Política del cambio

“El escenario social colombiano se ve amenazado por un peligroso entorno de cortinas de humo. La izquierda, en ejercicio del poder, se enfrasca en una carrera política que busca eclipsar la incoherencia de Gustavo Francisco Petro Urrego y la forma lamentable y poco profesional como arremete contra quienes se atreven a expresar una visión diferente sobre los temas de actualidad de la nación. La postura ideológica extrema de su mandatario es un tema recurrente en sus acciones cotidianas, caracterizadas por un sentimiento de persecución y resentimiento.


La desproporcionada respuesta de Gustavo Francisco Petro Urrego a la propuesta de la ANDI de aumentar en 16,9% la Unidad de Pago por Capitación (UPC) para 2025 es indicativa de una intención estratégica de estigmatizar las ideas divergentes y politizar el debate. A medida que pasa el tiempo, es cada vez más evidente que hay muy pocas personas de la izquierda que puedan enfrentarse a sus colegas, compañeros y el país con transparencia. Los recortes presupuestales del gobierno, el desvío de recursos del erario y la imposición de nuevos impuestos están erosionando las ganas de seguir trabajando y de esperar el fin del socialismo del siglo XXI, lo cual está teniendo un efecto nefasto en Colombia. La táctica del triunfo mediante el aplastamiento del adversario engendra un sentimiento de orgullo y arrogancia entre un grupo de simpatizantes que se jactan de ser testigos de los ataques a los opositores, la destrucción de las libertades y el aniquilamiento del aparato productivo colombiano.

El odio ciego que expresan hacia cualquiera que se atreva a pensar de forma diferente, y hacia las instituciones democráticas, es el fundamento de la base discursiva que ahora se infiltra en las plataformas digitales y en las reuniones sociales. La figura de inmunidad que quiere ostentar su presidente crea un ambiente que mina la confianza en las posibilidades de un cambio en la administración pública. El ejercicio del poder por parte de Gustavo Francisco Petro Urrego demuestra que es una persona de carácter cuestionable, hábil para la crítica, pero carente de capacidad de gestión. La actitud de constante victimización que lo acompaña, disfrazada de persecución o politización de los órganos judiciales, es un foco de acción para cazar incautos y construir una realidad basada en mentiras. El entramado ideológico que presentó a su mandatario como administrador competente, librepensador, eminencia académica y firme demócrata ha quedado al descubierto desde entonces como un medio para enmascarar su inadecuada idoneidad en el ejercicio del poder.

Han surgido dudas sobre la integridad del proceso y la idoneidad de su presidente. En lugar de centrarse en la violación de los derechos fundamentales que pretenden proteger, con el apoyo de organizaciones multilaterales, y que recientemente ha sufrido un revés en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, están lo que denominan «errores técnicos». Se trata de delitos por acción u omisión que involucran la contratación pública, el desprecio al mérito, el detrimento financiero y el autoritarismo, por nombrar sólo algunos. La caracterización de la situación como «guerra sucia» desvía la atención de un pasado reciente que recuerda la época del caudillo de izquierda como alcalde de Bogotá y sus flamantes obras hoy sucumbidas en el caos o la invisibilidad. La pretensión de autoridad ética que acompaña esta crítica a los adversarios políticos, a los que atribuye conductas no santificadas o condenas a través de insultos, ofensas, difamaciones y etiquetas que se ven y se encuentran fácilmente en X, enciende la histeria colectiva, sin argumentos, que no permite entender que la responsabilidad aumenta según la posición y el poder que se ejerce.

Los arrebatos emocionales del gobierno, en particular las lamentaciones, son una fuente de intimidación, al igual que las vociferaciones, la arrogancia y el egocentrismo que acompañan a quienes abogan por un cambio radical en la trayectoria política, económica y social de la nación. Los elegidos para su vanidad han olvidado la importancia de ofrecer resultados ejerciendo, controlando, supervisando y exigiendo a sus funcionarios el cumplimiento de su deber con su propio ejemplo. La democracia exige algo más que la rendición de cuentas individual; exige acabar con las injusticias y la impunidad en asuntos complejos. Un desafío importante radica en la inconsistencia y el silencio cómplice y conveniente de los progresistas, que constituye un exabrupto y un ataque al sentido común, palabras vacías y acciones de papel que cierran filas en una coalición o programa conjunto con miles de fisuras producto de la atomización de intereses que los acompaña.

La inconformidad conductual que acompaña a Gustavo Francisco Petro Urrego y su círculo cercano exalta aires de superioridad que se materializan en personajes de Estado que abandonan el barco en medio del naufragio para perfilar su campaña para las elecciones de 2026. La astucia del politiquero tradicional, lejos de argumentos, aterriza en un entorno de oscuros que demuestran que en cada paso que dan ocultan sus verdaderas intenciones, carece de credibilidad y garantías en un entorno en el que debe primar la trayectoria y la fidelidad a los principios. Los pasos en falso de los políticos pueden empañar gravemente su reputación, como demuestran los casos de impulsividad momentánea que desembocan en faltas administrativas, conductas delictivas y la inexperiencia de los neófitos en la gestión pública, reflejo de su falta de prudencia como dirigentes. Las decisiones tomadas pueden considerarse un medio de desviar la atención de los problemas actuales de la nación, como la crisis económica y social, las reformas del cambio, el déficit fiscal y la reactivación de la industria, entre otros factores.

La carrera electoral que acaba de empezar es el quid de la comparación, que reside en el prototipo de lo impoluto. Es la tendencia a ver la viga en el ojo ajeno sin asumir la que hay en el propio. Es un concurso de popularidad que desvía la atención de los acuciantes problemas nacionales y restringe el discurso a las diferencias en la implementación de los acuerdos de paz, el perdón y el olvido de los desmovilizados, la representación política, la tolerancia con los delincuentes, el poder de convocatoria y el cacicato en torno a los referentes extremistas políticos que ya elogian a los esbirros electorales que se acuestan como unidad nacional, se despiertan como socialdemócratas y almuerzan como progresistas. Esta incongruencia ha provocado dudas sobre la voluntad de asumir responsabilidades sin caer en la inacción, un complejo narcisista que les envuelve en sus creencias y les alinea con pensamientos similares.

Colombia se enfrenta a la repetición de procesos de pensamiento caracterizados por evasiones y lugares comunes. Un fuerte deseo de poder les impide reconocer y aceptar a los demás, y construir sobre las bases existentes sin desechar las propuestas de sus antecesores. Colombia necesita políticos que contribuyan a la reconstrucción de la nación, aportando ideas y formación, sin centrarse en necesidades individuales. Los extremos ideológicos fomentan el rencor y la intolerancia, propiciando un discurso impregnado del fanatismo de los caudillistas, que va en detrimento del progreso de la nación. Es esencial avanzar y establecer una sociedad unificada que pueda formular soluciones y establecer una trayectoria futura, alejándose del conflicto. Colombia necesita centrarse en la educación, la creación de empleo y políticas que permitan el progreso de todos los sectores. Es esencial alejarse del odio arraigado y aprender de la historia para evitar el resurgimiento de la violencia contra nuevas víctimas.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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