Y ese es el quid del asunto. Gustavo Petro, para sorpresa de todos y a pesar de que por nuestras calles colombianas se pasea la crisis de la revolución venezolana, tiene un fondo de armario que quizá hasta ahora nadie ha calculado. El voto abstencionista.
En medio de esta contienda electoral por ocupar el solio de Bolívar, Gustavo Petro tiene con los pelos de punta a más de un personaje de la vida nacional. Comenzando, cómo no, por el exvicepresidente Germán Vargas Lleras y el exalcalde de Medellín Sergio Fajardo. Esto porque, si asumimos como ciertas las últimas encuestas, donde el candidato Iván Duque, del Centro Democrático, siempre o casi siempre figura en la punta; al parecer muy sólido, ambos se deben estar devanando los sesos para idearse una estrategia efectista con la cual arrebatarle el puesto al más asequible de los “lideres” —o sea a Petro— y pasar a segunda vuelta. ¡Difícil!
Ahora bien, al margen de quienes a raíz de cálculos electoreros necesitan una dosis triple de valeriana, la verdad es que Petro tiene temblando a medio país. Especialmente al país que ve en él, en su postura radical, en su discurso populista, un fiel reflejo de la doctrina que poco a poco ha conducido hacia el acabose total al pueblo venezolano, que ha arruinado el estado social de derecho y le ha puesto punto final a su imperfecta democracia. Y es que, aunque hoy por hoy el exalcalde de Bogotá quiera desmarcarse, bueno, según el escenario, de Chávez, su cercanía ideológica con el modelo socialista es innegable. Como lo es también que su discurso, gústenos o no, ha calado en ciertos nichos de la sociedad, algunos ya reconocidos, pero otros no. Y ese es el quid del asunto. Gustavo Petro, para sorpresa de todos y a pesar de que por nuestras calles colombianas se pasea la crisis de la revolución venezolana, tiene un fondo de armario que quizá hasta ahora nadie ha calculado. El voto abstencionista.
De ahí que su estrategia se fundamente en avivar la insatisfacción del desempleado, la rebeldía del estudiante, la frustración del desposeído, la rabia del abandonado, en una palabra, la credulidad del que, con justificada razón, no cree en la política colombiana y que, en virtud de dicha premisa, ha decidido, consciente o inconscientemente, abstenerse, “marginarse”. Y para ello qué mejor que acudir a la plaza pública, donde nadie lo controvierte, donde nadie puede señalar sus contradicciones programáticas, sus datos amañados, y donde, por el contrario, él, con su dilatada verborrea, puede exacerbar los ánimos del pueblo “marginal”. ¿Cómo? Resaltando los vacíos del estado, que son muchos, y atacando, -por lo menos discursivamente-, la corrupción de nuestra clase dirigente, que también es mucha. Esto mientras por el otro lado promete el oro y el moro. Educación gratis, aire puro, taxis para conductores, tierra para campesinos, energía limpia, etcétera. Lo cual, como estrategia, puede, en una eventual segunda vuelta, terminar inclinando la balanza a su favor. ¡Ojo!