En un país donde no hay oportunidad ni prosperidad para todos, muchas veces es un pene o es un gatillo el que termina siendo el camino, con el distractor del polvo blanco. No es correcto culpar a quien escoge como ruta el falo o el polvo viscoso porque seguramente no lo hizo porque quiso sino porque le tocó. Sin embargo, entra a jugar la relatividad que alguna vez propuso Einstein y haciendo esa salvedad, este artículo tomará el grueso de los jóvenes, que de verdad no tienen mucho que esperar del futuro sino es cogiendo un revolver, o lucrándose de un pene, todo al sentir y vivir esta realidad inmediata.
Qué puede esperar un joven de la vida cuando ve a la madre quebrándose el lomo cociendo o haciendo otro oficio para mantenerlo y mantener su hogar, o al ver a su padre llegar a tardes horas noche, rebujado y con su maleta bien cargada de herramientas y que ambos no hacen sino quejarse de la vida “que les tocó” al tiempo que agradecen a esa elucubración fantasiosa que es uno y tres al mismo tiempo, Dios. Esos mismos padres aconsejan al joven a que estudie “para ser alguien la vida”. Qué puede esperar ese mismo joven cuando ve que su primo o hermano está conduciendo buseta o vendiendo dulces en las calles sólo porque no pudo encontrar empleo o “camello” en lo que estudió que porque le exigen experiencia laboral o simplemente porque no hay dónde trabajar.
Hace unas noches, yo que casi nunca veo televisión, enciendo aquel aparato como no habiendo más que hacer y entonces pongo un canal equis y oh sorpresa, una película, esa famosísima de “sin tetas no hay paraíso; esa basada en el libro de Gustavo Bolívar, una película de la que estuve tan distante – igual que del libro- porque consideraba basura, o tal vez era el miedo a ver de otra forma la realidad social y por qué no política y económica. En lo que duró la película vi la historia de esta sociedad y este país resumida y sintetizada en esos minutos. Entre esos nodos encontré principalmente estos dos, que es precisamente el motivo de este artículo, porque hay demasiados:
– El joven que empuña el arma para poder sobrevivir, no porque quiso sino porque le tocó. Ese joven, para alivianar su triste oficio recurre a las drogas.
– Las nenas que deciden ponerse “teticas” y ensartarse en un pene de un traqueto para conseguir su “platica”.
Yo soy malísimo viendo una película porque no me concentro. A cada ratico reviso el correo y las redes sociales, pero esta me atrapó: su trama, historia y argumento los que me atraparon no porque sí, sino porque medianamente sé que todo eso es verdad y que nada es ficción aunque así lo mencionen seguramente al principio del filme. Tengo y tuve familiares, amigos y conocidos inmersos en esas problemáticas: drogas, sicariato, prostitución, polvo, yerba o pastas, gatillo o “lata” y pene con más polvo pero polvo del otro, no del blanco blanco puro como el talco de pies sino del otro, del viscoso y líquido.
Uno ve a las putas o a los sicarios y piensa tal vez que están ahí sencillamente porque un Dios o la vida les dieron los peores de los papeles, en términos del gran teatro del que habló Calderón de la Barca alguna vez en donde todos y cada uno tenían un papel que no se podía negar ni refutar y que al final esos papeles los tenían que ceder al mundo pues vendrían otros a tomarlos. Sería algo así como un destino innegable, que también de ello se llega a relatar en la obra de Osborne, Lutero. El destino que le tocó a la puta, a la prepago, al sicario o al jíbaro, es tal vez uno de los peores papeles.
El sexo es muy rico pero a qué nena le va a gustar pasar por el pene de 5,6 o 7 hombres al día; unos 30 al mes: a ninguna, por muy ninfómana y adicta al sexo que sea, todo en exceso es malo, como dirían las abuelas.
A qué pela’o le va a gustar andar paranoico todo el día pensando que lo van a “quemar” consecuencia de las “vueltas” que hace: a ninguno. Nadie, o casi nadie mata a un desconocido por simple placer, sino por dinero, no porque quiso sino porque le tocó. Lo hace porque en su casa hay necesidades, porque le quiere llevar a la madre un mercado o una neverita; y todo porque muy probablemente no tuvo oportunidades de educación o de empleo.
La sensación de las drogas puede ser muy rica, pero estoy seguro de que a nadie le gusta depender todo el día no onírico del polvo aquel o de cualquier otra droga. Ellos lo hacen porque quieren “huir de la realidad” y razón no se les puede quitar porque seguramente les han cerrado todas las puertas o seguramente ni las han tocado, no porque no quieran sino porque les da miedo a que se las cierren como al primo o al hermano que es administrador de empresa o médico y ahora están manejando un bus y vendiendo dulces
Ese muchacho sicario utiliza la combinación fatal: gatillo y droga. Es como si ambas vinieran en el paquete de promoción que viene junto con el papel que les tocó desempeñar. Se recurre al primero como único medio para llegar al segundo, en muchos casos. El segundo dependerá de la estabilidad del primero y ese segundo sirve para alivianar la pesadez de estar en el negocio del primero.
William Ospina, refiriéndose a los jóvenes metidos en el negocio de las drogas y el sicariato, decía: estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por llevar por primera vez una nevera a sus madres en esas casas indigentes de las lomas donde el viento ya está cansado. Se pregunta el escritor por el cómo culpar a los que se hicieron ilusiones por primera en su historia porque muchos pobres vieron una luz en el muro ciego de sus destinos condenados cuando Pablo Escobar les ofreció una “vida diferente”. Uno también se pregunta lo mismo, trasladándonos a esos tiempos: unos muchachos ignorados y ninguneados por la clase dirigente e incluso por la social qué pueden hacer cuando llega un narcotraficante que tiene delirios mesiánicos a ofrecer un millón de pesos por policía muerto; qué más haría un muchacho de estos si no es venderse con gatillo por esto.
Son los penes, los gatillos y los polvos los que terminan siendo el camino y única luz en la vida oscura de los ninguneados e ignorados por la clase social y dirigente. La realidad sigue siendo la misma a la de los tiempos de Pablo Escobar: pobreza y cero oportunidades para los de abajo.
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