¿Por qué el lenguaje inclusivo incomoda?

Existe una clara resistencia al uso del lenguaje inclusivo, el primer “pero” con que este se encuentra, es la defensa por conservar la estructura del lenguaje, pero la principal falla de esta postura es la sacralidad del lenguaje en si mismo, porque si bien el lenguaje configura el sentido con el que nos comunicamos, también es el reflejo de una realidad transitoria que como sociedad vamos transformando, por lo que al incluir la “e” en el todos-todes no se está forzando un cambio en la comunicación ajeno a una un hecho social, al incluirlo, se otorga reconocimiento a todo aquel que no se identifica con el género masculino y tampoco con el femenino, por lo que su uso visibiliza muchas tantas formas de ser dentro del mismo género.

La segunda oposición habitual es la errada interpretación de una “riña” entre hombres y mujeres trasladada al lenguaje “que supuestamente nada tiene que ver con asuntos domésticos”. Para comenzar, el lenguaje es un dispositivo de poder y como tal, puede o no avalar la violencia simbólica que vive una mujer por hecho mismo de serlo. Trascendiendo el binario con el que se encapsulan diversos asuntos puntuales, el lenguaje inclusivo va muchas más allá de la denuncia de la situación desventajosa de la mujer; es importante aclarar que el lenguaje inclusivo posibilita el reconocimiento no únicamente de las mujeres, sino también la humanización de las personas en condición de discapacidad al ser éstas nombrarlas desde su condición de discapacidad en vez de utilizar las palabras peyorativas como mocho, lisiada, tullido, la sorda, etc. Pero se continúa sin reconocer en las nuevas designaciones neutrales la influencia de un lenguaje inclusivo, ya que para muchos continúa siendo solo una propuesta por incluir el @, la e, o agregarle a todas las palabras la a, sin comprender la relevancia de esta acción de en el lenguaje, sin reconocer los avances que se han logrado, porque incomoda admitir el cambio que inevitablemente las dinámicas socioculturales nos llevan a atravesar, quizás sea porque el reconocimiento del otro desde el lenguaje expone lo mal inclinados que llegamos a estar antes.

Por otro lado, el lenguaje inclusivo, al modificar la forma en que se nombra, otorga otros sentidos al reconocimiento del sujeto, porque cuando se le asigna a un perro la palabra de animal de compañía, se le está dando un valor diferente al que antes tenía de objeto. Pues para muchas personas, y por fortuna cada vez son más, los animales tienen un valor incuantificable, y esta realidad que se establece en términos de relaciones, no se logra porque se nombren de manera diferente a los animales, pero si facilita su normalización en el simple hecho de nombrar lo ya existente, reflejando una nueva condición en la relación entre práctica y lenguaje.

La Real Academia de la Lengua Española, como en repetidas ocasiones ellos mismo lo han señalado, las variaciones del lenguaje no se asignan porque “una minoría” las haya establecido en su propio lenguaje, sin embargo este grupo minoritario hasta el momento, está representando una consciencia social que gira en torno al género y que denuncia desde el uso que le dan al lenguaje, relaciones de poder dispares, que si bien, el máximo representante del lenguaje ofrece resistencia a los términos alternativos de palabras claves en nuestra comunicación, no llega a contener su adopción y expansión en los trinos, en los chats, en la jerga, en los contextos coyunturales, y en múltiples situaciones cotidianas, hasta que por fuerza de la adhesión deba ser reconocido como alternativa al actual lenguaje, y reconocer después de esto que lo que incomoda no son sus opciones alternativas “que van en contra de la estética del lenguaje”. Lo que incomoda es la realidad de lo que muchos, muchas y muchxs son, el resultado de una tradición heteronormativa y aséptica que reniega y somete todo aquel que no se ajuste a su modelo mezquino de nombrar para excluir.

El problema de reproducir el lenguaje que se aprende es que destruye el sentido mismo del aprendizaje, su facultad para la reflexión y la crítica, desde otros marcos más allá de los impuestos por una tradición comunicativa, que impide visibilizar otras maneras de ser y sentir que no son representadas por ese lenguaje, porque desde el momento en el que son nombradas se les asigna un lugar de subordinación.

Alejandra Restrepo

Es estudiante de sociología de la Universidad de Antioquia. Sus temas de interés se centran en la administración pública, segura de que por esta vía se pueden lograr cambios sociales. La política es la herramienta de transformación social en la que cree. Apasionada del arte, toma el oficio de la creación muy en serio.

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