Piedad Bonnet: narrar lo que no tiene nombre

Lo que no tiene nombre es una novela que narra la posibilidad de comprender el vacío como lugar que puede señalarse entre las palabras y las cosas.


Lo que no tiene nombre es la brecha que separa al nombre de lo nombrado. En esa abertura está el abismo del sentido que puede ser para el poeta el espacio de libertad donde él crea otro lenguaje, algunas veces otra lengua, pero que para el loco no es una opción, es la zona con la que cuenta su mundo. Piedad Bonnett, también poeta, en una novela testimonial narra Lo que no tiene nombre (2013), la capacidad de resistencia para sostener el dolor por el padecimiento físico y mental de su hijo Daniel y posteriormente su suicidio. La obra comienza con la fuerza y la determinación narrativa de quien no quiere ridiculizar el dolor con melodrama, esa fuerza se mantiene a lo largo de la obra incluso cuando flexibiliza el distanciamiento del pensamiento sin dejarse arrastrar por un puro sentir.

No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le habla, con la pretensión de los poetas de poder «leer» las señales del mundo para luego «traducirlas» en ritmos e imágenes. Y me duelo del horrible parloteo del universo en los oídos de mi hijo y de saber que lo que para mí ha sido siempre un gozoso ejercicio de inmersión en la realidad, al agigantarse en su cabeza era para él tortura infernal, fuente de miedo. (p.50)

La novela presenta el caso de Daniel para pensar el de otros muchos artistas cuya prescripción médica podría ceder a un  exceso de racionalización que opaca la condición lateral de la enfermedad. Es decir, la potencia de otras aptitudes en el sujeto enfermo lejos del prejuicio moral: “…en Bogotá –los médicos que lo trataron se negaron siempre a pasar de tres palabras con la familia–.”  (p. 105)

Examinar las sombras de una condición debe implicar preguntarse por el origen luminoso que las produce. Como artista Daniel dudaba de su talento tan reconocido por otros. ¿Buscaba Daniel esa luminosidad pura en la belleza que se manifestaba en su pintura, pero que, al mismo tiempo, el espectro esquizoafectivo le ocultaba? Si el cerebro humano es algo a lo que apenas los científicos han podido aproximarse, estos vacíos de conocimiento, algunas veces, han sido explorados en la producción artística del paciente para evidenciar esa tensión entre el pensamiento y la emoción como un espacio de sobrevivencia creativo y, muchas veces, doloroso.

¿Curar al paciente o acompañar al artista? Piedad Bonnett en su experiencia como observadora directa de las prácticas científicas, ensaya una respuesta de una ironía magistral con un procedimiento narrativo que hace presente al hijo ausente:

Pero la ciencia no te abandona. Abre la boca, cierra los ojos. Siente sobre tu lengua la pequeña gragea que hará el milagro. Es el siglo XX o el XXI, ten fe. ¿Risperidona, haloperidol, clorpromazina, olanzapina, aripiprazol? El nombre no debe importarte. Te basta con saber que es un antipsicótico, un producto de última generación. Es verdad que puede no servirte, incluso que puede excitarte aún más, hacer que te arrojes al vacío, pero en la mayoría de los casos funciona, puedes estar seguro. Te atontará un poco, sí, y es posible que te den mareos al levantarte. Por eso ve con cuidado. Quizá te sientas lento, lejano, desasido del mundo, indiferente; quizá te dé sed, te ponga a salivar, te vuelva rígido. Tal vez tiembles, tengas tics, dolores en las piernas y en los brazos. (…) Pero todo esto es por tu bien. (p. 92)

La lucidez humana tiene una forma singular de manifestarse en los miedos. Daniel lo hace cuando expone ese temor socialmente compartido: el miedo a la pobreza. Él se iluminaba en su talento, pero también algo de él lo opacaba. Era un autor que se reconocía como el productor de una obra al que le urge su independencia económica: un artista que entra en la órbita de la función social con la preocupación de ser dos veces un marginal: enfermo mental y pobre.

A su mente perseguida por miedos y obsesiones no le convenía un futuro de días sin horario, que le ofrecieran la libertad propia de la vida de un artista, el cual se debe a su disciplina y debe optar por la soledad. A mí me conviene la rutina, un jefe, un trabajo impuesto desde fuera, que me amarre a un ritmo, a unos deberes, a un proceso de concentración y no de divagación, me dijo alguna vez. Pero además, uno de los terrores que lo obsesionaban era el de la escasez. Ya nadie compra pintura, mamá, me decía. ¿De qué voy a vivir? (p. 106)

En la relación madre-hijo de la novela de Bonnet puede proyectarse la relación directa y epistolar que en algún momento tuvo el pensador alemán Aby Warburg con su psiquiatra Ludwig Binswanger durante los años veinte del siglo pasado. Una relación de admiración que el doctor Binswanger no podía evitar, convirtiéndose, muchas veces, en un interlocutor que escuchaba en Warburg un pensador del arte que algo debía decirle a un médico psiquiatra. Porque hay pacientes que deshacen la verticalidad de la lógica para dejarse mirar de un modo lateral. Usualmente, la madre es la figura más dispuesta a contribuir con el desmantelamiento de esa verticalidad para mostrar el esplendor de un pensamiento acompañado de la admiración y el amor.

Lo que no tiene nombre es una novela que narra la posibilidad de comprender el vacío como lugar que puede señalarse entre las palabras y las cosas, y donde la locura se instala mientras el arte se arriesga a entrar, espiar, jugar y salir.

La enfermedad dentro de la cabeza es una intrusa para lo normativo, lo convencional, el orden, ¿será el arte esa posibilidad de defensa autónoma que la misma cabeza se exige para no dejarse expropiar completamente? Es decir, cuando la locura se transforma en una especie de lucidez que se manifiesta en el arte, como se narra en la novela, ¿estamos frente a un tipo de paciente cuya cabeza sale a flote del abismo del lenguaje para enunciar una genialidad producto de ese descenso que le muestra, en el mismo lenguaje, lo que para otros está vedado?, ¿hay una exigencia de artista que emerge con la cabeza del paciente para materializar el genio en obra (en pensamiento) entre los medicamentos y sin ellos? ¿Cómo emergen? ¿Cuánto dura la respiración de una inteligencia antes de sumergirse en el abismo? ¿Cómo y cuándo emergió Daniel antes de lanzarse por la ventana?

Xenia Guerra

Licenciada y magíster en Letras por la Universidad de Los Andes en Venezuela. Profesora universitaria de la misma casa de estudios. Investigadora en el ámbito literario con enfoque en filosofía política y el arte.

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