El día D está a la vuelta de la esquina. El Tiempo, El Espectador y otros medios que han sido francos activistas políticos a favor del presidente Santos, alcahuetes de las FARC, propagandistas del SÍ en el plebiscito, etcétera, o sea, en una palabra, cómplices del desgobierno, lo registran en cuenta regresiva. Faltan 2 días, 13 horas, 7 minutos y 6 segundos para El Mundial de Fútbol Rusia 2018. No obstante, y a pesar de la influencia que tiene este deporte en el día a día nacional, en el país solo se habla de un acontecimiento cuya fecha es ligeramente posterior a la del inicio de la cita mundialista. Es decir, de las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo el 17 de junio y cuyo resultado, por la posibilidad de que el aspirante Gustavo Petro Urrego llegué al poder, tiene en ascuas a casi todo el país. A unos, porque ven en él una esperanza de cambio y a otros, quizá los más, porque intuyen que su triunfo significaría el principio del fin institucional de nuestra precaria democracia.
Cosa esta última que sus seguidores, entre los cuales hay intelectuales de talla universal, como el premio nobel de literatura surafricano J. M. Coetzee, intelectuales de talla local, como la insufrible Carolina Sanín, artistas, estudiantes, desempleados, pero sobre todo mucha gente joven, se niegan a aceptar. Y es que para ellos “La Colombia Humana”, lema bajo el cual se han aglutinado, significa todo lo contrario. Una transformación positiva para el país. Pues de ser Petro el presidente, dicen, Colombia dejará atrás la corrupción, se blindará el proceso de paz, el país hará un tránsito acelerado hacia las energías limpias, el estado no le echará muela al capital privado ni cercenará la libre economía de mercado, etcétera. Lo cual, si bien discursivamente resulta bastante atractivo, choca con los hechos. ¿Con cuáles?
1) Con el hecho de que Petro, y ahí están sus opiniones en Twitter, hasta hace muy, muy, muy poco tiempo resaltaba las bondades del proyecto bolivariano de Chávez y Maduro. Llegando incluso a afirmar hace algunos años que eso del desabastecimiento en los supermercados era solo propaganda negra. Es decir, su proximidad ideológica con el chavismo y con todo lo que esto implica en términos de modelo socioeconómico no es cuento uribista. Nadie se ha inventado las fotos de Petro paseando con el futuro dictador Hugo Chávez por Bogotá y nadie lo obligó a elogiar tan ampliamente ese modelo. Solo que ahora, por estrategia política, se ha apartado de esos postulados. Al respecto incluso hay una paradoja: la senadora Claudia López, que ahora se sumó a La Colombia Humana, hace menos de un mes, en plena campaña política, le recordaba dicha cercanía ideológica. (Ver).
2) Con el hecho de que, durante su paso por la alcaldía, Petro no dio señas de apegarse a la ley y promover una contratación “limpia”. O sea, lo suyo no fueron las licitaciones y los concursos meritorios sino las asignaciones a dedo. O al menos esta fue la conclusión de una investigación de la Contraloría distrital, recogida a posteriori por Revista Semana. En ella, palabras más, palabras menos, se da por sentado que, entre los años 2012 y 2015, el 96% de los contratos que asignó la administración Petro fueron a dedo. (Ver). Lo que, en vez de ayudar a contener la corrupción, siembra un muy mal precedente en cuanto al manejo de los recursos públicos. En especial porque ésta ha sido una de las prácticas más difundidas en el país vecino. En donde los contratos entre amigos, parientes, conocidos, colectivos chavistas, militares cercanos al poder, etcétera., reemplazaron los criterios económicos y técnicos y contribuyeron en el colapso de dicha economía.
3) Con el hecho de que Petro ha dado serias muestras de no ser un demócrata, o al menos no uno en regla, sino, por el contario, de querer estar siempre por encima de la democracia. El primer hecho que puede sustentar esta afirmación es el más trillado: Petro perteneció al M-19, una organización subversiva que utilizó las armas para, muertos de por medio, dar golpes de opinión y tratar de llegar al poder. El segundo se remonta a su paso por la alcaldía. Petro, con o sin justificada razón, fue destituido por un órgano competente para dicho menester, como lo es hasta el día de hoy la Procuraduría General de la Nación. Pero él, en vez de seguir el conducto regular, en vez de acogerse a la carta democrática para controvertir dicha decisión, cosa que usualmente hacen los demás políticos caídos en desgracia, apeló a su popularidad y a su discurso de odio de clases para movilizar la ciudadanía a su favor. Es decir, muy hábilmente, en pocos días, convirtió su destitución y la perdida provisional de sus derechos políticos en un acto público de persecución. Una jugada maestra en tanto que a la larga de ella él salió fortalecido. Pues la CIDH, que para otros casos se demora siglos en pronunciarse o dar una audiencia, con Petro actuó de manera expedita. No obstante, lo curioso del caso es que Petro nunca ha logrado desmentir el hecho por el cual fue destituido.
4) Con el hecho de que Petro, cuyo proceder denota más pasión que raciocinio, ha demostrado guardar un resentimiento tal con la fuerza pública y con la institucionalidad armada del país que no le importa mentir para “demostrar” alguno de sus fabulosos argumentos. En especial hay uno que llama mucho la atención, pues de haber sido exitoso hubiera ayudado a condenar a un militar, además de inocente, víctima de la politización del aparato judicial del país. Me refiero al Coronel retirado Alfonso Plazas Vega. Del que el aspirante a la presidencia por La Colombia Humana dijo que él era quien comandaba la supuesta tortura de la que Petro fue víctima en octubre de 1985. (Ver). No obstante, ante las pruebas que a continuación presentó el Coronel retirado Plazas Vega, demostrando que tal afirmación era falsa, al poco tiempo, el mismo Petro tuvo que retractarse. (Ver). Algo que parece de menor calado pero que en el fondo no lo es. Como tampoco lo es el hecho más reciente, en el que en tribuna pública Petro, en medio del discurso, menosprecia el ser soldado o policía de Colombia. (Ver). Lo cual, al margen de lo meramente formal, oculta un significado más profundo: un rechazo a la estructura democrática. Donde, si bien las fuerzas militares y de policía no son las protagonistas, sí juegan, y no solo en Colombia sino en casi todos los países desarrollados y en vía de desarrollo del mundo, un papel fundamental.
@Fe_derrata