Por la defensa de la alegría

“[…] tener una visión no basta. Se necesita una interacción objetiva, sustantiva y significativa, no solo con la base militante, sino con toda la población, porque la cohesión entre las filas internas es tan importante como la articulación con otros sectores menos politizados e incluso opositores.”

A pesar que apenas pasó un año, pareciera que el 7 de agosto de 2022 fue hace mucho más tiempo. Recuerdo la alegría, la ansiedad, la Plaza Bolívar y el centro de Bogotá desbordado de abrazos y de gente incrédula que no cabía dentro de sí al ver cómo la Senadora María José Pizarro le colocaba la banda presidencial a Gustavo Petro. Sin embargo, pareciera que ha pasado una vida desde entonces, pero ¿por qué esta sensación?

Semanalmente vemos cómo el asedio y la presión contra el gobierno y el Pacto Histórico se acentúa. Si no son las críticas al gabinete o al presidente, son demandas en distintas instancias de justicia, o se destapan acusaciones sobre presuntas irregularidades que los propios involucrados desmienten, o se publican testimonios de personas arrepentidas de haber votado por Petro o proliferan noticias falsas y cuanta cosa más, todo con tal de desgastar la imagen presidencial y distanciarlo de la base social que llevó a la izquierda a la Casa de Nariño por primera vez en la historia.

Todo este trajín ha enrarecido el clima al punto que la oposición convoca a marchas que pasaron de ser un vacío existencial a casi repletar la plaza capitalina y ha permitido que figuras opacas de la derecha tengan figuración como Peñalosa, Molano o Miguel Uribe. Incluso Polo Polo y Fico Gutiérrez alcanzan a salir en la foto, aun cuando sus méritos y habilidades son a lo menos cuestionables.

No obstante, y a pesar de todas sus deficiencias, la oposición ha sido consistente y coherente. Tienen bagaje y lo despliegan; han cogido cada papaya, por pequeña que sea, y la explotan de manera impecable e implacable. Porque como bien dijo Petro en entrevista con María Jimena Duzán, llegar al gobierno no es llegar al poder, porque el Estado fue vaciado del mismo. Así, barones y baronesas usan a su favor el monopolio del poder y logran entorpecer el tranco del gobierno, buscando derrotar política y culturalmente, a como dé lugar, al Pacto Histórico.

Sin embargo, ¿por qué pasa si todo lo dicho hasta el momento es de público conocimiento?

Aquí, es necesario que el Pacto y el presidente hagan la debida autocrítica, pero al menos se pueden plantear tres ideas secuenciales. La primera, el triunfo en las urnas no es carta blanca ni debe interpretarse como oportunidad para menospreciar al rival. La champaña y los flashes de la victoria son tan efímeros como la fidelidad del votante que inclinó la balanza en la segunda vuelta.

El segundo punto es que, habiendo pasado un año, es necesario releer el diagnóstico y rearticular las fuerzas para pasar de la defensiva a la ofensiva. En esto la propuesta por el Gran Acuerdo Nacional pareciera ser un acierto para revivir los aires de transformación, pero no puede quedar en una mera declaración de intenciones, ni mucho menos descansar en la aparición espontánea de una fuerza popular que por voluntad propia se cuadrará tras el presidente. La calle también es un espacio en disputa y no puede seguir primando la idealización del electorado. La historia y las buenas intenciones ya no dan para una marcha; Si antes se marchó por la paz, la vida y la educación, hoy ¿sabe la gente por qué debe volver a salir?

Y tercero, tener una visión no basta. Se necesita una interacción objetiva, sustantiva y significativa, no solo con la base militante, sino con toda la población, porque la cohesión entre las filas internas es tan importante como la articulación con otros sectores menos politizados, e incluso opositores. En esta tarea el sector cultural es clave, porque puede actuar como aglutinante pero también como traductor del mensaje que se quiere entregar, porque a fin de cuentas el cambio no solo es político sino esencialmente cultural.

En otros países han buscado acabar con figuras políticas alternativas, y lo han logrado destruyendo el tejido social. La tarea del Pacto Histórico es cuadrarse interna y externamente para defender el proyecto y evitar que eso pase acá; que no nos quiten la alegría.


Todas las columnas del autor en este enlace: Simón Rubiños Cea

Simón Rubiños Cea

Consultor y asesor político. Coordinador del Grupo de Investigación en Desarrollo Territorial, Paz y Posconflicto (GIDETEPP-UNAL) e investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG)

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