Aunque sabía muy bien quién era Humberto de la Calle desde finales de la década del 80, solo lo conocí personalmente en 1999 mientras realizaba mis estudios en Londres y él oficiaba como Embajador ante el Reino Unido. Yo lideraba una delegación de la Sociedad de Estudiantes Colombianos y el embajador nos recibió en su despacho, sin protocolo y en un ambiente tranquilo. En solitario, y con total atención e interés, nos escuchó y conversó con nosotros sobre temas varios durante casi una hora. Esa reunión reafirmó la imagen que de él tenía desde el proceso constituyente y como vicepresidente renunciado de Samper. Un hombre respetuoso, humilde, ilustrado, inspirado (nadaista) y buen escucha al que se le notaba el amor por el servicio público.
Disfruté mucho y recomiendo su libro, Contra todas las apuestas, en el que, con una prosa elegante y clara, hace un recuento del proceso y los hechos que rodearon el nacimiento de la Constitución de 1991. Como ministro de Gobierno de César Gaviria y representante del gobierno ante la Asamblea Nacional Constituyente, De la Calle fue protagonista y tuvo un acceso privilegiado a todas las instancias y espacios en donde se definía el diseño institucional y, en general, el futuro del país. Recuerdo especialmente el capítulo donde narra la revocatoria del Congreso de 1990. Los constituyentes, al menos una mayoría de ellos, consideraban que el Congreso en funciones era una amenaza a la nueva Carta Política. La vieja clase política haría una contrarreforma apenas se sancionara la nueva Constitución y por ende había que revocar a los “cafres” (en palabras de Carlos Lleras de la Fuente) del hemiciclo. De la Calle fue el encargado de negociar el delicado proceso que significaba la desaparición de un parlamento de claras mayorías liberales (66 curules).
Cuando el Presidente Santos anunció que lideraría el equipo negociador en La Habana, no me cabe duda que aun los enemigos del proceso respiraron con más calma. En equipo con el gran Sergio Jaramillo, la experiencia, el conocimiento y el talante conciliador de Humberto de la Calle eran, y fueron, prenda de garantía para que la negociación se hiciera con altura, con inteligencia y con posibilidad de éxito. Yo no he ahorrado palabras de reconocimiento por su labor titánica y especialmente por no ceder a la tentación del ataque o el comentario destemplado, cuando fue víctima de injustos señalamientos e insultos por parte de los coléricos contradictores del proceso.
Después de 6 años de intensas y desgastantes negociaciones y a sus 71 años, Humberto De la Calle tuvo que tomar dos decisiones trascendentales: decidir si se lanzaba o no a la Presidencia de la República y si lo hacía por el Partido Liberal o por firmas. No eran, obviamente, dos decisiones menores. Participar en las elecciones presidenciales significaba salir del torbellino de la negociación y meterse en un proceso electoral aún más intenso (y oscuro) y entregar el título de “Jefe Negociador Exitoso” para ponerse la camiseta de “otro precandidato más”. La decisión sobre la forma y el vehículo con que iba a encarar la campaña tenía una fuerte carga política y ética.
El día en que anunció su candidatura acompañado de su familia habló de la posibilidad de irse por firmas, pero también dejó claro que una coalición para ganar la presidencia debía girar alrededor de partidos que apoyaban la paz como el Liberal y la U. Ahí empezó a perderse.
Al elegir mantenerse en el Partido Liberal de César Gaviria,
y las listas a Senado y Cámara que mantienen vivas viejas castas regionales,De la Calle prefirió no “trazar una línea divisoria marcada por la limpieza”
en su propio partido.
El país del posconflicto no puede ser solo el país del silencio de los fusiles. El país del postconflicto tiene además que ser capaz de superar y vencer a las estructuras políticas partidistas que, en medio de la guerra y aun después, han hecho de la politiquería, el clientelismo y la corrupción los medios y los fines de la actividad pública en el país.
Al elegir finalmente mantenerse en el Partido Liberal de César Gaviria, Álvaro Ashton (quien lo apoyó en la consulta liberal) y las listas a Senado y Cámara que mantienen vivas viejas castas regionales, De la Calle prefirió no “trazar una línea divisoria marcada por la limpieza” en su propio partido.
A mí me hubiera gustado ver a un Humberto de la Calle, candidato por firmas, construyendo la Coalición Colombia en equipo con Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Enrique Robledo. Creo sinceramente que esa sería una rúbrica digna y poderosa a una carrera política valiente y muy exitosa. Pienso también que habría sido un mensaje poderoso para las nuevas generaciones de cómo hay que tomar riesgos para participar en política y construir alternativas por fuera de las estructuras desgastadas. Lamentaría mucho que termine su vida política haciendo campaña por Lidio García.
*Escribo esta columna, igual que las 83 anteriores, como columnista independiente. A pesar de que actualmente ocupo el cargo de Coordinador Nacional de la Campaña de Sergio Fajardo/Coalición Colombia a la Presidencia, las opiniones acá expresadas no compromenten ni al candidato ni a la Coalición.