Cultivar. El que cultiva es un cultivador. Quien cultiva algo es un cultor. Los cultivadores de cultura son cultores. Los paisas cultores son muchos, y podemos resultar en estas sendas en un asunto tautológico. Desde “el hacha que mis mayores me dejaron por herencia” hasta dignas representaciones de nuestras capacidades ante la común obligación de todos los pueblos del mundo de ser la humanidad, como las contribuciones a las artes, ciencias, deportes y expresiones diversas del acervo inmaterial de los seres humanos. Lo que es cada conglomerado de personas, lo que somos que ignoramos, rehuimos, acumulamos o resignamos, hace parte de circunstancias como las migraciones colonas, los desplazamientos internos o los éxodos incontables de nuestra historia; ritos sociales que han llegado desde los confines del mundo para encontrar fieles adeptos y promotores, como el fútbol, las artes representativas o la economía de mercado; diálogos y confrontaciones entre expresiones exóticas de las clases sociales, escuelas de pensamiento y comunidades entrecruzadas en las veredas y barrios de municipios, cabeceras, corregimientos o ciudades del Departamento de Antioquia.
Cultivo de música
Tratar de detectar la forma de polinización, de dispersión o migración de semillas, si bien resulta de gran utilidad, no es lo más urgente del proceso de cultivo. Lo mismo que si nos pusiéramos a indagar sobre los hitos o semillas fundacionales de las músicas, para entender que tienen la capacidad de germinar en los rincones, marañas o entramados más complejos de las generaciones que hemos sido a partir de la industrialización y auge de Medellín desde finales del siglo XIX. Mejor evocar, como quien describe las formas de las casas de la cuadra de antaño que habitó en la niñez, o el sabor en el recuerdo de los desayunos hechos con leña, o las conversaciones de las gentes cuando esto no era eso y lo otro era otra vaina. Así sabemos que Guayaquil, Manrique y San Javier encarnaron a principios del siglo pasado, la cultura de arrabal, la migración a las ciudades y desde luego, la proliferación del tango entre cantinas y salones de los poblados urbanos, y las fondas y arrierías de la ruralidad. ¡Y la muerte de Gardel!, que consagró a Medellín como ciudad tanguera y que la representatividad prolífica ha dejado en constancias escritas por Manuel Mejía Vallejo.
Por el tango y nuestra música andina criolla, llegaron otras sonoridades en discos de vinilo, nuevos instrumentos y relatos de viaje de nuestros hermanos del resto de regiones del país, permeándonos por lo llegado de diversas rutas además de sus propias tradiciones en la Colombia del caribe costero e insular, los llanos, las zonas selváticas, las serranías, el Litoral Pacífico, el macizo, las tres cordilleras, Amazonía, fronteras, ciudades y vida rivereña. La salsa, el vallenato, los boleros, la balada, la música para planchar, la guasca. La música colombiana ha florecido en nuestros valles, y sus más diversas semillas brotan en rasgos constitutivos de nuestros repertorios socioculturales, sea que lleguen de Argentina como las milongas, las versiones en español de músicas populares en otros lados del mundo o los cantautores de causas comunes; de México como los sonidos de tendencia criolla, amerindia, afroamericana o de integración latinoamericana, hasta esa tradición de narcocorridos y música de bacanal; o del caribe con su basto desarrollo revolucionario de las artes sonoras.
El punk, de la mano del cine, además de darse en el periodo crítico de violencia, representan unos imaginarios ampliamente generalizados durante los 80s y 90s, de hecho de Víctor Gaviria (1990, 1998, 2005 y 2016) hay mucho que ver en eso; para que sea este matrimonio cine-punk el que nuevamente ofrezca, aún hoy, manifestaciones de nuestra identidad comunitaria, como sujetos sociales, en películas como Apocalipsur (2007) de Javier Mejía o Los Nadie (2016) de Juan Sebastián Mesa. Otro significativo escenario es el Hip Hop que en su forma musical ha sido la manera de estar en el mundo de millones de jóvenes, desde los años 90s hasta fenómenos que valen la pena estudiar con rigor, como aquellas canciones que trascienden al público concebido como subcultura, y que inciden en otras expresiones y prácticas culturales que en el pasado se interpretarían como ajenas al género, provocando una convivencia musical basada en el intercambio de experiencias comunes, con precursores como Laberinto ELC, Métrico MC, Kiño, esk-lones, Caña Brava o Alcolirykoz, y que ahora hace bumba en el parche de MBZ, la gente de Dec Dope o la banda Almost Blue. Finalmente solo decir que en la capital mundial del reggaetón es difícil ser su férreo oponente, ignorarlo o no bailar y canturrear alguna letra pegajosa, lo que para nada justifica el premio por su aporte a la cultura antioqueña, concedido irresponsablemente por LuPe a Maluma.
