“Profesor, no estará usted equivocado…” replicó el estudiante después de pedir la palabra…
Hace algunos años, mientras impartía una de mis clases en la cátedra universitaria de Problemas Colombianos, uno de los estudiantes, quien escuchaba atentamente mi clase sobre el siglo XIX y la época de los Estados soberanos, entre ellos el de Antioquia, levantó su mano y acto seguido exclamó:
-“Profesor, no estará usted equivocado…”
Sorprendido ante el cuestionamiento repliqué: ¿Por qué lo dices?
De inmediato y sin dudarlo respondió: “Profe, pues yo tenía entendido que la Antioquia federal había sido durante la época de Pablo Escobar y cuando Nacional había ganado la primera copa libertadores…”
Asuntos como estos podrían parecer triviales e incluso jocosos si sus compañeros de clase, estudiantes universitarios de diferentes semestres y diversos programas, hubieran reído con algarabía, pero no lo hicieron, una muestra de que apoyaban la tesis de su compañero o tal vez del gran desconocimiento que tenían de la historia de Colombia, la cual ha sido “enseñada”, durante los últimos años, de manera insulsa y acrítica por una narrativa audiovisual (narco novelas, series de violencia, narco corridos, etc) que poco le interesa formar, que se aprovecha de las pocas bases críticas de los colombianos y que en muchas ocasiones parece ser una herramienta para enaltecer todo aquello que, sin olvidarlo, deberíamos reprobar como sociedad.
No me interesa en esta columna hacer un análisis sobre la Ley 1874 de 2017 y mucho menos enfrascarme en discusiones para descubrir si la Ley no dice lo que dice o si fue mal interpretada por los medios de comunicación, cuyos titulares anunciaron con efusividad la reaparición de la cátedra de Historia como asignatura independiente en el pensum escolar; una pésima comprensión de lectura según el Ministerio de Educación, pues en lo aprobado por el congreso nunca se habló de tal independencia.
Pero lo que si me interesa en estas líneas es dejar claro que no comparto la idea de incluir más asignaturas en un ya atiborrado currículo escolar que somete a los estudiantes a más de una decena de materias que en muchas ocasiones les resultan agobiantes y no les aportan saberes significativos. Además, qué sentido tendría enseñar una Historia sin contextos y que a lo largo de su propia historia, construida por algunos, ha desconocido y discriminado al otro de múltiples maneras, pues basta con leer las narraciones que se tejen sobre poblaciones como la indígena o la afro en nuestros discursos escolares o peor aún, enterarse que en los programas educativos propios que reclaman indígenas y afros se construyen monólogos donde la diversidad y el multiculturalismo son simple retórica.
Bajo este panorama, la solución no se enmarca entonces en crear una cátedra independiente de Historia, la clave, según mi opinión, debería estar inicialmente orientada a promover: una formación política y ciudadana para todos, estrategias para popularizar el conocimiento histórico a partir de problemáticas, el uso de herramientas como la radio para difundir análisis serios de las coyunturas que vivimos y ejercicios de promoción de lectura y escritura que inviten a conocer y a crear opiniones y pensamientos críticos.
He aquí un verdadero reto para un sistema educativo que como dice el científico Rodolfo Llinás: “No nos ha enseñado a hacer preguntas sino a responder a preguntas tontas”.