Periódicamente, el Gobierno Nacional da a conocer algunos indicadores sobre los que muestra su variación y los compara con la cifra del mismo periodo del año inmediatamente anterior. De esta manera, informa sobre la evolución o retroceso de los mismos. También lo hacen las Gobernaciones y las Alcaldías, aunque en muchos de los casos tanto las fuentes a las que se acude como las metodologías son diferentes, y los resultados no sólo no coinciden, sino que varían incluso hasta contraponerse.
Puesto que cada administración se sirve de ellos para demostrar sus resultados, avances y logros, estos pierden toda base de credibilidad ante el público, pero los funcionarios insisten en su veracidad, diciendo que cualquier afirmación contraria obedece a un sesgo de «percepción», o es interesada, es decir, que sirve a un propósito que buscaría deslegitimar el buen trabajo y los logros oficiales.
Es así como en medio de cifras del orden nacional que hablan de crecimiento sostenido, el sector industrial habla de contracción o recesión; o aún con un incremento del desempleo y la informalidad, se aduce justamente lo contrario. Para el Gobierno, mientras el ciudadano pague impuestos y aporte a salud y a pensiones, todo va bien; pero cuando no lo hace, no es porque las cosas vayan mal, sino por esa «cultura de la evasión» que hay que combatir. Lo demás no cuenta y, por lo tanto, no es real.
La única realidad posible es la del «buen desempeño» oficial y todo lo que hacen por nosotros. De modo que ya no gestionan, sino que informan «estrategicamente» y se publicitan a sí mismos de cara a las próximas elecciones.
Hace unos días nos han dicho que la buena gestión gubernamental ha logrado reducir la pobreza. Y la base de comparación es un supuesto ingreso que apenas sí supera los $200 mil pesos: quien supuestamente lo alcanza, supuestamente tampoco es pobre. Y todo porque paga algunos aportes sobre la base del salario mínimo legal vigente. Para el Gobierno, esta persona vive decentemente y con dignidad. Al fin y al cabo, ha cumplido: no necesita más ayuda del Estado que las que éste ofrece para quienes cumplen unos requisitos mínimos.
En conclusión, no hay un indicador real de pobreza ni unos criterios claramente definidos de Desarrollo Humano. Aunque nos digan que el país ha entrado en el pacto de tal y por cual y se ha comprometido a alcanzar gradualmente los indicadores para el logro de los objetivos de la región y del milenio.
En la noche, después de las fatigas propias del hambre, del rebusque o de la pobreza vergonzante; cada familia, cada mesa y cada almohada son los testigos fehacientes del verdadero logro oficial, o de las lágrimas del ser humano, de la persona que sufre cuando comprueba que ante sí no tiene más que el balance de sus carencias, de sus anhelos no realizados y de sus relaciones rotas o inconclusas, porque algo quedó faltando para alcanzar, al menos por hoy, su cuota de decencia y dignidad.