“Nos falta más marxismo, incluso para acordar con el otro”
La diferencia nunca ha sido una buena práctica en nuestra cultura política, democrática y mucho menos en las aulas de clase, en las calles, en los barrios, en las comunas, en los barrios de ladera. La diferencia sigue siendo un peso incómodo frente a la imposición cultural de la estandarización.
La tragedia de la política: una de las actividades más importantes de las sociedades occidentales en manos de la austeridad del pensamiento,donde lo diversidad duele. Seguro es algo que habita en el alma que, de hospitalaria, tiene poco en la historia.
Un sector político de la ultra derecha tradicional, ya acostumbrada al uso de la violencia, está solo esperando el chasquido de dedos para empezar a usarla contra las personas que piensan diferente. La pregunta ¿quién dio la orden? no tiene ningún sentido en la pragmática del lenguaje. No vale la pena dar nombres propios; en redes sociales los leemos todo el tiempo.
Tampoco ha sido una buena costumbre en algunos sectores de izquierda respetar el pensamiento ajeno. Las verdades morales y sus dogmas los guían, los orientan y prácticamente determinan los juicios morales del tribunal de la historia desde el cual juzgan al resto del mundo. Así les va construyendo consensos políticos y electorales, así gobiernan y así obtienen resultados.
No se salva tampoco el centro, cosa que difícilmente pueda decirse que exista desde un punto de vista práctico y mucho menos filosófico. Ya mucho se ha dicho sobre la imposibilidad de la objetividad, de la inexistencia de la imparcialidad en la emisión de juicios de valor en términos políticos, jurídicos, económicos, entre otros. Si algo ha distinguido a un sector del centro político es su comodidad electoral, irresponsabilidad política y despojo de las consecuencias de sus decisiones en las elecciones. Son expertos en tribunales morales y en el matoneo mediático. En el centro no hay matices.
El anonimato en este estado de cosas, donde todo el mundo está a punto de ejercer la violencia física, la violencia simbólica, la violencia verbal, se ha convertido prácticamente en una posición necesaria para poder expresar de otra manera las cosas que no pueden ser dichas, las cosas que no pueden ser manifestadas.
Vivimos en una sociedad en la que finalmente la izquierda, el centro y la derecha siguen siendo bastante austeros en la posibilidad de respetar el pensamiento ajeno.
La mejor trinchera de las palabras es el anonimato.
“MarxMente”
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