En este cambiar permanente que supone vivir en Colombia hemos visto esta semana tres hechos de la mayor importancia y que reflejan muy bien los retos que tendremos que afrontar en el 2016 que ya nos alcanza: la llegada a feliz término de una de las líneas más importantes y controvertidas del proceso de paz en La Habana como es el acuerdo sobre víctimas, la absolución del coronel Plazas Vegas sobre los hechos de tortura y desaparición forzada que siguieron a la toma y retoma del Palacio de Justicia y la visita a nuestro país – por vez primera – de la filósofa Martha Nussbaum como una de las más importantes pensadoras de nuestro tiempo.
Y digo que los tres hechos se relacionan porque ponen de presente un tema que la profesora Nussbaum destaca como de la mayor importancia, el manejo de la ira y del perdón en los procesos de terminación de conflictos como el que vive Colombia.
Ante la consecución de un acuerdo frente al grupo guerrillero con el que se adelanta el proceso, que incluía la confesión y pago de penas alternativas a la cárcel por su parte por las atrocidades cometidas en el conflicto se levantó una expresión muy similar a que – otras personas de otro talante político – levantaron ante la absolución del coronel Plazas Vega: ¡impunidad!
Airados, indignados, gritaban unos y otros que lo que no se puede tolerar es la impunidad y estas expresiones – creo – se soportaban en lo que llamamos ira en términos generales pero que desarrollándose más no es otra cosa que nuestro deseo de venganza ante faltas dolorosas e indiscutibles que se cometieron contra nosotros o nuestros semejantes en el pasado.
La cultura judeocristiana tiende a justificar y permitir el perdón siempre y cuando este sea precedido de un “acto de contrición” que conlleva la confesión, el rebajamiento y un castigo para aquella persona que busca el mencionado perdón. Esta lógica no es otra cosa que la formalización de la venganza como una cierta compensación por el dolor infringido o sufrido según el caso. En este orden de ideas se vuelven muy importantes las figuras simbólicas (en los casos que nos ocupan los jefes guerrilleros y el famoso coronel) que representan en el imaginario de todos unos ejemplos personificados del dolor causado a las víctimas de los hechos que todos conocemos, son la imagen misma de la culpa. Su perdón sin un “merecido castigo” nos suenan a injusticia y es ese el argumento que esgrimen los enemigos del perdón.
Frente a estas posiciones tradicionales y fáciles, Nussbaum propone otras tal vez más positivas pero con seguridad más difíciles: las del amor, y entiende este no en su faceta romántica sino como una emoción que busca perdonar sin pasar por la humillación y el castigo del culpable, construir de la mano del otro y buscar nuevos caminos de desarrollo y bienestar soportados en la confianza recuperada, en la esperanza.
Suena esto quizás poco realista pero creo que el momento exige cuando menos proponerlo de manera discursiva con el fin de crear los espacios de debate y construcción de consensos que serían necesarios. “La fácil” para decirlo en términos coloquiales, es seguir gritando en medios de comunicación y redes sociales lo intolerable que resulta para todos el que “bandidos” lleguen a ocupar un sitio dentro de la legalidad sin “pagar un día de cárcel”, gritar que la absolución de Plazas es otra “bofetada” que se le da a las sufridas víctimas del Palacio de Justicia y lograr con estos gritos, que la tribuna se exalte y demostrar que “¡Tenemos huevos, porque esto no lo vamos a permitir! !Ni crean!” reproduciendo así el modelo intolerante que siempre nos ha acompañado y que tan pocos beneficios nos ha traído a lo largo de los últimos cincuenta años.
Llega el momento de cambiar el discurso y para eso se hace necesario cambiar la perspectiva desde donde miramos al otro y desde donde percibimos el perdón. Tal vez valga la pena para todos revisar algunas líneas de Nussbaum donde nos pide relacionar justificación con legitimidad; ¿Será legítimo un acuerdo que ponga fin a un conflicto y nos prevenga de sufrimientos futuros pasando por conocer la verdad para las víctimas? Yo diría que sí. ¿Será legítimo un fallo proferido dentro de las garantías procesales y por la instancia pertinente donde se exonere de culpa a quien los medios y la opinión pública (de la mano de algunas autoridades judiciales) habían ya condenado como culpable? A mí no me cabe duda alguna.
El 2016 nos traerá la finalización de las conversaciones en La Habana y nos enfrentaremos a la refrendación del acuerdo que nazca de ellas. Conviene darnos la oportunidad de tomar decisiones pensando en el futuro más que en el pasado y más en el perdón que en la ira.
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