En su afán de antagonizar con Occidente y posar de revolucionario, el presidente Gustavo Petro ha girado la brújula geopolítica de Colombia hacia el Este. Nos ha metido de cabeza en la Ruta de la Seda, ese megaproyecto de dominación comercial de China, disfrazado de cooperación y progreso. Lo ha hecho sin consultar al Congreso, sin debate nacional, y sin medir las consecuencias para el tejido productivo del país. Una decisión que no solo es incoherente con su prédica de justicia laboral, sino que es una puñalada por la espalda al empresariado local y a millones de trabajadores colombianos.
Mientras Petro vocifera contra los empresarios nacionales que “explotan” a sus empleados, le extiende la alfombra roja al mayor abusador laboral del planeta: el Partido Comunista Chino. Un régimen donde no existe sindicalismo libre, donde el salario mínimo es una burla y donde la explotación de mano de obra no es la excepción, sino la política oficial. ¿Cómo puede alguien hablar de dignidad laboral mientras le abre la puerta a quien la pisotea todos los días?.
China no llega como socio. Llega como amo. No compra productos colombianos, compra territorios, puertos, industrias estratégicas, telecomunicaciones. Llega a desmantelar cadenas productivas enteras con dumping, con precios artificiales y con una agresividad que no admite reciprocidad. Que no se nos olvide: cada país que ha entrado en la Ruta de la Seda ha terminado con deuda, dependencia y desempleo local. Veamos.
Sri Lanka, atrapada en deudas impagables, tuvo que entregar el puerto de Hambantota por 99 años. Pakistán, con su corredor económico, hoy está más endeudado con Beijing que con el FMI. Ecuador ya tuvo que renegociar contratos leoninos por obras que no valen lo que cuestan. África está inundada de infraestructura sin transferencias tecnológicas reales. Italia, único país del G7 que firmó con la Ruta, se salió en 2023 al ver cómo su déficit comercial con China se disparaba sin retorno.
¿Y Colombia? ¿Qué lleva Petro en la maleta? Seguramente no café, flores ni tecnología. Lleva los títulos de nuestras minas, nuestros corredores bioceánicos, nuestras industrias livianas, nuestra logística estratégica. Llega China, y lo primero que se hunde es la industria nacional: textiles, calzado, autopartes, electrodomésticos. Todo lo que hoy todavía genera empleo formal en Colombia será desplazado por mercancía china subsidiada y sin aranceles.
Petro no solo es contradictorio. Es irresponsable. Se desgañita hablando de una reforma laboral para proteger derechos, mientras entrega nuestro mercado a una dictadura que no reconoce derechos básicos. Dice defender la soberanía, pero nos ata a contratos opacos con una potencia que no cree en transparencia. Dice buscar la reindustrialización, pero elige como socio a quien más ha destruido la industria mundial.
Y mientras tanto, ¿quién pierde? Pierden los empresarios formales que no pueden competir con productos hechos con esclavitud moderna. Pierden los trabajadores que verán cómo su empleo desaparece ante la avalancha de importaciones. Pierde el agro colombiano, que tendrá que competir con subsidios estatales chinos. Pierde el país, porque cambia independencia por endeudamiento. Y pierde la democracia, porque el modelo chino no se exporta solo con productos, sino con métodos de control, censura y vigilancia.
El sueño de Petro de convertirse en el Bolívar del siglo XXI, nos puede dejar convertidos en la próxima colonia del imperio rojo. Y no por ideología, sino por ignorancia.
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