“La ignorancia, que es atrevida, conduce, desesperadamente a su presidente, a opinar de los temas de la coyuntura social, actuando desde el desconocimiento. Constante resulta el afán de su mandatario por hacerse notar, llamar la atención, de Colombia y el mundo, para que hablen de él, bien o mal, pero que hablen.”
Trinos de Gustavo Francisco Petro Urrego, que luego se ratifican con posturas públicas en alocuciones presidenciales, son la materialización de la torpeza, política e intelectual, de un sujeto que se constituyó en la ignominia de la sociedad colombiana a los ojos del mundo. Pérdida total del sentido, desconocimiento de la dimensión que implica el cargo que se ostenta, es el grave proceder de un caudillo ególatra que necesita del escándalo para invisibilizar sus problemas, y hacer parte del paisaje la incapacidad gestora de su gobierno frente a los problemas que circundan al país. Errado proceder de los militantes del Pacto Histórico no le deja nada a la nación, desgaste en la imagen de su presidente es la consecuencia del fastidio que genera una propuesta ideológica de cambio que, como Nietzsche y el Marxismo, se basa en la negación de lo fundamental, idea de progresismo comunista que termina en la restricción y pobreza que sustenta una dictadura.
Complejo resulta, para quienes confiaron ciegamente en el “Sensei de los Humanos”, comprobar que la alternativa política que decía encarnar Gustavo Francisco Petro Urrego terminó siendo igual o peor que las de todos sus predecesores. Lo que hoy se tiene en la presidencia es la versión reencarnada de lo malo de los gobiernos de Belisario Betancourt Cuartas, Ernesto Samper Pizano, Andrés Pastrana Arango y Juan Manuel Santos Calderón, empoderamiento de narco-figuras invirtiendo dinero en las campañas, santificación de criminales en aras de la firma de una paz total a cualquier costo, y la figura de un dignatario incompetente, ausente, que quiere hacer creer que todo fue a sus espaldas. Ilusión que se despertó en el movimiento social que, desde su estallido, empoderó a la izquierda, e impuso a su mandatario, hoy se revierte en las capas medias, y las clases menos favorecidas, que son las más impactadas con la implementación de la transformación política, económica y social en Colombia.
El pasado no perdona y, acciones que se perpetraron en su momento beligerante con el M19, pasa factura a Gustavo Francisco Petro Urrego. Cinismo que acompaña a su presidente agota y decepciona a quienes vieron en él un inteligente estadista, pero en el actuar observan un inculto sujeto de dudosa condición mental. La dignidad, que prometían en campaña, abrió paso a la maldad que ya se hizo costumbre. Estrategia de señalamientos que se ejecuta desde el gobierno, su oficina de prensa, y el brazo mediático que tienen en los canales públicos, de radio y televisión, malgasta los recursos públicos manipulando vídeos para producir odio, repudio y polarizar aún más al colectivo social. Entorno de cortinas de humo, o defensa de lo indefendible, es el único argumento que tiene quien desde los años 80’s está en la institucionalidad, viviendo del estado, y no ha hecho absolutamente nada diferente a servirse de una ideología, minimizar el proceder de los actores al margen de la ley, huir a la reparación a las víctimas y ponderar a los delincuentes.
Comportamiento de los militantes y simpatizantes de la izquierda, al límite de la ética y la ley, hace que 14 meses del Pacto Histórico en el poder parezcan una eternidad. El país, en el camino del progresismo social, se está arruinando. Nefasta apuesta de un giro de 180º sin importar el cómo, abre los ojos de los colombianos que ya poco y nada le creen a la narrativa política de quien, como Gustavo Francisco Petro Urrego, divide sin argumentos y falsas apreciaciones históricas. Daño que acarrea para la nación la agenda del cambio, de la administración Petro Urrego, resulta peor que la coyuntura que trajo consigo el Covid19. Vergüenza es lo que produce su mandatario, que, escudado en los señalamientos a políticos conexos al paramilitarismo, y demás temas relacionados, distrae para cumplir con su objetivo de imponer una visión de mundo que está acabando con el buen nombre de Colombia.
