Un principio fundamental de una sociedad civilizada moderna, y una República como nos la han vendido, es que los ciudadanos son todos iguales ante la ley. Sin embargo, la estructura que heredamos de la tradición continental europea, en la que se mezclan las influencias francesas, alemanas y españolas, es el inverso, porque es el poder el que juega el papel predominante en adjudicar las causas de la justicia puestos en el Estado, en las empresas privadas, en las universidades y en toda otra institución dentro de nuestra cultura; como resultado, tenemos un país donde se busca el poder a todo costo, sin importar la estela de crímenes que se dejen atrás y que se constituye en precedente, validación moral y camino para quienes quieren acceder a puestos de influencia. Por mucho que les moleste a nuestras muy diminutas élites criollas, las FARC, el ELN, el M-19, y demás, solo estaban siguiendo el ejemplo de quienes nunca los dejaron acceder al poder, ascender socialmente o progresar económicamente; por supuesto que esta afirmación no es en justificación de sus crímenes, solamente es la explicación simple de la causa del fenómeno, cuyas implicaciones legales y morales nos están terminando de descomponer.
Por el contrario, en una sociedad civilizada, los individuos reconocen que hay un beneficio económico si se intercambia poder por dinero –economía que crece y favorece a todos–, y los puestos se asignan al más competente y preparado, en vez de al más violento y vociferante, característica clave que diferencia sociedades e instituciones de jerarquía por mérito de jerarquías por poder con ascenso por violencia. La consecuencia de que los seres humanos en una sociedad escojan la primera alternativa, y pongan bajo control su ambición de poder y se enfoquen en la producción económica, son sociedades como la suiza o la norteamericana, que terminan por acumular grandes cantidades de capital como efecto secundario de ese tipo de contrato social, en el que el poder de quienes se encargan de administrar las instituciones y los dineros públicos es poco y limitado en alcance y tiempo, y no tiene tono moralizante, como si lo es en las sociedades donde el señor de la guerra decide sobre la vida y muerte de todos, y las reglas que deben seguir si no quieren perecer, además de los lineamientos económicos a los que deben ceñirse para mantener la estructura, que normalmente es atrofiada y pequeña, como el caso de Colombia.
Personas como Álvaro Uribe Vélez (AUV), quien se le rellena la boca hablando de respetar la institucionalidad, actuar en el marco de la Constitución con todas las garantías, etc., etc., etc., es decir, con la misma basura ideológica que nos trajo esta insuperable peste marxista, pretende que el viejo orden se manifieste de manera espontánea dentro de la Constitución Política de 1991, para que él pueda seguir manteniendo su poder y privilegios, y para que todos le sigan diciendo “¡Dr. ayúdeme!, vea que tengo un hijo…”, como si fuera un monarca; pero AUV no es más que otro “señor de la guerra” que se esconde debajo del manto de la “democracia” y “lo social” para continuar promoviendo su causa tribal política, y su clan ideológico como un neandertalismo social y cultural, solo que en lugar de lanzas de piedra, esta vez es con armas de fuego modernas y persecuciones políticas y judiciales contra cualquiera que se le oponga, con la aclaración de que tiene el descaro de no esperar ser tratado igual cuando deje el poder. Gustavo Petro no es muy distinto; habla de “la lucha” y de “la transformación de la realidad”, el mismo cuento de siempre y el mismo estribillo cansado cuya falla fundamental está bien estudiada, entendida y superada, aunque su tono de culto religioso hace imposible desprogramar a sus seguidores y mostrarles un camino de bienestar económico sin que ello signifique sacrificar la dignidad humana.
La diferencia básica entre sociedades que se construyen sobre el intercambio de poder por dinero, como estructurante moral –no el único por supuesto– es que desarrollan una institucionalidad, es decir, edificios morales y legales con sólidas bases en principios de derecho natural: sociedades que se dedican a la búsqueda de la verdad objetiva, sistemas judiciales que procuran la justicia y sistemas económicos que premian el esfuerzo y la inteligencia que, sin quererlo, promueven asimismo la convivencia pacífica sin necesidad de tener una policía política o secreta como en Cuba o la URSS, ni organismos de vigilancia de la pureza ideológica. Las sociedades que, por el contrario, premian la lealtad fanática sobre la “honestidad”, el “trabajo duro” y el “mérito”, siempre tienen economías completamente limitadas y supeditadas a los pequeños espacios que quedan, y no molestan al monarca y líder que rige los destinos y a su corte o clan. Colombia eligió premiar a los violentos, a los corruptos, y a quienes demuestran fidelidad ciega y no tienen el más mínimo respeto por la verdad o la justicia, pero que son indispensables para mantener el statu-quo. Por esto es que en Antioquia Libre y Soberana (ALS) hablamos de “CAMBIAR DE SISTEMA, NO DE AMOS”, porque sabemos y reconocemos el problema fundamental; no es quien gobierna, sino los principios estructurantes de la administración de bienes públicos, que a su vez, nos permiten deducir de manera inequívoca que los Etnoestados, cuyo principio estructurante es alrededor de una etnia excluyente y discriminante, no funcionan, porque si algo tenemos en común todos los seres humanos, es la debilidad y la tendencia a la corrupción, que en un sistema donde todo se adjudica por poder, encuentra el camino de menor resistencia para infectar, enfermar y corroer a TODOS.
Epílogo/Comentario
Me preguntó un amigo, profesor de filosofía en una universidad, que cuál es la solución a los problemas de Colombia, no sin antes hacer un preámbulo criticándome por mantener una distancia académica y muy clínica con los problemas del país. Honestamente, tiene razón en sus cuestionamientos, pasa que como no todo lo razonable es verdad, aquí va mi respuesta con otra pregunta: ¿Cómo se le vende o introduce la idea del mérito y la competencia a una sociedad organizada con base en el poder y la violencia, como lo es la colombiana?
