Patricia Correa, la maestra de promoción de lectura que hizo amenas las salas de espera

Los papás encuentran que tienen historias que le pueden contar a sus hijos de cuando eran pequeños. A los niños les encanta saber que los papás también eran pequeños. Así se enamoran de la lengua y del relato

Cuando la norma no tiene sentido o no te la explican, entonces no la entiendes y la violas.


Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños.

Khalil Gibran


Escuché decir que un maestro es aquel que responde directo a las preguntas, sin rodeos. Es aquel que da con gracia lo que con gracia recibió. Es aquel que logra ver en cada uno de sus alumnos una luz, un brillo o una virtud para que encuentre la ruta al bienestar consigo mismo. Y esta acepción es precisa para la socióloga Patricia Correa; la mujer que hizo de los ambientes hospitalarios un espacio propicio para la promoción de lectura infantil.

Debido a su trabajo y el proyecto “Palabras que acompañan” (auspiciado por el laboratorio GlaxoSmithKline) Patricia aprendió sobre la relación del sistema de salud, las tensiones que se generan en los hospitales y clínicas y logró que los padres se dieran cuenta —en espacios no convencionales— que a los niños les gusta los libros y que muchas veces los entretiene más que un televisor.

El proyecto de “Palabras que acompañan” empezó en abril del 2002 en doce instituciones en Bogotá. Progresivamente se abrió en ciudades como Medellín, Cali, Manizales. En el 2003 se extiende a Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga. Atienden en promedio unos 43 hospitales. El 90% de las instituciones son públicas. Aunque también están en centros privados. Sin embargo, sea en una institución privada o pública, los niños, según la socióloga, cuando están enfermos siguen siendo niños sin importar el estrato.

Este proyecto cuenta con el ingenio y la intuición de una mujer como Patricia que ha logrado con personas de todos los estratos y niveles educativos la empatía, la capacidad de llegar a consensos, el trabajo en equipo y con esto utilizar el poder institucional para ir más allá del beneficio personal y sensibilizar en los hospitales a niños enfermos con la lectura de cuentos infantiles y así hacer de la literatura una medicina para el espíritu.

El proyecto que se expande por las ciudades más importantes de Colombia es un avance social, político y económico para el país porque toca el núcleo familiar y lo acompaña a través de la lectura de cuentos infantiles. Pues, esta lectura de cuentos mejora sustancialmente las familias porque muchos de los niños evolucionan mejor de sus enfermedades al tener la posibilidad de escuchar la lectura de un libro, el acompañamiento de un adulto diferente a sus padres y la posibilidad de soñar con las historias que escuchan y comparten con sus familias.

Conocí el proyecto en el año 2011, cuando trabajaba como docente de primera infancia en la Comuna 13 de Medellín. Estuve en un evento donde compartieron las experiencias de promoción de lectura más exitosas del país. En ese momento, al ver el impacto que generaba el proyecto de “Palabras que acompañan” quise conocer a Patricia para saber más de cómo trabajar la lectura con primera infancia en espacios no convencionales. Pues, por ese entonces les leía cuentos a niños entre 4 a 6 años y no lograba cautivarlos más de quince minutos. No obstante, tal vez por falta de constancia o inexperiencia de reportero, no logré contactar a Patricia y me di a la idea de que ella era una fuente difícil de rastrear.

Años después, fui corresponsal de primera infancia en Medellín del portal de Magured del Ministerio de Cultura. Me encargaron cubrir “El primer Seminario Taller: Primara infancia y espacios para la lectura en ambientes hospitalarios” que organizó el Ministerio Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia en el Parque Biblioteca San Javier. Además, era el primer evento de esta magnitud que se hacía en el país, y liderado por una mujer. Acudieron bibliotecarios públicos, algunos agentes educativos y culturales de todo el departamento de Antioquia. Después de los protocolos escuché el nombre de la ponente: “la socióloga Patricia Correa” y sentí que la conocía de alguna parte. Durante unas horas no logré identificar de donde la conocía. Incluso, hablé con ella para explicarle mi rol de periodista del evento, pero no me explicaba por qué se me hacía tan familiar su nombre. Luego, recordé el proyecto “Palabras que acompañan” cuando ella lo expuso como una experiencia vital. En ese momento me asusté porque el universo me dio la oportunidad de conocer a una de las mujeres más influyentes en el ámbito de la promoción de lectura en el país. Una mujer que deseé conocer años atrás. Así que no desaproveché la oportunidad y conversé con ella.

