NOTA: La primera parte de esta entrega puede leerla AQUÍ.
Gustavo Petro: un tipo muy elocuente que utiliza el marketing del resentimiento hinchando su ego autoritario, que sabe cómo capitalizar la mansedumbre de los impotentes y es hábil para construir argucias como discursos que aparentan ser muy egregios. Un representante de lo contradictorio, de quien actúa siempre como un camaleón que se adapta de forma delicada a las peroratas del momento. Defensor del cambio que estratégicamente tiene en sus tropas a personajes que representan el epítome de todo lo desdeñable en Colombia.
Un déspota que inyecta temor y caos, que ofrece una visión apocalíptica de la cual solamente podemos ser emancipados por él y solo él; que siempre tiene enemigos del pasado azorando, mientras que su pacto tiránico está atiborrado de aliados objetables. Se presenta como un líder ilustrado, elocuente, que conoce a esa mítica Colombia profunda y doliente, en razón de la cual todo se justifica, incluso si no es coherente. Todo un genio con un programa de gobierno poético, pero inejecutable, utópico y que realmente plantea recetas ineficaces que han fracasado en países vecinos.
Constantemente se rodea de un pacto de tiranos que se encuentra en estado de emergencia indefinida: un movimiento engendrado por el resentimiento que concibe discursos acusatorios penalizando a todo lo que no es como ellos. Estamos ante una autocracia cimentada en la servidumbre de discípulos similares a camellos que, dócilmente trasladan su carroza y promueven una campaña que tiene como leña la animosidad y la envidia que ha aupado a un recalcitrante mesías.
Su actitud autoritaria no es nada nuevo en su cruzada, el pasado es fuente verídica de su comportamiento arbitrario y déspota hacia sus contradictores. Solo en su período como Alcalde, 15 funcionarios renunciaron a sus cargos, lo cual deja abiertos grandes interrogantes sobre su problemático egocentrismo. De igual forma, es alguien adaptable y funcional; de ser fan número del ESMAD en su Alcaldía, pasó a ser el autoproclamado salvador que busca la desarticulación del Escuadrón Móvil Antidisturbios. Tampoco olvidemos cuando al no llegar a un acuerdo con el Concejo, simplemente sacó el Plan de Ordenamiento de Bogotá por medio de un decreto, y aquí es donde nace la pregunta ¿Qué nos hace creer que esta vez será diferente?
¿Podemos realmente esperar algo de quien ha tenido como objetivo obliterar cualquier mínimo estorbo? ¿De alguien que como mayor hazaña en su campaña tiene como insignia el vituperar todo lo que no va de acuerdo a sus imaginarios y atiborrarse de fulanos que le agreguen votos? Gustavo Petro no ha demostrado más que ser un personaje fáustico y empecinado, un tirano dispuesto a matar antes de que nazca todo indicio de insurrección.
Su apogeo en la sociedad colombiana es un fenómeno que no puede pasar por alto. Hemos tocado las puertas de la distopía, pero estamos a tiempo de no posicionar a un movimiento político que ha demostrado ser abiertamente totalitario. La búsqueda de la institucionalización de la mediocridad y el victimismo, las propuestas fantasiosas, la actitud dictatorial de Gustavo y sus aliados de dudosa procedencia que alegan ser el cambio, entre otras, son algunas de las muchas razones para dejar de inflar el autoritarismo del Pacto de Tiranos.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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