

“El deterioro fiscal, el shock energético y la fragmentación geopolítica dibujan un escenario impensable hace una década: la posibilidad de que el FMI deba auxiliar a la segunda economía de la eurozona”


Hoy, los indicadores apuntan a una conclusión tan incómoda como alarmante: Francia camina por la cuerda floja y, si no corrige su rumbo con urgencia, podría verse abocada a una crisis de soberanía que culmine en un rescate del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2025. Esta afirmación, que suena a herejía para muchos, se sustenta en la confluencia de tres crisis superpuestas: fiscal, energética y geopolítica.

Empecemos por los números, que no mienten. Francia presenta uno de los déficits públicos más abultados de la eurozona, por encima del 5% del PIB, y una deuda pública que roza el 111% del PIB. Estos niveles son insostenibles en un entorno de tipos de interés más altos por más tiempo (“higher for longer”). El servicio de la deuda se está convirtiendo en el primer ítem del presupuesto nacional, estrangulando la capacidad inversora del Estado y limitando su margen de maniobra ante nuevas crisis.

La estrategia de “whatever it takes” del BCE ya no es una red de seguridad infinita. El Banco Central ha entrado en una fase de reducción de su balance (quantitative tightening) y ha subido los tipos para combatir la inflación. Esto significa que el principal comprador de deuda francesa se ha retirado, dejando al Tesoro galo a merced de unos mercados mucho más exigentes y nerviosos. Cualquier pérdida de confianza podría desencadenar un “espiral de riesgo” donde los intereses a pagar se disparen, acelerando la llegada al precipicio.

Francia siempre enorgulleció de su independencia energética gracias a su parque nuclear. Sin embargo, la realidad actual es muy distinta. El envejecimiento de la flota de reactores de EDF ha provocado paradas técnicas prolongadas y una drástica reducción en la producción. De exportador neto, Francia se ha convertido en importador de electricidad, pagando precios exorbitantes en el mercado spot europeo, especialmente grave en un contexto de precios volátiles por la guerra en Ucrania.

Esta crisis energética es un impuesto más sobre la industria y los ciudadanos franceses, erosionando la competitividad de su sector industrial y alimentando la inflación, lo que a su vez frena el consumo y el crecimiento. Es un círculo vicioso del que es muy difícil salir sin una inversión masiva que, precisamente, las cuentas públicas no pueden permitirse.

Este es el factor que podría ser la gota que colme el vaso. La Unión Europea ya no es el club estable y predecible de antaño. El auge de partidos euroescépticos y de extrema derecha en países clave, las tensiones Norte-Sur por las reglas fiscales y el Este-Oeste por la guerra en Ucrania, fracturan la capacidad de respuesta común.

Un eventual rescate de Francia no sería como el de Grecia o Portugal. Sería un terremoto existencial para el proyecto europeo. Alemania y los países del “frugal norte” se mostrarían extremadamente reacios a financiar un rescate de semejante magnitud sin imponer condiciones draconianas de austeridad y reformas estructurales que serían políticamente explosivas en Francia. Precisamente, la posibilidad de que la ultraderecha de Marine Le Pen gane las elecciones presidenciales de 2027 (o incluso antes, en caso de crisis) se ve alimentada por este malestar económico.

Ante la posible incapacidad política de la UE para actuar de forma cohesionada y decisiva, el FMI emergería como el prestamista de último recurso. Un programa del Fondo implicaría una pérdida soberana de la política económica francesa, sometida a un severo ajuste a cambio de financiación. Sería un shock reputacional para Francia, un pilar fundacional de la UE, y una admisión del fracaso de la gobernanza económica de la eurozona.

¿Está garantizado este escenario?, No. Es una advertencia severa. Francia aún tiene herramientas: un potencial de crecimiento alto si implementa reformas de productividad profundas (en el mercado laboral, pensiones y energía) y la credibilidad histórica de su institución. Pero la ventana de oportunidad se cierra rápidamente.

El gobierno francés debe actuar ya: consolidar fiscalmente de manera creíble y pro-crecimiento, acelerar la transición energética con pragmatismo y liderar, de una vez por todas, una profundización real de la unión fiscal y bancaria europea. La alternativa es jugar a la ruleta rusa con los mercados. Y la historia económica nos enseña que, en ese juego, los Estados siempre acaban perdiendo.

Sebastián Torres Murillo

Economista de la Universidad de Buenos Aires, miembro del grupo de investigación de políticas públicas latinoamericanas y el caribe (UBA). Defensor de la paz y la integración regional

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