A continuación, les comparto esta entrevista, producto de una serie de preguntas que le hice a Patricia Correa hace algunos años, pero sus respuestas, a pesar del tiempo, siguen vigentes porque tocan el alma, el corazón y las tripas.

¿Cómo sería una educación inicial para que un niño sea un ser íntegro?

El problema es pensar la educación por estancos. Es decir, por un tiempo es competencia de unos miembros de la sociedad. Llámese la familia o las personas a cargo de los niños más chiquitos hasta que los reciben en los jardines infantiles. En ese momento los papás asisten a las reuniones y están pendientes de los procesos de sus hijos. Pero van creciendo y los papás asisten menos. Cuando el proceso educativo es un proceso de transmisión porque todos los que llegamos antes tenemos el sagrado deber de transmitirle lo mejor de nuestra cultura a los que recién llegan para que se integren de la mejor manera. Pienso ese proceso en estancos: La familia, el jardín, la escuela y luego uno los suelta. Pero no es que se les suelte del todo porque los niños siguen vinculados fundamentalmente a la familia. A lo que voy, es que la educación no es solo inicial sino para toda la vida. No es solo por momentos o por funciones sociales sino un proceso de transmisión de siempre. Por eso, cuando se piensa en la primera infancia se piensa en la familia.

Hablabas de la responsabilidad como resultado de una decisión. ¿Podrías ampliar el significado de esa frase?

Cada uno de los que estamos aquí tenemos una cuota de responsabilidad. Es decir, los niños son responsabilidad de toda la sociedad. Desde que se decide tener un hijo, deseado o no deseado, ojalá deseado, se adquiere una responsabilidad que se acaba con la muerte del padre o la madre. El vínculo emocional y el papel de la construcción psíquica del otro continúan. Por ello, los valores se aprenden con modelos coherentes de respeto o el ejemplo. Es decir, uno tiene que asumir sus responsabilidades. La misma palabra lo dice, “responsabilidad” significa: responder por las consecuencias de una decisión o acción que uno esté realizando. Ahora, las responsabilidades no son culpas. Si me sitúo en el terreno de la culpa no hay salida. Pero si me sitúo en el campo de la responsabilidad encuentro soluciones. Además, las herramientas para asumir la responsabilidad cambian. No es lo mismo la responsabilidad cuando tienes veinte años o todo lo que sabes cuando tienes sesenta. Por eso es que, en las comunidades de antes, ya no tanto, los más viejos eran los más escuchados. Ya les había pasado un montón de cosas y habían enfrentado un montón de responsabilidades. Por eso, cuando decido tener un hijo asumo la responsabilidad de esa decisión. Lo otro, es que los papás creen que si castigan al hijo lo van a traumatizar, lo mismo si lo consienten demasiado. Cuando un padre se pone en ese plano se ubica en el terreno de la culpa. Y para evitar la culpa los papás han ido entregando y delegando su saber. Es una cosa gravísima pensar que los papás no saben. Por eso, hay que devolver a la familia su saber en la crianza y en el acompañamiento del desarrollo del nuevo ser. ¡Sí sabemos! ¡Está en los genes!

Dictaste, a nivel país, el primer Semillero Taller: Primera infancia y espacios para la lectura en ambientes hospitalarios ¿Cuál es aporte a la sociedad con este Semillero Taller?

