La noche llega con el canto
prolongado de la corneja,
siembra sus luces en la cuenca,
sube por húmedas pendientes, tiembla
un poco. Disminuye el brío
conquistado en tantos de años de sufrimiento
y la pequeña ciencia se desarma;
la sonrisa viril
ha perdido su calma.
¿Quién eres tú
que invisible esperabas emboscada
en un recodo del tiempo
esperando tu hora? Te debo
este tiempo de gratitud
y también de dolor.
Y ahora la inquietud se insinúa,
penetra las primeras noches de verano,
invade el muro aún caliente, sigue
el vuelo de las luciérnagas en las eras,
se embosca en los atajos, donde la liebre
centellea deslumbrada por los faros.
Amada, ¿cómo pude no entender?
Toda la vida estaba
en suspenso como esta vigilia.
Me dan ganas de llorar cuando pienso
cómo pude arruinar la larga espera
con tantas palabras inconvenientes,
con tantos actos inconsultos, irreparables.
Y ahora, herido, digo que no importa
a condición de que acabe el suplicio.
«La salvación así deseada no es conveniente
para ti ni para otros como tú. La paz,
si llega, llegará por otras vías
más penosas y lúcidas que éstas;
cuando sufrir no te parezca vano
pues también existe la pena y debe vivir
y transformarse en bien tuyo y ajeno.
En ti está la fe, la fe es una persona.»
Esta canción no tiene ya palabras.
Traducción: Guillermo Fernández