El país va por una senda descendente en todos los campos: política, económica, socialmente se cuestiona el pensar, decir y actuar de Gustavo Francisco Petro Urrego y su equipo de trabajo. Enmarañado es que el principal enemigo del gobierno sea su presidente, cuando la noticia no la genera alguno los amigos u aliados, colaboradores o familiares, es él mismo quien enciende la polémica al salir con una declaración destemplada o una ráfaga de trinos llenos de imprecisiones, errores de redacción y ortografía. Torpeza, mitomanía y prepotencia, que se encarnan en la figura de su mandatario, se hacen más complejas con una actitud desafiante de un cacique que está a la cacería de peleas locales e internacionales, transgresión de la diplomacia en función de irrespetar gobiernos de otros países con el fin de privilegiar los derechos de la criminalidad ideología incrustada en su cerebro.
Degradante y tozudo resulta la apuesta de entorpecer el desarrollo de la nación revocando licitaciones por capricho, lo visto con el metro de Bogotá, la concesión para la elaboración de los pasaportes o la tecnología del SENA es la muestra de lo poco que importa el costo que se debe asumir para implantar la santa voluntad de Gustavo Francisco Petro Urrego. Duro y lento despertar de la gente no se corresponde con la crisis social que se está configurando en el país, el ego no deja de dominar los deseos y frustraciones de un ser alimentado por los resentimientos y los complejos de inferioridad. Lo ofrecido en campaña es totalmente contrario a lo que se hace en el ejercicio del poder: uso inapropiado de los recursos que se traduce ahora en la imposición de tributos, políticas de subsidio social que impactan en el bolsillo de todos y no solo de los 4.000 más ricos de Colombia, ventana de favorecimiento a los narcoterroristas buscando un respaldo armado al cambio.
Rumbo caótico, que ahora vive el país, es igual al presagio que se tiene para lo que resta del gobierno. Posiciones sentadas por Gustavo Francisco Petro Urrego, poco inteligentes e inhumanas, son consistentes con lo que ya había hecho y manifestado en el proceso de paz con las FARC. Opinión de la guerra de Rusia y Ucrania, o lo que expresó en los últimos días frente a la situación de Israel y Palestina, son el reflejo de lo que se puede esperar de un acuerdo de paz total con las disidencias guerrilleras y las facciones armadas en la nación. Ansias de ser noticia exalta el populismo de una figura que quiere tapar, con el artilugio de la palabra, el desastre que es como líder. Incapacidad para gobernar es la que excita los escándalos, qué cada vez son mayores, y están acompañados por un cúmulo de funcionarios ineptos que no asumen que la función pública es superior al activismo sindicalista que están acostumbrados a ejercer.
Mientras que los problemas de Colombia van de mal en peor, y sin nadie que trabaje para resolverlos, su presidente sigue preocupado por estar a bordo del avión presidencial, viajar por el mundo para seguir cometiendo imprudencias, actuar con incoherencia y mostrarse como un aliado de la maldad. Colombia nunca había tenido un mandatario tan incierto y falto de control en su conducta, político altamente arrogante que vive pegado a X (Twitter), anda en un mundo de fantasía al estilo Netflix y esta desenfocado por no poner alto a ciertos desenfrenos. Problemático resulta que Gustavo Francisco Petro Urrego antes que mirar el incendio que tiene adentro esté metiendo las narices en donde no lo han llamado. Proclamarse como el salvador de la crisis climática, indicar que sabe cómo hacer la paz entre Ucrania y Rusia o entre Israel y Palestina, es tan improcedente como meterse con Panamá, Chile y Brasil. Quien dice que es el único que sabe cómo resolver todos los problemas del mundo olvida que el país sucumbe en el caos y las personas mueren por sus pasos en falso y su incompetencia gestora.
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