En este taller se toca la relación con la familia y con los otros miembros de la sociedad: Bibliotecarios, maestros… Mostrando que también otras personas pueden aportar al proceso. Alguien dice, no recuerdo el nombre, que donde hay un niño hay un adulto. Es decir, el bebé no se puede mover solo. Las crías humanas son mucho más dependientes que cualquier otra cría. Los niños no tienen la posibilidad de independizarse de sus padres como sí se independizan otras crías. Su supervivencia depende por lo menos de un adulto. Por eso, un taller como este, que se propone desde la Biblioteca Nacional y desde el Ministerio de Cultura sobre lectura en la primera infancia sabe que pasa por la familia. Esta comprensión permite decirle a la familia que desde que nace el bebé hay que acompañar a los padres. Conectar con la sensibilidad de ese adulto para que pueda transmitirla al bebé. Entonces se crea un espacio para los padres y los hijos diferente al de la cotidianidad, diferente al del lenguaje fáctico. Esto da permiso al lenguaje del relato. Entonces los papás encuentran que tienen historias que le pueden contar a sus hijos de cuando eran pequeños. A los niños les encanta saber que los papás también eran pequeños. Así se enamoran de la lengua, del relato; que después encontrarán en la literatura impresa, en el cine. Además, entienden que no se tiene que ser cantante de ópera para cantarle al niño y arrullarlo. Un ejemplo, en una entrevista a Maurice Sendak, autor de “Donde viven los monstruos”, dice que cuando su padre le leía lo tenía sobre sus piernas y que él asocia la lectura con el olor de su papá, con el calor de su papá. Y si eso les pasa a los niños es algo que nunca van a olvidar. Esa sensación queda en el cerebro, en el corazón y en la tripa. Claro, eso no quiere decir que ese niño se vuelva el superlector, pero su relación con la lengua es fuerte en todas sus dimensiones.

Mencionaste en el taller que los arrullos se acabaron. ¿Cómo es eso?

Cuidado, no estoy diciendo que no hay música para niños. Hay nueva música infantil latinoamericana. Es un movimiento muy serio. A lo que voy es que en todas las culturas humanas existe el arrullo a los niños. Hay referencias desde los neandertales. Los arrullos son un hacer que se transmite oralmente de generación a generación y se transformaba con las interrelaciones culturales. En nuestros arrullos hay información de nanas de los españoles del año 1500. También, hay arrullos que se rastrean desde México hasta Argentina y que en los distintos países tienen variaciones rítmicas y en sus textos. Claro, esto se da mucho más desde el lado femenino. Pues los abuelos contaban los relatos de miedo y de cómo era que se hacía antes y ahí transmitían un montón de valores. Pero el canto era más femenino. Por lo menos el canto de la nana y el arrullo. Por ejemplo, la niña que era arrullada a la vez arrullaba a las muñecas, luego a sus hijos y nietos. Eso permitía continuidad. Pero cuando la mujer se incorporó a la fuerza laboral fuera de casa ya no le quedó tiempo para los arrullos. ¿A qué horas esa mujer va a cantar? Por ello, a muchas de las mujeres de ahora no les cantaron. Eso no se les transmitió. ¿Cómo van hacerlo? Como se sabe el oído es el primer y el último sentido que se cierra. Entonces el bebé oye la champeta desde que está en el vientre. Lo duermen con la champeta y el vallenato y ese es su mundo sonoro. Cuando la nana y el arrullo cumplen una función importante y es calmar, tranquilizar y conectarse con la emocionalidad del bebé. Los arrullos son vitales para el desarrollo inicial de los primeros meses del niño, la construcción de esa psiquis inicial, del vínculo del bebé con la madre… y eso no está en la champeta ni en ninguno de esos ritmos populares.

Tu profesión es la sociología. ¿Por qué nunca la ejerciste? 

Salí de bachillerato y quería ser la primera Jacques-Yves Cousteaude de Colombia y por otro lado amaba leer. Quería estudiar Biología o Filosofía y Letras. En la Universidad de Antioquia inicié Biología. Hice cuatro semestres y al tiempo ingresé a la Escuela de Artes de la universidad a estudiar teatro. Llegó un momento en que la escuela se cerró para transformarse en facultad. Por esos días, en Biología, nos llevaron al nacimiento del río Medellín a tomar muestras. Luego, pasamos un semestre completo analizando las muestras de un solo día. Fue cuando entendí que eso no era lo mío porque necesitaba la gente y estar afuera. Tampoco seguí con el teatro porque cerraron la escuela. No quise esperar, menos en los 70 con lo que estaba pasando a nivel político en el país. Entonces decidí estudiar Sociología porque ofrecía un trabajo cultural y social importante. Aprendí mucho. Por ese tiempo también me casé y tuve mi primer hijo y empecé a trabajar medio tiempo en la guardería Mirringa Mirronga con María Cristina Gómez. Allá descubrí la maravilla de trabajar con los niños. María Cristina fue una gran maestra. Tengo una imagen de ella. Siempre preguntaba quién quería hacer tal cosa, sin obligar a nadie. Ella decía: “¿Quién quiere venir conmigo a leer? Ella tomaba un libro de poesía que no tenía muchas ilustraciones. Ella se ubicaba en un rincón de un patio y todos los niños iban a escucharla. No había nada que compitiera con María Cristina, ni la arenera. Eso me mostró lo que quería hacer.

