A catorce años después del cambio del milenio, la desigualdad y la pobreza están aumentando aceleradamente en todos los países del mundo, sin distinción alguna. Estados Unidos, el espejo donde se querían mirar muchas economías, muestra hoy casi 50 millones de pobres, la mayor cifra en los últimos 50 años. La clase media, la base de la prosperidad norteamericana en la posguerra, se ha estrechado dramáticamente. Mientras sus ingresos aumentaron 21 por ciento entre 1979 y 2005, lo cual representa menos del 0.81% de incremento anual, como media durante este periodo de 26 años, para los más ricos se incrementaron en 400 por ciento, lo que muestra una media del 15.39% anual en el mismo periodo. A medida que se empobrece la clase media, se enriquecen los más ricos de los ricos. Según el Nobel de Economía Paul Krugman, la concentración de la riqueza es de tal magnitud que la superélite que representa el 1 por ciento de los más ricos de la población se lleva el 46% de la riqueza mundial.
-Según la revista Forbes en 2.013 hubo 1.426 personas en la lista de multimillonarios con fortunas superiores a los 1.000 millones de dólares.
Pero lo que para la gran mayoría resulta cada vez más indignante es que, a pesar de que la cantidad de millonarios crece, aún menos del 1 % de la población mundial posea el 46 % de todos los activos globales, o lo que es más alarmante: que el 10 % de la población concentre el 86 % de la riqueza mundial.
Por otra parte, la desigualdad en los países de las economías más avanzadas y desarrolladas del planeta, puesto que representan casi el 80% del PIB global- llegó al nivel más alto del último medio siglo. Según un informe de la Ocde, la inequidad llegó a tal punto que, «lo que gana el 10 por ciento de la población más rica es nueve veces lo que gana el 10 por ciento de los más pobres. Hace 25 años, la diferencia era siete veces mayor». La brecha entre ricos y pobres ha crecido incluso en países tradicionalmente igualitarios, como Alemania, Dinamarca y Suecia. Y naciones ricas como Canadá, Reino Unido, Alemania y Japón se han vuelto más inequitativas.
En el caso estadounidense, el 19% más rico de la población, ha acaparado el 95% del crecimiento económico posterior a la crisis financiera entre 2.009 y 2.011, mientras que el 90% con menos recursos se ha empobrecido en este periodo. Recientemente la directora del FMI sostuvo que la inequidad en los Estados Unidos es la peor en los últimos 100 años.
La concentración de la riqueza también ha aumentado en los antiguos países comunistas como Rusia y China, que se movieron a economías de mercado. Un dato es ilustrativo: China es el país con el segundo mayor número de millonarios del mundo con poco más de un millón de personas (se estima que subirán a 2 millones y medio en 2016), luego de Estados Unidos, pero su ingreso per cápita es sólo de 4.300 dólares frente a los 46.390 de los estadounidenses (según medición del Banco Mundial). Se estima que en China existen cerca de 5.000 personas con una fortuna mayor a los 50 millones de dólares, pero el ciudadano chino promedio gana algo más de 300 dólares, lo que muestra a todas luces la presencia de una fuerte inequidad.
Si los pronósticos de las entidades financieras se cumplen, los chinos duplicarán el número de millonarios para el 2019. Otros de los países que verían un aumento bastante significativo en el número de millonarios serían: Indonesia, con un incremento del 64 %, India con uno del 61 %, México del 57 % y Colombia con uno del 56 %. El informe también reveló que la mayoría de personas con más de 50 millones de dólares reside en Estados Unidos, seguido por China, el Reino Unido, Alemania y Francia. En este momento hay 35 millones de millonarios. Si se cumple la previsión del informe, en el 2019 habrá 53 millones.
En Colombia el 20 por ciento del ingreso nacional lo usufructúa el 1 por ciento más rico del país.
Se calcula que en Colombia hay actualmente 59.000 personas con un patrimonio superior a un millón de dólares. Sin embargo, en los próximos cinco años, esa cifra llegaría a las 80.000 personas, de acuerdo con el Informe Riqueza Mundial de Credit Suisse, una multinacional de servicios financieros.
