“Ahora de sus ramas solo florecen nubes que nada duran, y ante la ausencia de ellas parecen raíces que se agarran muy fuerte del aire; sosteniendo el cielo y brotando montaña.”
Hay un árbol erguido al filo de una montaña con sus raíces totalmente definidas y arraigadas.
Aquél se ha dispuesto a dar decoro incrédulo y borrascoso a la curvatura casi perfecta que anuncia el día y la noche.
De tanto sol sus hojas se han secado y de tanta sombra su regazo se ha vuelto árido.
Ahora de sus ramas solo florecen nubes que nada duran, y ante la ausencia de ellas parecen raíces que se agarran muy fuerte del aire; sosteniendo el cielo y brotando montaña.
Has perpetuado la vida siendo las flores que dejaron de nacer, las espinas que nunca protegieron y la fruta que nunca alimentó. Has perpetuado estático e inacabado, inconcluso; hogar de quienes cantan y reclaman.
Guardián de la cima, condena de los vientos. Tu piel se desgaja seca y áspera para hacerse con la tierra de la cual has germinado y hacerse uno de nuevo, recreándose en la penumbra, naciendo del destierro.
Arrancas la tierra si han de arrancarte a ti, y entre tu cuerpo reposan ojos que quisieron ser raíces o ramas.
Pasan encima de ti los días y las noches, las primaveras y los otoños, las aves y los años, pasan sobre ti los vientos de todas y de ninguna parte, pasa la lluvia entre tu cuerpo para hacerse con tus pies el llanto de tu melancolía.
Un árbol condenado a la soledad, puesto en una cumbre dónde nada lo acompañe, sus raíces buscan entre la tierra que queda, llegar al abrazo eterno de sus inicios y rendirse a ella.
En cada montaña hay al menos un guardián que entrelaza con su arraigo la universalidad que somos. Como ellos hay personas que echan raíces, cuidan nichos y se hacen perpetuos, se desgajan de vivir; pieles con cortezas arrugadas, pieles con cicatrices acumuladas.
Personas solitarias en su arraigo, admiradas en la distancia y al filo de sus propias montañas, a ellas quisiera visitarlas pero mis pies no alcanzan cualquier pico, llego hasta donde puedo y abrazo la esencia que hay de éstas en ellas con la devoción que se le debe a la naturaleza.
Admiro en la distancia y me adentro hasta donde soy bienvenido, solo puedo visitar el Edén del que fui exiliado a través de su beldad.
Soy un visitante, un foráneo de tanta precisión, llego con mis desaciertos y descuidos para profanar con humanidad la naturaleza que emana de tu deidad.
Soy la flor que no conoció de primaveras, la espina que creció hasta mutilar su tallo, la fruta pútrida que se descompuso a sus raíces.
Un adepto de los árboles y un amante de aquellos que perennizan mis pasiones.