¿Cómo llegas a trabajar con ambientes hospitalarios?

Me fui de Medellín. Viví en Cali. Estuve cerca del grupo de Gloria Rincón. Allá los niños eran los que marcaban el ritmo y tomaban muchas decisiones. Por ejemplo, hicimos un libro y los niños lo escribieron a mano. Entonces se preocuparon por la caligrafía y la ortografía porque los iban a leer. Descubrieron que la ortografía tiene sentido, igual que un semáforo en rojo. Es decir, entendieron que la norma tiene sentido. Pero cuando la norma no tiene sentido o no te la explican, entonces no la entiendes y la violas. Y la ortografía, la morfología y la sintaxis tienen la función de que el mensaje llegue claro. Eso lo entendieron niños de siete años. Comprendí que los niños se comprometen con sus procesos de aprendizaje cuando hay sentido. Después me trasladé a Bogotá y llegué a ACLIJ (Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil) que después sería Fundalectura. Allí encontré a María Elvira Charria, una gran maestra. María Elvira, estando en el CERLALC (El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe) junto a Geneviève Patte, una bibliotecaria francesa, y con la gente de CONACULTA (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) en México, construyen el proyecto: “Leamos de la mano de papá y mamá”. Geneviève Patte fue la directora de una biblioteca en un barrio a las afueras de Paris y trabajó una propuesta integral desde la biblioteca hacia la comunidad involucrando a la familia. También con el trabajo de ACCES (Acciones Culturales Contra Exclusiones y Segregaciones) se empieza a promover la lectura en espacios no convencionales, pero donde estuvieran los bebés con las familias. Así involucrar a la familia en un espacio donde haya un reconocimiento del niño como lector. Entonces lanzan, a partir de la propuesta de Geneviève y de ACCES, la propuesta de “Leamos de la mano de papá y mamá” para América Latina. En ese encuentro había gente de Argentina, Venezuela, Ecuador, Panamá, Nicaragua, Honduras, Colombia y México. Luego, nos seguimos citando una vez al año en México con Geneviève a trabajar los componentes del programa. La condición era que cada uno de los participantes abriera una sala para replicar lo aprendido. Por Colombia estuvimos Graciela Prieto del Ministerio de Cultura y yo. En ese entonces tenía a mi hijo muy chiquito y su pediatra era la directora de pediatría del hospital de la policía. Le dije que quería leer en el hospital y aceptó. Empecé a leer en la sala de espera. Además, el tiempo de la enfermedad es un tiempo de espera. Esperas a que el médico te atienda, esperas los resultados del laboratorio, esperas el efecto del tratamiento, esperas a que todo funcione; es una espera que a veces es muy larga, es una espera atravesada por angustias, dolores físicos y emocionales.

¿Cómo inicia tu manía por comprar libros infantiles?

Empezó con la voz del relato de mi madre. Ella me contaba historias todas las tardes. Para ella es una urgencia leer. Mi papá leía mucho la prensa. En una época de problemas económicos él llegaba por las noches y nos leía un libro maravilloso que después me enteré que era «Las mil y una noches». A él le encantaba comprar libros. Después, cuando mejoró la economía, tenía muchos libros en la casa. Yo tuve libros ilustrados. Leía en el quicio de mi casa. Me hice lectora. Tanto que me volaba de clase para leer en la biblioteca. En el bachillerato me leí los rusos. En la universidad descubrí los libros de fotografía y los de arte y me pasaba tardes mirándolos. De ahí surge esa fascinación por los relatos y por la imagen. Además, veo mucho cine. Entonces, cuando los recursos lo permiten empiezo a comprar libros infantiles. No compro sin evaluar. La idea es donar esos libros, quiero que sean un fondo para una biblioteca infantil.

¿Cuál es el libro que más has regalado?

Para adultos el libro que más he regalado es “Amor en los tiempos del cólera”. Es para mí, el libro por excelencia de Márquez. Ese libro es un tratado sobre la mujer, sobre lo femenino. De investigación, “Lecturas: del espacio íntimo al espacio público” de Michele Petit. Y el infantil que más regalo es «Todo lo que deseo para ti» de Henrike Wilson y Jutta Richter.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/camirgo/

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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