Papá Pitufo en la aldea progresista

El tejido social colombiano se ve impactado diariamente por acontecimientos de diversa índole. Estos sucesos demuestran que el concepto de ética ha perdido su valor e impacto. La credibilidad de la izquierda y del gobierno del cambio se ha visto seriamente dañada por la corrupción que hoy se sabe está presente dentro de las autoridades e instituciones públicas colombianas. El ambiente de confrontación y descomposición está teniendo un efecto negativo en la sociedad, que parece haberse insensibilizado ante los comportamientos non santos.


 Colombia apenas comienza a descubrir el alcance de las conexiones de Papá Pitufo con varias entidades estatales, lo que indica un escándalo de gravedad aún mayor que el caso Odebrecht. Esta situación podría servir como táctica de distracción para desviar la atención de la percibida ineficacia del gobierno de Gustavo Francisco Petro Urrego. La credibilidad del sistema judicial se ha visto aún más comprometida por prácticas poco éticas y estrategias manipuladoras que entorpecen o desvían la atención del trámite procesal. Es imperativo repensar los fundamentos éticos y de comportamiento del sistema, pues la corrupción parece haberse vuelto endémica en todos los ámbitos de la sociedad colombiana. La justicia nacional se encuentra sumida en una profunda crisis, la más grave de su historia, donde los Tribunales, la Fiscalía y los Juristas están desacreditados, poniéndolos en la picota pública y en la comidilla del colectivo social.

Las filtraciones han tenido un impacto significativo en el gobierno del cambio, poniendo de relieve los retos a los que se enfrentan los generales de la policía que investigan las actividades delictivas de Papá Pitufo y el posterior traslado de estos oficiales a zonas de alto riesgo. Estos hechos han provocado una indignación generalizada en Colombia, subrayando las preocupaciones en torno a la relación entre socialismo progresista y estos hechos. Más allá de la discusión sobre la corrupción, hay un trasfondo de lo que realmente está ocurriendo en el tejido social y en una clase política en la que más que izquierda, derecha y centro «ideológico», lo que existe es un entramado de triquiñuelas, trampas y teatrillos que están encendiendo las alarmas nacionales e internacionales. Los análisis y reacciones de la clase política y de los medios de comunicación parecen inclinarse hacia el sincretismo, una tendencia a reducir hechos complejos a un simplista denominador común, homogeneizando así los contenidos relacionados con Papá Pitufo y su red de influencia. Se trata de una lucha de opiniones que moldea el imaginario colectivo a través de un marco sesgado de valores y normas, interconectado con prejuicios filosóficos.

El cataclismo que ahora se toma el gobierno del cambio no se limita a la izquierda, pero fue en este momento cuando estalló. Será difícil disociar al individuo que prometió encarnar la dignidad y el decoro de las contribuciones políticas realizadas por Papá Pitufo durante la campaña electoral, que en última instancia condujeron a su incapacidad para ser capturado, a acusaciones de corrupción en los niveles más altos, al traslado y exilio de funcionarios de policía y a la posterior falta de condena. El oportunismo político evidenciado en este caso demuestra la estrategia de la izquierda de explotar el sentimiento de una población agitada y dolida para manipular y desviar la atención de las falencias del progresismo socialista que vive Colombia. La respuesta a situaciones y circunstancias específicas pretende elevar la percepción de la realidad social colombiana, desconociendo la diversidad de opiniones que surgen de perspectivas, experiencias y memorias.

El marco selectivo de valores y normas concentrado en prejuicios ideológicos y normativos genera conflictos de opinión a través de las noticias, testimonios, entrevistas y demás material periodístico que difunden los medios de comunicación. La puesta en escena de la historia de los acontecimientos en torno al caso de Papá Pitufo revela que la izquierda política colombiana parece necesitar de una sociedad inmersa en el conflicto y la polarización ideológica para seguir siendo elegida y desviar la atención de lo realmente importante. Las acciones y los acontecimientos que rodean al gobierno del cambio evidencian una sociedad que se estimula a sí misma produciendo problemas que exigen soluciones inmediatas y, al mismo tiempo, incitando nuevas dificultades que demandan otras resoluciones, todo con el fin de continuar en un embrollo cíclico.

El enconado, largo y bastante controvertido caso de Papá Pitufo deja importantes puntos de fuga que ubican a Colombia en la hecatombe social en la que se encuentra y se perfilará en los próximos meses. El País está sumido en ajustes de cuentas por un dominio ideológico con vacíos políticos, jurídicos y procedimentales bajo los que se fundamentan las laxitudes que rodean el proceso de un personaje que se ha tomado la justicia por sus manos. La situación pide enfrentar con firmeza y decisión las acciones al margen de la ley, demostrar la articulación de políticas estatales y la gestión del Estado para combatir la criminalidad que tanto ha azotado al entramado social colombiano. La impunidad ha llegado a limites desconcertantes, las grabaciones filtradas exponen cómo desde el poder se protege a los suyos.

La desigualdad social que exige que se haga justicia, responsabilizando tanto a los autores materiales como intelectuales, debe ser priorizada sobre la protección de los criminales desde los más altos niveles de la rama judicial colombiana. El gobierno debe cambiar su enfoque del pasado y abordar los desafíos que enfrenta la nación, que están profundamente arraigados en las crisis sociales, políticas y económicas. En lugar de apuntar a individuos específicos y socavar la credibilidad de las fuerzas de seguridad, se debe abordar las acusaciones formuladas en el caso de Papá Pitufo con la mayor seriedad. Este caso ejemplifica preocupaciones significativas con respecto a la imparcialidad e idoneidad de la rama judicial en Colombia. Esta es una situación desafortunada para muchos colombianos que sienten que el sistema judicial está perdiendo su credibilidad. Los Tribunales y la Fiscalía ya no son tan respetados como antes.

La autonomía e imparcialidad que debe caracterizar a los órganos judiciales en Colombia se ve comprometida por los intereses personales, políticos e ideológicos de quienes detentan el poder legal. Los compromisos políticos adquiridos en nombre de los recortes burocráticos erosionan la capacidad de la rama judicial para ejercer la imparcialidad, como lo demuestra este sonado caso de corrupción. La ineficacia de la rama judicial socava la credibilidad de sus decisiones conforme a la ley. La lucha por el poder y la jurisdicción legal es evidente, con jueces, fiscales y magistrados indicando que Colombia está destinada a repetir su historia, al no aprender del pasado donde la ley no se aplica con justicia. Desvergüenza de instancias desproporcionadas que vincula a un organismo independiente adscrito al poder judicial como la Fiscalía General de la Nación.

La administración de justicia parece estar influida no por las pruebas y los agravantes del delito, sino por las conexiones políticas, económicas y sociales del individuo. Existe la percepción de que no siempre se hace justicia y de que quienes infringen la ley pueden no afrontar las consecuencias. La corrupción no se limita a ninguna ideología política en particular; está presente tanto en los regímenes democráticos como en los autoritarios. La principal preocupación de los juristas colombianos es quizás que hayan comprometido su independencia e imparcialidad, volviéndose susceptibles a las influencias de intereses ideológicos, y a las agendas personales de profesionales individuales. La identidad de un individuo dentro de un componente social debería estar definida por el marco cultural de un país como Colombia, que parece estar alejándose de su reputación como el país del Sagrado Corazón, abrazando en su lugar una cultura de veneración por lo que algunos podrían llamar la «santa corrupción».

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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