Cultivando cultura
Y no solo tendemos a cultivar música, sino que sus evidencias sociales nos permiten, de manera clara, ver lo que implica ser un pueblo cultor. Podemos verlo en el deporte también, no solo el fútbol y sus hinchadas, sino cuanta actividad física en la que pueda consagrarse la existencia. Diría que esa es la característica que debe ir puesta en el título del costal donde se meten los pintores, escritores y artistas en general a los que conocemos como paisas. Lo que tienen de parecido costumbristas del florecimiento de la Medellín del siglo XX, precursores pictóricos como Francisco Antonio Cano o Pedro Nel Gómez con maestros de las letras latinoamericanas como Tomas Carrasquilla, Fernando González, León de Greiff o Barba Jacob, es su propensión a lo inexorable, a lo amplio, al porvenir, invertir la fuerza vital a partir de la tradición en especies de ontologías poéticas. Profundamente dolorosa y mortal, melancólica pero altiva en el caso del poeta Miguel Ángel Osorio; o grata y laboriosa, como la del escritor de En la diestra de Dios Padre o el de El maestro de Escuela; o fugada por entre las raíces de la rutina de los hombres, con el destino inmarcesible de ir a hacer la literatura a Bogotá, porque las tergiversaciones, que en Antioquia hacen parte del acervo fundacional, le deparaban chica la cultura paisa ante la capacidad sublime de sus versos, a quien en 1916 escribió: “Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta…”.
Actualmente esto da lugar, como siempre y como en todo, a que también seamos propensos culturalmente a cultivar el delito, al consumo desmesurado, al envilecimiento, al desenfreno o a todas juntas, rindiéndoles culto. Somos propensos al fanatismo, así como el campesino a padecer artritis o artrosis. Muchos y muchas se organizaron, dedicaron su vida y llevaron lejos unos supuestos valores de una tal idiosincrasia paisa con sus respectivas modas, músicas, pintas y muertos, que acá siguen sin ellos, y nosotros sin saber qué hacer con tanto acervo. Llevamos casi completa la segunda década del siglo XXI y no hemos asimilado nuestra historia más reciente, ni reconocido la urgencia de educación, trabajo, dignidad y cultura como derechos individuales y soberanía como principio nacional.
No es fácil como sociedad asumirnos después del oscurantismo y aberración con la que terminamos el siglo pasado, y la noche traumática que no amanece todavía de lo que llevamos de los dos mil. Lo que en nuestro nombre se hace por doquier y que nos afecta la medula de todas las historiografías posibles, nos tardaremos años en procesarlo, lo importante es que se empezó, claro está que tarde, y también que más vale tarde que nunca. Estamos en un proceso de observación enfocado en nuestras expresiones, discursos y mentalidades colectivas, donde todo cambia para que nada cambie, y donde nuestros compliques y talanqueras nos han puesto en una paradójica situación, acaso de más dificultad que casos del estudio cuántico o astronómico: cuando por fin podemos enfocar un objeto, llamémoslo histórico, este ya se ha desplazado, mutado o desaparecido de nuestra comprensión o alcance. A pesar de la pos verdad el sol ha salido todos los días, pero la distancia de sus rayos se va haciendo mayor, y esta gran fisura enquista y enferma y hace creer que prosperar es mantener el hermetismo en techos oxidados y estructuras podridas, hacer venir de nuevo al pasado con nuevos impulsos, criticar el sol para mantener políticas nocturnas. Siempre nuestra terquedad de pensar que en el camino de la historia vamos solos, y que nos desplazamos únicamente hacia adelante o hacia atrás.
Estamos, como nuestros campesinos, en una crisis mortal similar a la que llevan padeciendo por las políticas regresivas de apertura económica y que se agudizó con los TLC. Su capacidad de movilización y organización como aquellos labriegos de la tierra para generación del alimento de todos, debe servirnos para resistir ante una crisis cultural, como labriegos de las expresiones de nuestra identidad como pueblo para generación de nuestro alimento social. Porque en nuestra sensibilidad de cultores radica la posibilidad de distención de nuestra desmesurada fuerza, radicalismo y fanatismos con los que llegamos al punto en el que estamos: “¡Y tánta tierra inútil por escasez de músculos! / ¡tánta industria novísima! ¡tánto almacén enorme…! / Pero es tan bello ver fugarse los crepúsculos…”.