En el actual debate político, la inmensa mayoría de los precandidatos presidenciales y muchos de sus seguidores, tienen como único programa y argumento atacar a Petro para señalarlo, caricaturizarlo y deslegitimarlo. Han dejado de decirle castro-chavista, porque seguro les da vergüenza el uso de tan pobre categoría dialéctica, pero recurren a otras falacias.
Saber qué clase de criaturas somos, es un tema crucial de la humanidad. Al respecto, tienen vigencia dos enseñanzas. La de Sancho: «Cada uno es como Dios lo hizo, y aun peor muchas veces». Y, con más de dos mil quinientos años de antigüedad, la del templo de Delfos, que Platón aconsejaba a sus discípulos en la Academia: «Conócete a ti mismo».
A diario uno tropieza con alguno de los que dicen que «Petro es un peligro», y, después de rebatirle argumentos como los de las expropiaciones, la terminación del petróleo el 7 de agosto de 2022, los camiones de basura de 2012 y las bolsas de los veinte millones de pesos en billetes de dos mil de 2005, terminan por decir: «Sí, pero es que Petro con ese modo de ser, cómo va a gobernar a Colombia».
Entonces, es cuando hay que volver a Cervantes, para cambiar el adjetivo peor por mejor, y decir: Cada uno es como Dios lo crio, y aun mejor muchas veces. Digo que es mejor, porque los múltiples aspectos del ser humano, tanto físicos como espirituales dependen de dos factores: la herencia y el medioambiente. Estos dos componentes y su mutua relación determinan el comportamiento de todos los hombres y mujeres como individuos y como miembros de la sociedad.
La herencia de Petro viene por dos vías. La valentía contestataria de Gaitán le llega de Clara Nubia Urrego Duarte, su madre, quien le dio las primeras lecciones de historia política de Colombia. Esa valentía alcanza el grado de temeridad por enfrentarse a las mafias del narcotráfico y del paramilitarismo y poner en la cárcel al treinta por ciento del Congreso. La fuerza, la audacia, la persistencia la trae de Gustavo Ramiro Petro Sierra, su padre, que pertenece a una estirpe de migrantes italianos que llegó al norte de Colombia, a mediados del siglo XIX. El nómada, el migrante, el andariego arriba al lugar que elige como objetivo con una fuerza semejante a la potencia con que penetra el caudaloso río Amazonas en el Atlántico, cuyo estuario es de doscientos cuarenta kilómetros.
Esa es la herencia de Petro Urrego, y hasta ahí la primera parte de la frase de Sancho: «cada uno es como Dios lo hizo». La segunda parte, que, según el escudero de Don Quijote, puede ser peor, en el caso de Petro es mejor, porque el plus lo ha adquirido en el medioambiente. Este factor, es la totalidad del espacio y el tiempo que rodea a un ser vivo, es decir, el conjunto de influencias que actúan sobre él. No es otra cosa que la mutua relación que existe entre el ser humano y su entorno, o sea la naturaleza, la educación, la cultura, la sociedad. El código genético y las circunstancias de espacio y de tiempo en que actúa una persona, son, pues, los responsables de su conducta.
Pero hay algo más: uno de los elementos determinantes de la conducta humana, que hace parte del medioambiente es el sufrimiento. Este valor, es el yunque donde se moldea y se templa el espíritu hasta el punto de que quien no ha experimentado un intenso sufrimiento no tiene nada de qué alegrarse, vanagloriarse u honrarse. Petro tiene en su alma las cicatrices del sufrimiento: la cárcel, la tortura, el hambre, el frío y la desnudez.
Pues bien, para narrar y describir el medioambiente que ha rodeado a Petro, se necesitan cien tomos y nos faltan volúmenes, pero dejémoslo en estas palabras breves: más de doscientos años de exclusión, represión y exterminio de un pueblo, por una parte, y, por la otra, un alma tenaz, disciplinada y perseverante para consagrarse a estudiar esa sociedad a través de su historia, de su literatura y del trabajo de campo, como si se tratara de un científico social.
En el debate de los diez candidatos con Vicky, dos personas, que al mundo les consta que han sufrido, descargaron su rabia contra Petro: Íngrid, quien sufrió con el cautiverio en la selva y Galán, con el asesinato de su padre. A juzgar por la agresividad con que los dos atacaron a Petro, habría que concluir que ese terrible sufrimiento de nada les sirvió para volverlos mejores seres humanos, por lo menos para ser más respetuosos con sus contendientes en el batallar político.
La otra agresión a Petro la hizo Federico Gutiérrez, a quien poco conoce el país. Los tres debieron de sentir el apocamiento de su alma ante la sabiduría con que Petro volvió trizas sus falacias. Por las redes han circulado profusamente las respuestas a Íngrid y a Galán. La respuesta a Gutiérrez fue muy breve pero demoledora: «Usted, Federico, no sabe lo que es sentir hambre».
Así que, a todos nos vendría bien aplicarnos el mandato inscrito en el pórtico del templo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Y, con más veras, a quienes aspiran a conducir esta sociedad, diversa, contradictoria e injusta, por antonomasia.
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