París

Iba pues yo caminando por ahí cuando me encontré con tremenda catedral, la de Notre Dame, que se erguía ancha y profunda en la mitad de París. Me quería hacer una foto con ella de fondo, pero el sol no dejaba. Qué lástima estando por acá no fuera a poder tener la foto con semejante construcción.  Y de ahí se va uno a pie por cualquier camino, siguiendo al río, al mapa, a los turistas, al metro, a los vendedores de gafas o a la puesta del sol.

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También llegaban los olores fuertes de las personas que quién sabe hace cuánto no se bañan y las emanaciones dulces de las calles porque quién sabe hace cuánto no llueve. Huele a una especie de sal marina mezclada con polvo y sudor, y todo el aire se llena de las vistas de una ciudad mítica que lleva a Europa en las manos. Se llena París de pasos, excusas y euros que conducen al arco del triunfo, al museo de Louvre y a la torre Eiffel. Es una lástima no tener tiempo ni dinero para visitar cada lugar con la paciencia que se merecen.

Y nos encontramos en medio de una ciudad francamente fea pero con detalles majestuosos. Edificios, monumentos, arte: París, por más sucia que sea, también es la Ciudad Luz de día. Por ahí también se ve a los inglesitos jóvenes con sus gorritos de Disney. Tal vez uno en su juventud debería ir allá por obligación.

Siguen las horas,  escasea el dinero y ataca el hambre. Como buen paisa, sin saber francés, toca implementar adecuadamente el lenguaje de gruñidos y señas con el vendedor ambulante para pedir el sandwich. Con esta hambre me comería dos o tres.

Llegué al hostal sin fuerzas, y me encerré en mi habitación pequeña a recuperarlas. Batallé un rato contra la ducha porque en Europa estas tienen voluntad propia y riegan lo que les apetece y cuando les apetece. Luego descansé un rato y salí a mercar con 5 euros, que era lo que tenía, (o sea que no alcanzaría para mucho) la comida de hoy. Con tan poco presupuesto de viaje y tantos imprevistos, lo mejor es ahorrar e ignorar las ofertas prometedoras de los africanos que ofrecen maravillas que caben en los bolsillos.

Pero el texto no estaba enfocado, como tal vez síWP_20150411_005 los anteriores, en resaltar la belleza de una ciudad o contar los pormenores de un viaje. Cuando regresaba de mercar me encontré con la gente de la calle, la gente del polvo, que se rebusca la forma de apaciguar la soledad y los errores con la basura y la suciedad. Por más que yo me quejara de la luz, del hambre, del olor, del cansancio, de la pobreza y de lo que fuera, nunca estaría en una situación en la situación en la que ellos estaban, revueltos de mierda hasta las pestañas, y mucho menos tan tranquilo como ellos parecían.

Caras de abatimiento, de resignación, de hambre después del hambre y de muerte fue lo que vi, en hombres y mujeres que, a nuestro pesar, alguna vez fueron humanos. Sus hoteles eran sus cajas de cartón, su moneda, sí mismos y su cena el viento. Pero en un instante me parecieron más buenos y más libres que nadie, sin dependencias obsoletas ni amor desencajado. Su mayor premio era tener el día siguiente. Y si en París esta gente es así en Colombia lo es más.

La miseria humana es tan pequeña,  tan estrecha, que nos da a los que somos menos miserables un margen demasiado amplio para quejarnos de cosas intrascendentes y estúpidas. Creemos que no podríamos vivir con cosas que no necesitaríamos ni en nuestros sueños.  París fue hermosa y estuvo llena de cosas buenas, pero lo mejor fue compartir la cena con uno de los que vivía en la calle, solo porque él se veía más feliz que yo en ese momento.

Juan Pablo Sepulveda

Tengo 20 años, estudiante de periodismo, apasionado por el deporte y la escritura.

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