Uno toma posiciones cuando existen alternativas que se pueden ponderar, y al final, decir que hay una mejor que otra, o tan siquiera, “menos peor”. Cada quien está en la libertad de creer en lo que quiera siempre y cuando sea con respeto y no vulnere unos mínimos del otro. Algunos asumen posturas desde la posición cómoda de quien no se esfuerza por reflexionar ni cuestionar su entorno, y hay otros, que desde su propia reflexión y crítica, se creen con el derecho de exigir a los demás que se inclinen por su punto de vista.
En resumidas cuentas, en eso consiste la polémica entre quienes no desaprovechan oportunidad para sacarnos en cara el voto en blanco de la pasada contienda presidencial, porque para ellos votar en blanco era apalancar el uribismo, como si estuviéramos obligados a creer, como ellos lo hacen en su legítimo derecho a creer en lo que quieran, que Petro realmente es un mal menor al lado del uribismo. Claro, Petro no tiene el prontuario de Uribe, pero también es cierto que no ha ostentado el poder de Uribe. Y claro, los abusos y desmanes nunca serían los mismos, tendrían otros nombres y otras víctimas.
La izquierda siempre ha vendido el cuento de que es la humanista, flexible, justa, benevolente, equitativa, participativa… todas esas cosas que son la antítesis de lo que ha sido la derecha, sobre todo la nuestra, que ha representado el abuso y los excesos en todas sus expresiones. En nuestro contexto la izquierda ha sido mártir (UP) y villana (guerrillas), mientras que la derecha ha sido villana y macabra en gran medida. Pero no, a estas alturas con exponentes como Uribe y Petro, la diferencia no la hace la ideología, la hace el poder, pues en esa lucha los extremos han demostrado ser los pares de sus antítesis, porque al final recurren a los “ismos” enfermizos, apuntando con el dedo al que está del otro lado, o peor aún, al que simplemente no comparte su sentir.
Mi punto, que no tiene que ser el de los demás, y tampoco el correcto, es que en nuestro contexto, lo que representa Petro y Uribe tiene profundos parecidos. Cada uno se para desde el púlpito de sus odios y la emprende contra el otro bajo el sagrado oficio de la mentira y la manipulación, como dos jugadores de póker avezados, el uno con mejor suerte por la habilidad histórica para construir contextos a su favor, el otro contra las cuerdas por no comulgar con el modelo oficial. Nunca me ha convencido el tono conciliador de Petro, y aunque de fondo sé que los problemas del país no serían los mismos si fuera Petro en vez de Uribe, ello no quiere decir que los problemas con Petro sean menos graves.
Una cosa es defender la libertad, oponerse a la guerra, y otra muy distinta validar, de manera sutil, el régimen de Venezuela, como lo está haciendo Petro en este momento. ¿Exageramos al no creerle a Petro su fingida imparcialidad?, no creo. Sus confusos (y eso sí tibios) pronunciamientos sobre la situación de Venezuela, dejan mucho que pensar. Los guiños del uribismo a fanatismos como el de Bolsonaro o el de Trump no nos sorprenden, eso ya lo sabíamos. Y del lado de Petro, los guiños a regímenes como el de Venezuela tampoco sorprenden, aunque en campaña haya querido tomar distancia por lo impopular que era, y aunque en estos momentos trate de camuflar su defensa al dictador de Nicolás Maduro bajo el discurso de la libertad y la soberanía de un pueblo, llamando a un diálogo de entendimiento, como si con una dictadura (de izquierda, derecha, centro o cualquier “índole”) se pudiera dialogar, sabiendo muy bien que Maduro siempre va a ganar y se va a imponer si lo ponen a dialogar con ese pueblo que hoy no es libre, pero clama libertad.
Y no, no estoy defendiendo una invasión militar, ¡no faltaba más!, ni que no tuviera hombres en mi vida lo suficientemente importantes como para ignorar las implicaciones de una guerra, ni que no conociera esas imágenes de la devastación, ni que fuera incapaz de comprender el altísimo costo de una guerra, ni que no me supiera la historia de lo que pasa después. Soy de esas que votó por el sí y lo volvería a hacer cada que la vida me lo permita, con todas las imperfecciones de la paz, convencida de que nunca, ¡jamás!, bajo ninguna circunstancia, ninguna persona tiene por qué librar una guerra que no es suya, asumiendo las consecuencias de las decisiones de otros que manejan el mundo como jugando videojuegos.
Aquí es tan condenable una posible arremetida militar a Venezuela, como el régimen de Maduro que ha condenado a millones de venezolanos a ir errando por el mundo porque en su país un déspota, enfermo por el poder, los condenó al exilio y la humillación de salir de sus casas a mendigar lo mínimo, sacrificando niños y jóvenes, generaciones con rumbo perdido. Si Petro de verdad es un demócrata como se autoproclama, en vez de llamar al diálogo que no va a ser, debería llamar a Maduro a convocar elecciones libres, a la sensatez, a darse cuenta que su modelo fracasó, un escenario que evitaría la descomunal tragedia de una guerra.