“Flexibilidad de la línea ética que exhiben su presidente, los militantes y seguidores del Pacto Histórico por Colombia, denota que en el país se desdibujó el concepto de la moral y las buenas costumbres.”
Cualidades básicas del ser humano son las que han brillado por su ausencia en la figura de su mandatario, y la forma como ha afrontado los temas coyunturales en los últimos días. Pésima hoja de ruta tiene Colombia de la mano de quien funge como dueño de la verdad, pero en el fondo es un personaje carente de dignidad, ética, valores y principios. Esfuerzo por implantar una macro-cultura del poder, por el cambio, está estandarizando como norma de comportamiento, en el ADN del colectivo ciudadano, la podredumbre que circunda en el micro-círculo de acción de un ególatra dirigente que se lleva por delante a quien sea para acomodar su ajedrez político. Vanidad caudillista de su presidente es atomizada por las evidencias que sacan a flote que está dispuesto a llegar hasta donde sea para conseguir lo que se ha propuesto.
Labor social para vivir sabrosito, que tanto se planteaba desde el Pacto Histórico, se desvanece ante el egocentrismo de un Sensei que cree que su criterio es superior al de los demás. Materialización del objetivo ideológico de la izquierda con su llegada al poder, consciencia social frente a la ruina y desolación que se materializaron en la protesta ciudadana y se circunscribe en la desesperanza de las clases menos favorecidas, sucumbe ante una apuesta política que ha sido incapaz de explicar: el dinero en bolsas, maletines, o incautado en aeropuertos; los acuerdos de perdón social pactados en las cárceles; los vínculos con clanes en la costa norte colombiana; los planes de desprestigio quemando rivales; la incitación al estallido social e insurrección si los resultados en las urnas no los favorecían; y la estigmatización que se infundó contra los periodistas colombianos.
Gustavo Francisco Petro Urrego, como adalid de la moral que se atreve a hablar de ética, pierde fuerza y margen de gobernabilidad al evidenciar cómo se hace esguince a la ley conforme a la conveniencia del momento. Incapacidad de construir un futuro desde la verdad pone de manifiesto que Colombia está ad-portas de tocar fondo. Tránsito que se tiene por el laberinto de los valores exalta en la izquierda un exceso de argucias morales para encontrar la culpabilidad en los otros, al mismo tiempo que hay un déficit de probidad ética que les facilita evadir la responsabilidad propia. Incompetencia para gestar una acción, rápida y conveniente, del ente gubernamental para superar la polarización extrema conlleva a que su concepción del ejercicio de la política circunde el quebrantamiento de la norma, estandarice y normalice los inadecuados comportamientos.
Hechos de los últimos días, indelicadezas de Nicolas Petro en la campaña o cortina de humo prefabricada con la traída de Aida Merlano a Colombia, demuestran que en el país está implantada una pobre e impudorosa forma de hacer política. Carencia dirigencial para argumentar una posición, sin importar sobre cuál tema sea, es la prueba de que no se cuenta con fuentes concretas y solo se basan las tesis en frases repetidas, especulativas y guiadas por la negligencia de un ilógico sensacionalismo que constituye la consciencia ética del tejido social colombiano. El proyecto de nación que tiene la administración Petro Urrego distante está de la decencia al rodearse de insólitos personajes que son incapaces de reconocer y respetar el pensamiento del otro, comprender que el mundo tiene matices; aceptar la crítica que se les hace con argumentos sin estigmatizar a quienes, desde la libertad de expresión, tienen un concepto opuesto.
Es hora de, abrir los ojos, propiciar el cambio de una nación que se desangra en el desconcierto que crearon quienes hoy se proclaman como santos, pero en el fondo tiene más cargas y cuentas pendientes que los propios criminales que están en las cárceles colombianas. Ocho meses de gobierno muestran que quienes hoy hacen parte del mandato son más de lo mismo, ciudadanos del común, con múltiples virtudes y miles de defectos, que sacan a flote su tinte mesiánico y dicen buscar la igualdad, pero en el fondo quieren amedrentar y eliminar al otro. Lo que hoy se ve en la presidencia es la viva copia de lo que se vio en la Alcaldía de Bogotá de 2012 a 2015, un actor político de poca visión y nula ejecución que inevitablemente arrastra a Colombia por una avalancha de desventuras. El país está a merced de la destrucción como apuesta de un sector político que ganó las elecciones a punta de violencia y con anarquía impuso sus ideas.
Estado del terror que imperó con el inconformismo social pasa ahora su factura a un gobierno complaciente que no tiene la fortaleza para enfrentar a los delincuentes, instancia política que le da temor llamar las cosas por su nombre y evita tomar el mando del Ejército y la Policía para que se ejerzan acciones que den estabilidad y recuperen el orden público. Lo que ahora se vive en el Bajo Cauca, sector geográfico intimidado y secuestrado por el terrorismo con la excusa de un “cerco humanitario”, es la consecuencia de un sector político que llegó a ser gobierno alentando y celebrando ese tipo de “protesta social”. Complejo resulta para la nación la mitomanía de su presidente, tener ejerciendo el poder a un sujeto al que toca verificarle siempre lo que dice y escribe, ideólogo de izquierda que busca excarcelar criminales, desmantelar las fuerzas armadas, acabar el sistema actual de salud y socavar la estabilidad económica, para desestabilizar el estamento democrático e impedir que Colombia tenga un norte.
Testaruda imposición del cambio, a cualquier costo, que disminuye el margen de gobernabilidad a Gustavo Francisco Petro Urrego, agudiza una crisis que se complejiza ante unas instituciones debilitadas y unos bandidos envalentados que están ejerciendo su ley haciendo “cercos humanitarios”. Triste es ver que el método con el que se sostiene el populismo socialista es el permitir que la delincuencia se generalice, intimidar a los buenos ciudadanos mientras se aseguran unas fuerzas, “primeras líneas”, a su servicio, al mejor estilo de los colectivos chavistas. Lo que se está viviendo hoy en Colombia es el resultado de dar espacio a quienes piensan que tienen algo que reclamar y deciden presionar al gobierno destruyendo el establecimiento. Débil respuesta a la coyuntura nacional es propio de una ausencia de moral de su mandatario que, antes que dar rumbo a su administración, quiere eximirse de la responsabilidad que le asiste, negando a su hijo y aceptando el abandono.
El país está liderado por quienes están llenos de odio, resentimiento, egoísmo y sed de venganza, sujetos con mentalidad de favorecimiento a los delincuentes que quieren sembrar un régimen que propicia el caos, y la inviabilidad del estado, para luego presentarse como salvadores de la patria. Ética que se perdió es la que permite que la mayoría de congresistas del Pacto Histórico se dediquen a hacer videos y no a legislar o que su primera dama se dedique al clientelismo logrando nombrar a todos sus amigos en puestos para los que son incompetentes. Administración pública que tiene como táctica enredar todo y evitar dar explicaciones es muestra de la ineptitud, inexperiencia, irresponsabilidad, improvisación e inutilidad de la izquierda al frente del poder. Caos en el orden público, el costo de vida, la seguridad jurídica y el ambiente para los negocios, es el reflejo de un gobierno que parece más cercano al bandido, elevado a la categoría de ”gestor de paz”, que al ciudadano.
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