Cada 17 de abril se ensombrece el país al cumplirse otro aniversario de muerte del gran escritor y periodista colombiano, Gabriel García Márquez. El autor de reconocidas obras como “Cien años de Soledad”; “El amor en los tiempos del cólera”; “El coronel no tiene quien le escriba” y “Los funerales de mamá grande” (entre otras), estaría cumpliendo 96 años en este 2023. Sin embargo, su genialidad traspasó los límites de la realidad.
Es que nunca antes un escritor nos había puesto la tarea de construir el árbol genealógico de la familia Buendía; a negociar con árabes; a esperar 51 años, 9 meses y 4 días por amor y otros 15 más por una carta que nunca llegó, mientras que tomados de su mano nos convidó a conocer la selva macondiana, a percibir el bochorno, a comer sancocho y de sobremesa un banano, para luego abstraer nuestra mente con el vuelo de las mariposas amarillas y con la melodía de un acordeón.
Hay quienes se han tomado el tiempo de leer sus obras, y otros que no. La justificación siempre gira en torno a su ideología política, mas no por su vocación literaria. Quienes lo han leído, saben que “el realismo mágico” es solo un concepto superfluo para resumir lo que un maestro de letras logró: retratar en palabras sencillas lo que sucede en la zona costera de Colombia. Y más que un retrato, sus obras son una crítica a una idiosincrasia estancada en la pobreza, en las peleas de gallos y en la desigualdad socioeconómica.
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Pero quienes no lo han leído, se escudan con que “fue un guerrillero” y que “no le dio nada a su tierra”. De guerrillero no tiene ni el nombre y solamente le dejó un Nobel de Literatura a un país que no lee. ¿Qué mas quieren? Si tan solo se tomaran unos minutos para ojear sus obras o aventurarse a visitar al pueblo de Aracataca en el Magdalena, entenderían su estilo irreverente y a la vez tan admirable.
¿Y qué nos queda ahora? Desde hace nueve años ha acompañado las fiestas de Escalona en el cielo, mientras que aquí subsiste el Premio Nacional de Periodismo que lleva su mismo nombre; se han adaptado sus obras a formato cine y teatro, como la que Jorge Alí Triana dirigió y presentó durante varias semanas en el Teatro Colón (Bogotá), de la cual puedo decir que fue una obra sencilla y espectacular; y sobre todo, queda un país cuya memoria se extravía en las elecciones políticas, en los partidos de futbol y en las oraciones que se conjuran a un dios que no castiga ni con palo ni con rejo y que le da pan al que no tiene dientes. Como quien dice, nada ha cambiado desde entonces.
Pero como nadie es profeta en su tierra, fue necesario que México ostentara el privilegio de ser el país invitado de honor a la FILBO (país donde Gabo vivió los últimos años de su vida), para que finalmente podamos evocar la memoria del finado.
¡Qué no se nos pase la vida esperando un amor, una carta, el devenir de un siglo en completa soledad o una oportunidad para leer un buen libro! ¡Larga vida a Gabo!
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