De los cinco colombianos que aparecieron el año pasado en la revista Forbes, quedaron cuatro para la edición del 2014: Luis Carlos Sarmiento, Alejandro Santo Domingo y familia, Jaime Gilinski y Carlos Ardila Lülle. Salió de la ‘foto’ Stanton Woods, el paisa propietario de Arcos Dorados, que maneja las franquicias de McDonald’s para América Latina.
Como se ve, el fenómeno de la desigualdad tiene dimensiones universales y está polarizando al planeta entre ricos y pobres. La frase «somos el 99 por ciento», que acuñaron los manifestantes neoyorquinos, se ha convertido en la expresión más elocuente de la alta concentración que reina.
El desarrollo y el crecimiento desigual ya no solo inquieta a voces aisladas de académicos, analistas sociales y destacados economistas como los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, quienes desde hace una década vienen alertando sobre este fenómeno. El tema ya pasó del escenario económico al político y de la academia a la calle.
A varios años de las primeras protestas que por la inequidad surgieron en España, se extendieron a Europa y se trasladaron a Estados Unidos, el tema ha comenzado a hacer parte de la agenda de los políticos más influyentes y de los más poderosos líderes económicos del mundo.
Hace más de un año el presidente estadounidense Barack Obama, en su discurso sobre el Estado de la Unión -el último antes de la elección del 6 de noviembre-, catalogó la creciente desigualdad en su país como el factor que definirá el futuro de la primera potencia del planeta. Casi simultáneamente, el Foro Económico de Davos (Suiza) 2.014 -el encuentro que reúne a los políticos y economistas más influyentes- escogió como tema central la brecha entre ricos y pobres y advirtió que la disparidad en los ingresos se erige como la gran amenaza para la estabilidad económica y social del mundo. Al actual estado de desigualdad no se llegó de la noche a la mañana.
Según Krugman, desde hace 30 años comenzó a perderse lo que había construido la sociedad norteamericana a partir de la Gran Depresión de los años treinta y la experiencia de la Segunda Guerra Mundial: un estado en el que predominaba la clase media y había una cultura de moderación. Según el Nobel, las decisiones que tomaron presidentes como Ronald Reagan y George W. Bush fueron llevando a un empobrecimiento de las clases medias, a la destrucción de los programas sociales y a extremos crecientes de desigualdad. En las últimas tres décadas, dice Krugman, el salario promedio de un trabajador norteamericano subió solo un 10 por ciento, mientras que los ingresos de los altos ejecutivos de las grandes corporaciones crecieron casi 3.000 por ciento. En 1970 el presidente de una compañía ganaba 39 veces el salario promedio de un trabajador, hoy gana más de 1.000 veces ese salario.
También los ciudadanos de a pie están pagando los platos rotos de la crisis de la Eurozona. En España más de 5 millones de personas no tienen empleo, es decir el 22,8 por ciento de la población económicamente activa. El caso más crítico es el de los jóvenes educados, que alcanza alrededor del 50 por ciento. El número de pobres ascendió en 2009 a 19,5 por ciento; en 2010, a 20,7, y la tendencia al aumento es evidente.
Los griegos han llevado la peor parte de la crisis. Las escenas son dramáticas. Recortes de salarios, despidos, jubilados sin recursos con algunos suicidas, y las calles de los barrios pobres de Atenas recuerdan los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Se estima que un tercio de los griegos perdió su casa como consecuencia de la crisis, casi uno de cada dos jóvenes está sin empleo y ya más de 250.000 personas dependen de la caridad de la Iglesia y las ONG.
Juan Carlos Ramírez, director de la CEPAL en Colombia, afirma que lo que más le puede doler a una sociedad es el deterioro de sus condiciones de bienestar. «Más que no avanzar, le duele retroceder». Y sin duda duele mucho más ver que mientras los ciudadanos de a pie perdieron el bienestar que habían alcanzado, los banqueros, quienes causaron la crisis, siguieron gozando de privilegios.