Primero, veamos el NEGATIVO. Aleksandr Duguin, escritor ruso a quien ya he mencionado en otros escritos, hace una anotación sobre los sistemas políticos incluyendo el liberalismo [1], y es que no se puede imponer la libertad a punta de bayoneta, porque contradice su esencia; sin embargo, algunos liberales clásicos, conservadores y libertarios hablan de las maravillas de regímenes como el de Augusto Pinochet o el de Lee Kuan Yew (LKY), sin percatarse de que el problema subyacente en la sociedad en general, específicamente en Chile y en Singapur, es que ambos llegaron a resolver por la fuerza un sistema cuyo cauce natural e instituciones siempre estuvieron basadas en el uso de la fuerza y el poder coercitivo, fuera de los lideres, o clanes/élites o Presidentes, o como quieran llamar a las cabezas dentro del territorio. Por eso, cuando Pinochet no estuvo más, la izquierda, que es experta en su uso e implementación, lentamente comenzó a retroceder a Chile hasta el punto en el que actualmente se encuentra a punto de meterse en una Constitución Política que pertenece más a una escena de Stanley Kubrick con primates en un abrevadero; y creo que Singapur pasará por el mismo proceso, una vez la influencia de la herencia de LKY desaparezca.
Ahora el POSITIVO. Mi amigo tiene razón en su observación, pero y si no se puede usar la fuerza, ¿cuál es entonces el argumento de ventas para una solución que no es una solución, sino un sistema de estructuración de soluciones, y en qué consiste este sistema? Pues en que no es una sola persona la que decide por el resto, o un grupo en un Congreso como el de Colombia, al que se llega como todos sabemos, y donde se decide sobre la vida y la muerte de los demás como si de un espectáculo en el coliseo romano se tratara. Un sistema de estructuración de soluciones funciona a la escala de la interacción entre dos personas, y solo cuando una solución ha sido probada en esa escala, se introduce en grupos y territorios cada vez más grandes, hasta que algún día, después de muchos años, se convierte en principio moral, y después de muchos años más, quizá en ley, y si después de miles de años aun está vigente, tal vez en código religioso.
¿Cómo se vende esa idea a un grupo de personas que esperan solucionar problemas estructurales y sistémicos de largo plazo: pobreza, ignorancia, mala salud, entre otros, usando un sistema cuya obvia limitante es que en la cabeza de un líder, cuyo foco central es la violencia y el poder, no el desarrollo y la prosperidad general, no cabe sino el hoy y posiblemente el mañana para su grupo cercano, y que ven con sospecha todo aquello que no encaja perfectamente en esa lógica? Hay mucho libertario y liberal clásico perezoso que no se cuestiona las razones por las cuales el sistema actual de Colombia es basura, produce basura, y trata a los seres humanos como basura y los descarta como basura, incluyendo a las élites cuando pierden el poder, porque es más fácil enterrar la cabeza en la teoría económica austriaca y promoverla como la solución última de todos los problemas habidos y por haber; o acercándose a lideres muy cuestionados, tal como lo hizo Gloria Álvarez con AUV, a quien entrevistó como si el tipo fuera un “faro de libertad y republicanismo” en una tormenta de abusos de la izquierda. A Gloria algo se le perdona, porque al fin y al cabo, no conoce internamente la historia de Colombia, ¡pero a los locales no! Pregunto de nuevo, ¿cómo se vende o introduce? Esa es la pregunta que me he estado haciendo desde que descubrí las ideas de la libertad y también desde que descubrí que su imposición por la fuerza, como señala Duguin, es contraproducente.
La respuesta no es fácil: por ahora, no hacer lo que no funciona, como dice Duguin. Lo que no sabemos es qué es lo que funciona. Sabemos por la historia de la Revolución estadounidense y su posterior Constitución, que los padres fundadores tenían muy claros ciertos principios morales, y que además entendieron lo peligroso del poder del Rey, quien, cualquier día, y por la razón que fuera, podría despojarlos de sus derechos naturales, de sus propiedades, de su dignidad y de su modo de vida. Entonces, ¿por qué nuestras guerras de independencia en latinoamericana no produjeron el mismo resultado, si ambas hablan de libertad? Porque la Revolución francesa fue un proceso de suplantación de un tirano por otro tirano en la forma de la Asamblea Nacional, y nuestras muy ignorantes y oscurantistas élites criollas vieron en ese ejemplo el perfecto vehículo para hacer lo mismo que hacía el Rey de España, aunque sin su tutela, y de forma completamente independiente e impune. Colombia es una extensión de un conjunto de principios políticos, cuyo resultado es una jerarquía por poder y violencia ¡no es más! ¿Y cómo se cambia?, ¿con más poder y más violencia?, ¿con socialdemocracia, que no es algo diferente a violencia institucional?, ¿con marxismo, que es el equivalente a violencia institucionalizada? Ya sabemos las respuestas a todas esas preguntas. Por ahora, el esfuerzo es el básico: el de hacer notar que hay otra alternativa, el de convencer y el de usar la palabra, la verdad y la ciencia para esparcir las ideas, y no la violencia para imponer ideología; a eso nos hemos dedicado en ALS. Puede parecer tonto y poco eficiente, pero es que la evolución de las sociedades no es de la noche a la mañana, ni por arte de un decreto, como creen los “magos” del Gobierno.
Hasta aquí les dejo mis reflexiones y apreciaciones, no sin antes advertirle a todo liberal clásico y libertario, o a los conservadores, lo siguiente: los caminos fáciles en política no existen, pero los difíciles no tienen que estar manchados de sangre.
Nota
[1] Liberalismo, entendido como liberalismo clásico o libertarismo con tono individualista.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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