Lugares y hechos de una misma semana sin aparente relación, pero que están íntimamente conectados: camiones parados protestando en el peaje de Copacabana, un evento gubernamental en los antiguos talleres del Ferrocarril, hacer mercado en Fredonia y caminar por el corregimiento Palomos.
Los camioneros –cerca del 90% de ellos– dejaron de manejar para protestar por el precio de los fletes y el combustible; en los antiguos talleres del ferrocarril se reunieron personajes del todas las ramas y niveles del Estado a hablar sobre el Plan Nacional de Desarrollo, en medio de la indiferencia que les produce estar en un edificio derrumbándose, entre locomotoras oxidadas y en un lote que sólo ven como una oportunidad urbanística y comercial.
En Fredonia el parque no es lo único en subida, los precios de los productos básicos del mercado estaban al doble, e incluso al triple. ¿Será influencia del paro o viveza de los comerciantes? Difícil saber, pero los efectos sobre el bolsillo sí son claros. En Palomos, corregimiento de Fredonia, quedaba la estación del tren, borrados por el paso del tiempo quedan algunos rieles desperdigados, y túneles y puentes olvidados que se derrumban bajo el paso de quienes aún los usan para transportarse, hace décadas no llegan vagones al pueblo.
Todo pasa inadvertido, sin una ligazón, pero es la misma historia. Olvido e ineficiencia del gobierno que es incapaz de poner en marcha a los camioneros, que almuerza sin inmutarse sobre las ruinas de las locomotoras, que dejó perder una obra inmensa de infraestructura por donde debería estar siendo transportadas las mercancías de Colombia.
¿Y quiénes pagan? Todos los ciudadanos que inevitablemente tenemos que comprar a precios inflados del paro camionero, que también somos responsables por elegir una clase política indolente que ya ni siquiera incluyen al ferrocarril entre sus propuestas inalcanzables.
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