Palinuro III

Cuando leí por segunda vez El Olvido que Seremos, me conmovió como Héctor Abad firmaba las cartas que le enviaba a su padre cuando se encontraba viajando por Asia: “Héctor Abad III, porque tú vales por dos”, decía.  Lo traigo a este artículo, pues sin ánimo de herir susceptibilidades, nunca en mi corta vida he encontrado lugar más mágico y acogedor que esta librería de viejo que el jueves pasado cerró sus puertas en la carrera 42 con 54 del Centro de Medellín para trasladarse a la calle 49B #75 33 del Estadio, y que para mí, así la lleven a la vuelta de las esquina de mi casa nunca va a ser igual al Palinuro que valía por dos, por tres o por cuatro.

Es sin duda alguna, mi librería preferida, en la cual se podía uno topar con cualquier poeta anónimo para que recitara algunos versos de León de Greiff, de Machado o de Borges. Cada vez que tenía que ir a hacer una diligencia al centro, no perdía la oportunidad para entrar así fuera un rato porque sabía que me podía encontrar con cualquiera de estos personajes o simplemente hablar con Luis Alberto para escucharle sus historias de librero, lo cual me encantaba. Recuerdo un día que llegué de hacerme unos exámenes médicos con mi madre y estaba ahí un poeta hablando con Luis Alberto. Le pregunté su nombre y me contesto: “José Raúl Jaramillo Restrepo, mucho gusto”; empezó a recitar “Villa de la Candelaria”, me regaló un libro de cuentos de su autoría, anotó mi nombre (tenía una lista de las personas a quien regalaba su libro) y me pidió el favor de que le escribiera un correo electrónico para que le contara cómo me había parecido; una vez lo abrí, me di cuenta que era el ejemplar número 337. Quede enamorada, lo grabe, le pedí que siguiera recitando poesía, que me contara historias, me lo quería llevar para mi casa, sí, así como lo oyen: “¡me lo quería llevar para mi casa.”.  Amo los “peliblancos” –como yo les digo-, siempre quiero acercarme a ellos para que me cuenten sus historias, de las cuales aprendo mucho, me gusta observarlos y encontrarles sus remilgos y caprichos, para mi no hay mayor felicidad que sentarme a conversar con uno de ellos.

Es triste saber que soy una en un millón, pues los interés de la sociedad actual son otros, no disfrutan estas simplezas que son tan enriquecedoras, así como dejan a un lado y olvidan a las personas con más sabiduría, también lo hacen con los lugares más extraordinarios o con los libros más valiosos: los viejos, los leídos, los rayados, los curtidos, los leprosos. También me da nostalgia saber que gracias al poco interés, se desplaza esta librería del centro de la ciudad y se sigue transformando en un lugar atiborrado de casinos, prostíbulos y antros. Que así como se fue La de Aguirre, La Nueva, La Continental, La Moderna, El Globo; también se nos va Palinuro, huye despavorida para el sector del Estadio de Medellín.

Y bueno, me despido haciendo alusión al cierre del Café Comercial en Madrid, el cual fue uno de los lugares más provechos para la intelectualidad del siglo XIX, y así como a tantos les dolió el cierre del Comercial a mi me duele el trasteo de Palinuro. Espero no equivocarme y que Palinuro siga siendo el mismo.

 

Pd: les comparto Villa de la Candelaria de León de Greiff, en lo que nos hemos convertido:

Vano el motivo

desta prosa:


nada…

Cosas de todo día.


Sucesos
 banales.


Gente necia,

local y chata y roma.


Gran tráfico
 en el marco de la plaza.


Chismes.
 Catolicismo.


Y una total inopia en los cerebros…

Cual
 si todo
 se fincara en la riqueza,

en menjurjes bursátiles


y en un mayor volumen de la panza.

 

 

Ana María Osorio

Estudiante de Derecho. Bibliómana, misántropa y anacrónica. Con un particular interés por los ancianos y sus historias (me refiero a libros y personas). Sanfonera, a veces.

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