“La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos”. Don Quijote de la Mancha
Atrapada, mis dimensiones son la consciencia, la nada me atraviesa al absorberme perpleja. Arrojada a la cultura que, a desconocerme, y a veces a cómo conocerme, me enseña. Esta cárcel tuvo sentido cuando entendí sobre normas impuestas, una musa reprimida en la profundidad de mis más íntimas reflexiones que a la racionalidad, en su exégesis convencional, laceran.
Posibilidad, las voces que construyen la realidad cuando emergen de mi piel y anidan en el alma cultivando la sabiduría, sublevar los dogmas cuya única verdad es la condena de sumisión y rituales de castración que al pensamiento supriman. Soy el agua, el aire, el fuego y la tierra; me compone una conversación entre la pulsión animal y los relatos que a través de deidades a la comprensión del universo nos acercan.
Brevedad de eternas compañeras. La soledad instruyó el valor del silencio y aislada me hice una hereje, la necesidad del dolor que contempla son sus múltiples pronunciamientos, disrupción adrede. Sobria leí mis emociones y la compasión aniquiló las ideologías que apresan en el sufrimiento.
Perdón, perdonar y sobrevino el renacimiento. Respiré cuando su fantasmal presencia en mi mente posó sobre el cuaderno. Cada trazo son reflejos de mi historia que se sincera, confía para ser libre al romper esa persona que habito y me distancia de la alegría en muchas de sus maneras, censura en sus formas el miedo y al contener me niega.
Vuelan y yo parto con ellas. Me dejo en sus rastros como un código genético, y ocurre la concepción entre neuronas cuando las leo compiladas por el deleitante cerebro de terceros que respetan los vocablos y honran al mundo de los humanos con sus textos. Entre líneas yo no he sido, más sí seré el transcurrido instante de quien me lea, son la vibración del espíritu y la humanidad que conectan.
Los diálogos por la vida no se concretan porque la adaptabilidad y el cambio nos retan a sostenerlos con asertividad, bienaventurado logro, aunque la materia y el tiempo abisme una física presencia. Quisiera la epifanía de escribir lo que el calor de la cercanía deja palpable a la evidencia.
Son la espada del dictador y el escudo del poeta. Los verbos el cuerpo de quien lucha, adjetivos sus provisiones y los adverbios la armadura, sustantivos los materiales que la adornan y pronombres para camuflar determinada estrategia. Cabalgan sobre figuras literarias hacia su cometido; la escritura y el discurso que son memoria, estilos de olvido, una proeza, quizá designio.
Las creencias irreflexivas están muy latentes en un idioma donde las palabras de manera progresiva se van supeditando a la penumbra de las falsas complacencias, zafia la ignorancia por comodidad de la elección, nombrar expande lo que se pretende un «Yo». Riqueza es explorar los alcances del lenguaje en los círculos infernales que son la experiencia propia de inmiscuirse en una para modelar la arcilla de las pasiones que en la inteligencia buscan domarse, la belleza de la iluminación cuando la humildad abrace.
Letales, también envenenan. Nos matan, nos paren y sanan en la sensatez y la franqueza. Son largos puentes que dejan un eco melifluo en el corazón de quien al escritor devela. Son frágiles, aunque más fuertes que la vida que las sujeta.
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