Los más adultos recordarán con nostalgia, los domingos de mediodía en el Parque de Bolívar de la ciudad de Medellín. Allí se llevaba a cabo (ya regresó por fortuna) la inolvidable retreta dominical que desde 1892 con la participación de la orquesta sinfónica de la Universidad de Antioquia, amenizaba el fin de la mañana dominical de los antioqueños amantes de tan distinguido arte musical.
A la par de tan excelso y público evento semanal, se llevaba a cabo a pocos metros otro asunto tan mundano como sus protagonistas, tan efímero como los sueños de quienes en él participaban. Tan importante como el mismo destino de la nación, pero de tan poca monta como los aportes que rayaban en la hilaridad, convertida en histeria colectiva, cuando se pretendía acusar de la realidad a un trapo…rojo o azul.
Se discutía allí de política y religión. Sobre esta jamás pudieron encontrar caminos comunes de si la salvación permitía una eterna e inamovible contemplación superior. O, por el contrario, ni salvación ni contemplación y mucho menos eternidad. Sobre aquella, los ánimos se caldeaban cuando simples y humildes lustrabotas, vendedores ambulantes, algunos vagos, otros pensionados o amantes del alcohol puro, además de algunos hippies olvidados en el tiempo del amor y paz, pretendían defender además de colores, a sus honorables, insignes y respetadísimos modernos padres de la patria. O cuando uno que otro intelectual desocupado o en ejercicio sabatino permanente, pretendía sentar cátedra o hacerse ver como el único versado no sólo en lo político, sino igualmente en lo espiritual.
Discusiones que podían discurrir incluso por días enteros, dejando temas pendientes de resolver para el siguiente, mismo que garantizaba una concurrencia nutrida y comprometida con una querella tan efímera como inocente. Tan poco elocuente que pareciera una parodia de la realidad nacional, pero con conclusiones tan reales como la vida misma de aquellos miserables olvidados que allí se congregaban a rumiar sus desventuras y de soslayo, pretender fungir de salvadores de la patria.
Muchos años han pasado desde aquellas intestinas luchas retóricas de una búsqueda estéril en la solución de la problemática política colombiana. Sin embargo, pocas cosas han cambiado, o mejor aún… solo algunas se han transformado; sus actores y el escenario.
Hoy son los portales de opinión, los que permiten una conjugación de otros actores. Personajes cultos, competentes en la técnica de la suma y resta de sílabas para encontrar la musicalidad en las frases. Periodistas, comunicadores, politólogos, abogados, entre otra enorme cantidad de profesionales que se sienten tocados con una realidad idéntica o peor que la vivida por aquellos olvidados de la sociedad. Personajes que hacen carrera escribiendo sobre la política y la forma como visualizan la realidad de su país. Que llevados posiblemente por el mismo deseo de cambio, pretenden reflejar con estilo y con el menor número de desaciertos semánticos, una realidad que aquellos en una jerga en ocasiones inentendible, también pretendieron.
Y pese a que los discursos hoy vienen de diversas corrientes ideológicas además de políticas; que los protagonistas responden por su opinión ante la comunidad que se acerca a ellos; que sus escritos gozan de una prosa rítmica que pretende imitar a las bellas lenguas románticas y que el contexto sobre el que desarrollan su pericia es acertado, la situación hoy es la misma de antaño o peor. La corrupción campea, la justicia erra, la norma obedece a intereses sospechosos, nuestros representantes lo son, pero de sus suntuosas necesidades, la credibilidad en la institución alcanza sus índices más bajos en la historia. No hay empleo digno, la salud en cuidados intensivos, la educación sospechosamente deficiente. En fin, solo se transformaron los actores y el escenario.
Valdría cuestionarse entonces si esos bellos discursos, son solo eso. Piezas literarias que, bajo la presunción de convocar a una reflexión para exigir el cambio a partir de la mecánica institucional, lo que están logrando es deleitar al hipotético lector, tan culto y preparado como el autor, a regodearse de una cuartilla hermosa, olvidando de tajo la realidad nacional y lo que significa la política en su construcción.