ORWELL Y LA TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES
Setenta años después de haber sido publicada, Rebelión en la granja y su conmovedor prólogo autocensurado son tanto o más vigentes que entonces. Y para quienes tenemos una responsabilidad intelectual ante los destinos de nuestros pueblos, su palabra conminatoria es ineludible: “La libertad significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír.”
Antonio Sánchez García @sangarccs
Todos quienes hayan leído esa extraordinaria novela de George Orwell titulada Rebelión en la granja, escrita en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial y publicada ya lograda la victoria aliada sobre el nazismo hitleriano, en 1945, saben que los cerdos que administran la granja imaginaria de Orwell son la metáfora con la que el extraordinario periodista y escritor inglés representó a los bolcheviques y que el centro de la amarga y cruenta ironía orwelliana era Stalin, el tirano. Y la granja, no sólo la Unión Soviética, sino el comunismo en donde quiera se impusiera. Necesaria, intrínseca, esencialmente totalitario.
Lo que posiblemente no sepan es que el manuscrito fue rechazado por cuatro editores, incluido aquel que tenía firmado un contrato legal con Orwell. Que la obra había despertado el escándalo, sino la indignación, de autoridades de gobierno. Y que a la élite intelectual y académica inglesa le parecía no sólo errado publicarlo, sino contraproducente. Ya por entonces, el nazismo podía ser descuartizado por la Intelligentsia occidental, los propios gobiernos verse sometidos a la más implacable crítica por parte de sus periodistas, columnistas y académicos de izquierda, pero levantarle la voz al comunismo soviético una falta de respeto, una impertinencia y una ofensa al consagrado liderazgo de los desposeídos de la tierra.
“En este país” – Inglaterra -, “la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general”, escribió Orwell en un prólogo titulado Libertad de Expresión, que fuera omitido de sus ediciones originales hasta ser descubierto tras la muerte del genial escrito inglés. Para agregar un comentario que bien serviría de piedra de toque para enjuiciar la autocensura con que la opinión pública latinoamericana se ha cebado en destrozar a sus propios gobiernos y gobernantes, mientras sus periodistas, académicos, artistas y políticos ensalzaban de manera escandalosa a la tiranía cubana: “Y así vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro”. ¿No es como para recordar la babosería universal con que casi un millar de intelectuales y seudo intelectuales – de extrema derecha a extrema izquierda – se babearon a los pies de Fidel Castro mientras afilaban sus puñales para descuartizar a Carlos Andrés Pérez y nuestras instituciones?
“El servilismo con el que la mayor parte de la intelligentsia británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa dese 1941 sería sorprendente, si no fuera porque el hecho no es nuevo y ha ocurrido ya en otras ocasiones. Publicación tras publicación, sin controversia alguna, se han ido aceptando y divulgando los puntos de vista soviéticos con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual.” Luego de enumerar casos de aviesa cobardía, complicidad y alcahuetería hacia las posturas soviéticas – desde acallar el crimen de Trotsky hasta hacer desaparecer del mapa a los luchadores antifascistas en países ocupados por los nazi que no pertenecieran al bando estalinista – Orwell encara la raíz del problema: “lo que sí es inquietante es que, dondequiera que influya la URSS con sus especiales maneras de actuar, sea imposible esperar cualquier forma de crítica inteligente ni honesta por parte de escritores de signo liberal inmunes a todo tipo de presión directa que pudiera hacerles falsear sus opiniones. Stalin es sacrosanto y muchos aspectos de su política están por encima de toda discusión.”
Debemos hacer notar que esa verdad histórica despreciada por la intelligentsia liberal británica – no se hable de la francesa, abierta e indecorosamente postrada ente el comunismo soviético, de Sartre a Picasso, santificados con los vapores de etílica poesía del bate chileno Pablo Neruda – silenciaba horrores inconcebibles, como las hambrunas, los asesinatos masivos, los incontables campos de concentración, los juicios del horror recién destapados más de una década después de escrita la Rebelión en la granja cuando su ejecutor directo estaba momificado y encerrado para una supuesta eternidad dentro de una urna de cristal en la Plaza de la Revolución moscovita.
Quienes asistimos al ominoso cortejo con que las más impolutas conciencias de la Venezuela todavía democrática, e incluso anti militarista, se arrojaran a comienzos del gobierno de Carlos Andrés Pérez a los pies de un tirano que ya llevaba treinta años oprimiendo a su pueblo y expandiendo su venenoso mensaje antidemocrático y anti liberal en nuestro continente, y quienes aún hoy, veinticinco años después, vemos a los lideres del Foro de Sao Paulo que controlan los gobiernos de nuestra región e incluso a prohombres del liberalismo de derechas visitando La Habana para rendirle pleitesía a un anciano ensangrentado, no podemos menos que asombrarnos frente a la disposición al servilismo y la esclavitud de la conciencia ante el totalitarismo comunista.
Setenta años después de haber sido publicada, Rebelión en la granja y su conmovedor prólogo autocensurado es tanto o más vigente que entonces. Y para quienes tenemos una responsabilidad intelectual ante los destinos de nuestros pueblos, su palabra conminatoria es ineludible: “La libertad significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír.”
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