Se esperaría que después de la crisis financiera hubiera algún tipo de escarmiento frente a los salarios que pagan las grandes corporaciones, pero todo indica que no ha sido así.
Más allá del claro diagnóstico de que el mundo es cada vez más desigual, lo realmente importante es si esta situación puede revertirse o, por lo menos, evitar que siga aumentando. No es sencillo dar marcha atrás al modelo económico que ha propiciado la alta concentración de la riqueza, pero cada vez hay más consciencia de que hay que buscar otros caminos.
Existe un amplio consenso entre los economistas en cuanto a que la mejor manera de lograr una más efectiva distribución de la riqueza es por la vía de los impuestos. Un sistema tributario progresivo, en el cual las personas y familias con mayores ingresos pagan un porcentaje mayor de sus rentas que aquellos que tienen un nivel más bajo, es esencial para una sociedad más igualitaria.
Multimillonarios como Warren Buffet y Bill Gates ya habían puesto el dedo en la llaga. Buffet dice que mientras las clases más pobres, así como la clase media, luchan por alcanzar sus metas, los «megarricos» obtienen «exenciones fiscales». Reconoce que él, que gana millones como inversionista, paga una tasa de impuestos menor que su secretaria.
Hasta en China el tema inquieta. El año pasado el gobierno introdujo un cambio al impuesto de renta que gravó más los salarios altos, en un esfuerzo por redistribuir la riqueza. Esto no es suficiente, pero muestra que los chinos están preocupados por el tema, que es especialmente sensible para los trabajadores que migran del campo a la ciudad.
Lo cierto es que a nadie le queda duda de que el capitalismo salvaje generó enormes desequilibrios y en esa medida falló. El economista colombiano Mauricio Cabrera afirma que muchos de los paradigmas de la economía se rompieron. Por ejemplo, el de la teoría que dice que hay que hacer crecer la torta primero para distribuirla después, y la llamada ‘teoría del goteo’ o del derrame (‘trickle-down effect’) -tan extendida durante los años noventa por los neoliberales- según la cual, el crecimiento económico va llegando necesariamente a las capas sociales inferiores, generando empleo y más ingreso y consumo. Se suponía que estas teorías producirían un aumento del bienestar general y reducirían la desigualdad, pues las capas bajas de la sociedad irían creciendo rápidamente, incluso más que las superiores, y la brecha se iría cerrando hasta reducir la desigualdad.
Ya todos parecen advertidos sobre las consecuencias que podría tener no solucionar los desequilibrios. A los ricos les preocupa la desigualdad porque gran parte de su mercado depende de que haya quién les compre, y a los gobiernos no les gustan las protestas sociales que se vienen dando a lo largo y ancho del planeta, pues bloquean ciudades, generan disturbios y pueden ser focos de violencia. Pero, sobre todo, tumban gobiernos, como ha ocurrido en ocho países de Europa. Ahora la duda se refiere a si de los discursos y debates saldrán efectos tangibles que permitan regresar a una sociedad más igualitaria.
La desigualdad tiene diferentes caras. El hecho de que el Estado tenga que gastar 25 billones de pesos al año para pagar las pensiones de 1.800.000 personas es una clara muestra de inequidad. En el país hay casos de pensiones desproporcionadas, como las de magistrados y congresistas, frente a casi el 80 por ciento de los pensionados, quienes reciben máximo dos salarios mínimos. Según el departamento de Planeación, en el tema pensional hay una tremenda inequidad porque muchos colombianos no tienen siquiera acceso a una jubilación. Para romper la desigualdad, el país tiene que mejorar el mercado laboral y la educación. Y un asunto clave son los impuestos. El sistema tributario colombiano debería contribuir a que haya mayor recaudo a través de una base más amplia. Esta es la dirección en la que se está moviendo el mundo.
Estos aspectos deberá tenerlos en cuenta el actual gobierno, para restarle argumentos y cerrarle espacios a una guerrilla y a una clase política de ultra derecha caduca y desgastada que supedita su supervivencia, a la permanencia de dichas desigualdades.
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