Para mis amigas y amigos: las desventuras de la joven Frances Ha

Los diálogos nos confrontan de forma sencilla con las relaciones humanas, sobre amar no solo a un compañero de vida, sino a los amigos. Va más allá de los matices sexuales que caracterizan muchas de las relaciones y conversaciones de nuestra época.


Parodiando el título de la novela epistolar de Goethe, con el respeto que merece este gran autor, comienzo asegurando que sobreviví a los 27 años. La edad en que muchas y muchos partieron. Hace un buen tiempo que no escribía en este formato, así que es probable que mis dedos y mis pensamientos deban aceitarse un poco. La escritura, usualmente, es un placer que se vive en solitario –leí alguna vez– y que queda en la memoria de un computador (cuando no sale a la luz). Esto es algo que en mi caso no considero del todo cierto, ya que en la aventura me acompañan las pocas personas que me leen y también a quienes les suelo leer en voz alta. Son quienes me aconsejan, me corrigen y me confrontan. Simplemente gracias.

Ahora bien, soy un oficinista más: me presento y me sitúo. En mi trabajo me he dedicado a redactar extensos documentos burocráticos que, posiblemente, solo leen y entienden los y las abogadas. Así que, Frances Ha llegó a mi vida en el momento indicado –así sucedió con “Martín (Hache)” de Adolfo Aristarain, cuando rondaba los 20 años–. Un momento en el que no me hallaba ni me entendía. La obra no necesita presentación, ni que escriban sobre ella –merece ser vista–, pero aquí vamos con los clichés: esta es una película estadounidense de comedia dramática de 2012 dirigida por Noah Baumbach y escrita por Baumbach y Greta Gerwig. Gerwig también interpreta el papel principal, una bailarina de 27 años. La película se estrenó en el Festival de Cine de Telluride.

Para escribir sobre este filme no es necesario mencionar sus premios y distinciones. Todo esto se encuentra en Wikipedia. Considero que es lo menos importante de esta conmovedora y fraternal película. Su belleza se encuentra en el hecho de abrazarnos y sacudirnos para reírnos un poco de nuestras angustias, deseos y expectativas. Son 86 minutos en los que el espectador es observado por un espejo con manchas, rayones y sueños guardados en castillos de cristal –como la canción de Sui Generis–. Es una intensa obra que nos recuerda a la “Nueva ola francesa” de Agnés Varda, Godard y Truffaut. Incluso la protagonista viaja a París. Filmada a blanco y negro se centra en la construcción del guion y del argumento –dejando a un lado los característicos artificios de las películas del siglo XXl–. La protagonista vive en una eterna adolescencia, como nos sucede a los millennials, en la que busca llegar a un punto, a un lugar, en donde pueda vivir con un mínimo de estabilidad.

Los diálogos nos confrontan de forma sencilla con las relaciones humanas, sobre amar no solo a un compañero de vida, sino a los amigos. Va más allá de los matices sexuales que caracterizan muchas de las relaciones y conversaciones de nuestra época. Vale la pena recordar cuando Frances reflexiona sobre el amor, la admiración y la amistad. Parafraseándola menciona que este tipo de vínculos es como estar con alguien en una fiesta –mientras ambos hablan con otras personas–, reírse y mirarse entre la multitud con esa persona. Finaliza asegurando que no es porque sean posesivos o porque haya algo sexual, sino porque “esa persona es tu persona en esta vida”.

Frances nos narra acerca de la sencillez de los momentos y de dar lo mejor de sí mismo con las personas que amamos. Motivarnos, apoyarnos y querernos en las victorias y fracasos –sin entender claramente lo que es un fracaso–. Valorar y ser fiel a la amistad y sus complejidades –en un mundo en el que nos cuesta vincularnos por miedo a ser heridos, en donde las relaciones sociales están mediadas por el desapego–. Para Frances, así no lo diga literalmente, es importante compartir un cigarrillo con sus amigos, beber una cerveza y hablar sobre aspectos profundos de la vida, y también sobre la trivialidad (que es algo necesario). Ella es obligada a crecer, pero no a desvanecerse. Crecer es duro, sin embargo, no hay que perder, como Frances Ha, la sonrisa, la ternura y le esperanza de seguir tejiendo relaciones significativas.

La belleza de esta película destaca en comprender que la vida es un espacio en el que no solo se encuentra nuestro espejo desgastado por el tiempo. Están los demás reflejos (y más cerca de lo que pensamos con las redes sociales). El significado de este filme es entender que el concepto de fracaso es solo una idea de la degradación, de la arrogancia también, de la humanidad. Baumbach, junto con Greta, crearon y abordaron un importante reto que nos lleva a conversar sobre la nostalgia, la imperfección, la amistad y el amor. Su gran premio es haber materializado un personaje que nos invita a crecer de tal forma que el dolor y los golpes no sean tan avasalladores.

Con Frances Ha recobro y siento eso que me llevó desde hace muchos años a ver en el cine una forma de captarme a mí mismo –y a los demás–. Aproximadamente 10 años después de haber visto Martín (Hache) vuelvo a ver en la pantalla una conmovedora forma de rescatarme, como en la coreografía de Frances, desde el error y la imperfección. Ya no busco con tanta intensidad las películas mejor elaboradas. Ahora, a mis 29 años, quiero encontrar en el cine, conversaba con un amigo la semana pasada, experiencias que me permitan enfrentar y visualizar ese espejo –el mío y el de mis amigos y amigas– con más afecto y cariño.


Todas las columnas del autor en este enlace: Daniel Ricardo Riaño García

Daniel Ricardo Riaño García

Estudios Culturales | Psicología Jurídica | Derecho |

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