Los antioqueños tenemos un profundo amor por nuestra tierra. Somos de los colombianos más orgullosos de nuestras raíces, y así lo exteriorizamos. Nos aprendemos primero el himno regional que el Nacional; miramos con amor nuestra bandera bicolor blanca y verde y nuestro acento se marca y se lleva con emoción.
Entre estas imponentes montañas que nos abrigan nos hemos refugiado durante años y en ocasiones nos hemos desconectado del país. También en ese deseo genuino de transcender, dejar huella y marcar el paso hacemos ejercicios de prospectiva, de futuro y nos ilusionamos tanto con los sueños que perdemos de vista la realidad.
Entonces nos hemos ilusionado con varias tareas de planificación: Visión Antioquia Siglo XXI; Planea; Planeo, más otros tantos como subregiones tenemos. Ahora he visto con juicio y atención uno que la actual Gobernación ha denominado Agenda 2040.
De todo este listado cuál de todos es más seductor. A mí todavía me dan ganas de llorar cuando recuerdo un eslogan exitoso que nos prometía ser “la mejor esquina de América”. También me emociono con “la ciudad de cuatro corazones”.
Y de corazón espero poder aterrizar en la segunda pista del José María, ir en tren a Urabá, viajar al Chocó desde Medellín por una vía de primer orden con túnel incluido, para no mencionar la posibilidad de llegar a Bogotá en un tren con velocidades mayores a los 300 km/hora.
Todos esos sueños, más muchos otros plasmados en los documentos arriba enunciados, me han hecho tirar de la cama muy temprano desde hace más de 25 años con el propósito de contribuir a que pasen; verlos hechos realidad. He trabajado, trabajo y trabajaré para que se materialicen. Sin embargo, el día a día de los antioqueños debe sacudirnos hoy; es mandatorio atenderles otras cosas más simples, pero poderosas.
Les cuento: la violencia que hoy se vive en la mayoría de los municipios antioqueños es tan aguda como la de hace dos décadas. Más de 2 millones de nuestros coterráneos sobreviven con menos de $11.000/día y 504 mil con un poco más de $5.000/día; es decir, no les alcanza ni para un corrientazo.
Cifras de la Gobernación indican que hay más de 15 mil kilómetros de vías rurales que son verdaderas trochas, aunque datos del DNP señalan que son alrededor de 37 mil km en esta condición. Cálculos propios dan cuenta de 37 circuitos que conectarían a municipios en regular, mal estado, o simplemente no existen.
En educación el dolor es igual. El estado de las escuelas rurales es penoso: 510 sin agua potable, 1.185 sin alcantarillado y 3.141 sin internet. En los cascos urbanos, solo el 52% de quienes entran a primero terminan el bachillerato; en las zonas rurales apenas alcanza el 26%. Ni que hablar de la atención a la primera infancia, lujo que solo se daban Medellín y Rionegro, pero que no fue un modelo replicado en el resto del Departamento.
Con la emoción que despierta el título de Antioquia 2040 me sumergí a leer y aprender con sumo cuidado cada una de las presentaciones y textos que acompañan esta nueva iniciativa de futuro. También escuché con juicio al Gobernador, quien, durante 2 horas la expuso hace unos días.
Me llamó la atención cuando dijo, en esa misma ponencia, que en una visita reciente a Apartadó registró la misma calamidad por el invierno, con los mismos damnificados, en el mismo sitio, que hace cerca de 20 años. El cielo se vino al piso.
¿Cómo hablamos de una Antioquia que nos soñamos si el presente está aún sin resolver? Lo correcto sería entonces decir Antioquia 2022. Porque el futuro es hoy mismo. Es decir, lo ha vivido dos veces como Gobernador. Un poco de responsabilidad le queda también en la solución de esos problemas del presente. Ahí fue cuando pensé: “¿pa´ qué zapatos si no hay casa? ¿pa´qué hijueputas?” la respuesta memorable y aturdidora que el niño de “La vendedora de rosas”, entumecido por el frío y la droga, tirados en una acera, le da a Mónica, su compañera, quien le reclamaba por unos zapatos.
Bienvenida Antioquia 2040, pero primero los pies en polvorosa. El futuro solo se construye con bases muy sólidas en el presente.
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